lunes, 17 de marzo de 2025

18 DE MARZO. SAN SALVADOR DE HORTA, LEGO FRANCISCANO (1520-1567)

 


18 DE MARZO

SAN SALVADOR DE HORTA

LEGO FRANCISCANO (1520-1567)

SI es cierto que para ser santo. no hace falta hacer milagros, no lo es menos que sólo los Santos hacen milagros. Por eso constituyen éstos la prueba definitiva a la que la Iglesia remite su dictamen en los procesos de canonización. Nos sugiere este pensamiento la vida del mayor, taumaturgo de los tiempos modernos, de aquel hombre que pasó por la tierra como una lluvia de prodigios: San Salvador de Horta.

Volvamos al año 1559. Nos encontramos en Horta, a seis leguas de Tortosa. Un dignatario de la Inquisición Real —que acaba de llegar de incógnito a la Villa para abrir informe sobre los milagros de Fray Salvador— penetra en el templo donde éste ha de predicar y se oculta entre la turba de enfermos que, de rodillas, reza y gime, y clama por la presencia del Santo.

Llega el humilde Lego. —Dejadme— dice, abriéndose paso entre la doliente multitud.

Ante la expectación general. se dirige a un rincón de la iglesia, se detiene delante de un sacerdote de sencillo porte, se arrodilla ante él y le besa la mano.

—Pero, hermano, ¿qué hace? Soy un pobre cura. No merezco esta atención.

— No, Vuestra Señoría es el Gran Inquisidor de Aragón, que ha venido a examinar los milagros que obra la Santísima Virgen. Vuestra Señoría merece un puesto más respetable...

El Inquisidor se deja conducir al presbiterio. Luego, Fray Salvador da a los enfermos su consigna:

— Hermanos míos, pedid perdón a Dios de vuestros pecados.

Y los cura a todos en nombre de Nuestra Señora.

El Gran Inquisidor ha caído a los pies del Santo para besárselos. Ya puede el humilde Lego del convento de Horta seguir sellando informes con la estampilla divina de sus milagros.

Pero entre los frailes...

— No, esto no puede seguir así. Desde que llegó aquí Fray Salvador es imposible el recogimiento. Más que una casa religiosa esto parece un hospital, una romería. Pediremos al Padre Providencial que lo traslade de residencia.

—Lo indiscutiblemente cierto —replica alguno— es que Fray Salvador es un santo. ¿De dónde le viene si no su ciencia? Ya conocéis su humilde historial: nacido en la aldehuela gerundense de Santa Coloma de Farnés; huérfano a los pocos años; pastor y zapatero en Barcelona'..., y entre nosotros... cocinero y limosnero siempre. ¿Cómo pensar que esto no viene de Dios? Por lo demás, su conducta de santo es: todo lo atribuye a la Virgen, y a sí mismo se llama «saco de paja»; es dócil, trabajador, silencioso; de su boca no salen más palabras que los nombres de Jesús y María, con los que obra maravillosas curaciones; pasa las noches en oración y con terribles penitencias castiga su cuerpo. Su mirar sereno es una lección ejemplar. ¿Quién le reprochará otra debilidad que la de hacer milagros en favor del prójimo, la misma que tuvo el Salvador del mundo, cuyo nombre lleva? Aún recuerdo con emoción aquel primer prodigio con que le favoreció el Señor, recién llegado a nuestro convento de Santa María, en Barcelona. Era el día de la Circuncisión. El Canciller del Reino había anunciado que comería con los Padres. Pero aquel día Fray Salvador se lo pasó en éxtasis y no bajó a la cocina. Advertido el Padre Guardián poco antes de la comida, corrió a la iglesia, hizo salir inmediatamente al Hermano y lo abrumó con humillantes y destempladas palabras, terminando por decirle que semejante afrenta hecha a la Comunidad y a tan distinguido huésped merecía la expulsión. Luego, arrebatándole bruscamente las llaves, fue él mismo a la cocina y — ¡oh maravilla! —, ante sus ojos llenos de pasmo, aparecieron los manjares divinamente aderezados por los ángeles...

¡Es duro el caminar por el atajo pino y pedregoso de la virtud! Estos razonamientos no convencen. Los más, hechos al ambiente recoleto del claustro, no pueden sufrir que una caravana de enfermos grite y gima y rece y cante noche y día en torno al convento, turbando la vida regular. Y el Padre Provincial se ve precisado a llevar y traer de casa en casa al santo Lego, que se somete a todo con humildad desconcertante. Reus, Tortosa, Horta, Barcelona... Todas las precauciones resultan inútiles. La noticia del nuevo traslado se corre como por ensalmo, y la turba de cojos, sordos, ciegos, paralíticos y pecadores, le sigue por doquier. Los Reyes Católicos le llaman. Los enfermos del Rosellón y Portugal le buscan. Los milagros se multiplican hasta lo inverosímil. El cronista Daza —autoridad histórica de primer orden— asegura que obró más de un millón.

— ¿Dónde está el Santo?...

Un día esta pregunta tuvo una respuesta descorazonadora, de honda repercusión en toda España: Fray Salvador había sido trasladado al convento de Cagliari, en la isla de Cerdeña. Los Superiores le cambiaron su nombre por el de Ambrosio, pero no pudieron cambiarle el apellido de «santo». Por él fue conocido en la Isla, y, a gran distancia, siguió realizando estupendos prodigios hasta el mismo día de su muerte: 18 de marzo de 1567. Más aún: continuó obrándolos en su sepulcro, y, al cabo de treinta años, su cuerpo se halló incorrupto. El pueblo se acercó desde el primer día a besar sus restos y le rezó como a santo.

Sin embargo, la Iglesia —sabia y prudente— no le canonizaría hasta el 17 de abril de 1938, por boca de Pío XI.