DÍA DECIMOTERCERO
El Corazón de San José inflamado de amor por Jesús por la similitud que había entre ellos.
MES
EN HONOR
A SAN JOSÉ
Por un sacerdote
de la Congregación de la Misión
ORACIÓN PARA COMENZAR TODOS LOS DÍAS
Por la señal de la santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Poniéndonos en la presencia de Dios, (breve silencio)
pidiendo el auxilio de la Virgen María (breve silencio)
y del Ángel Custodio, (breve silencio)
acudamos a la presencia del Glorioso San José y supliquemos:
Dios te salve, José, lleno de la gracia divina.
Entre tus brazos descansó El Salvador
y ante tus ojos creció.
Bendito eres entre todos los hombres,
y bendito es Jesús,
el hijo divino de tu Virginal Esposa.
San José, padre adoptivo de Jesús,
ayúdanos en nuestras necesidades familiares,
de salud y de trabajo,
hasta el fin de nuestros días,
y socórrenos a la hora de nuestra muerte. Amén.”
DÍA DECIMOTERCERO
El Corazón de San José inflamado de amor por Jesús por la similitud que había entre ellos.
Lo similar que hay entre dos personas es, no hay duda, una de las fuentes más fructíferas del amor. Si el amor verdadero hace que dos personas enamoradas sean similares en espíritu y corazón, ¿qué decir cuando ya existe una verdadera similitud de cuerpo, espíritu y corazón en dos personas que se aman? Había tal semejanza entre Jesús y José, que ésta era la causa del amor más tierno y más fuerte comparado con cualquier otro con que padre e hijo se hubieran amado jamás en la tierra. Profesaban el mismo tipo de vida; pasaban el tiempo haciendo las mismas cosas; ambos trabajaban en el mismo taller en Nazaret; viajaban y acudían juntos todos los años al templo de Jerusalén para rendir homenaje al Altísimo. Además de la similitud que existía entre ellos en estas acciones externas, tenían, según Gerson, los mismos rasgos faciales para mantener la opinión popular de que Jesús era el hijo natural de José. Esta uniformidad externa era efecto de la semejanza interna de sus complexiones, que era la causa de la más dulce y fuerte simpatía que jamás haya existido entre dos hombres.
San José, según el sentimiento de autores serios, era tío de María o al menos pariente muy próximo, y, en consecuencia, estaba unido a Jesús también por lazos de sangre, lo que contribuyó no poco a hacer similares sus inclinaciones. Porque si la naturaleza acostumbra a unir tan grande uniformidad de temperamentos entre las personas de un mismo linaje, que deben tener entre sí una unión particular en los asuntos del mundo, es creíble que el Espíritu Santo, al formar el cuerpo de Jesús, obró sobre los humores de modo que fuesen en todo conformes con los de José, a fin de fortalecer ventajosamente la unión indisoluble que debía existir entre el Divino Hijo hecho hombre y tan amoroso padre. Finalmente, esta especie de semejanza basada en las cualidades naturales fue perfeccionada por otra más noble, basada en sus designios, sus deseos y sus intenciones que tenían todos un mismo fin de glorificar a Dios, de modo que si alguien hubiera pedido a Jesús que le hiciera conocer a su padre visible, como el apóstol San Felipe anhelaba ver al Padre eterno, Jesús, por así decirlo, daría la misma respuesta que dio al mismo santo: “El que me ve a mí, ve también a mi padre José”. De esta manera comprendemos la gran similitud y, al mismo tiempo, el gran amor que había entre ellos. Además de esto, tenía san José vuelta continuamente su mirada hacia Jesús para imitar, en cuanto podía, todos sus rasgos, para conformar sus sentidos, sus potencias y todas sus operaciones a los sentidos, potencias y operaciones de este modelo divino, de modo que sus ojos fueran puros, sencillos y modestos como los de Jesús, sus oídos cerrados a todos los discursos vanos, aduladores o poco caritativos. Su boca sólo se abría para edificar al prójimo, consolar a los desdichados e instruir a los que lo necesitaban; sus manos solamente para hacer el bien a todos practicando obras de justicia y misericordia; todos sus sentidos y todos los movimientos de su cuerpo estaban regulados por la modestia y perfectamente sujetos al espíritu como los de Jesús. ¿De qué nos extrañamos entonces al ver a Jesús tan inclinado a amar a José, y José a amar a Jesucristo, dada tal similitud entre ellos? El amor de Jesús por nosotros le llevó a hacerse semejante a nosotros, hombre, mortal, pobre, sufriente y rodeado de nuestras flaquezas, y el amor que nosotros debemos tenerle nos debe llevar a hacernos semejantes a él: humildes, mansos, modestos, pacientes, obedientes y llenos de caridad para todos. ¡Una gran verdad, pero poco conocida y menos apreciada incluso por las almas piadosas y devotas! ¿Y cómo podemos estar seguros de que amamos a Jesucristo si no tenemos en nuestro corazón, como San José, un deseo ardiente de transformarnos en él, de estar animados por su espíritu, de seguir sus máximas, de estimar sólo lo que él estima, de despreciar lo que él desprecia y de amar lo que él ama: la cruz, las humillaciones, el sufrimiento; en una palabra, conformarnos perfectamente a él en todo, dejando de ser lo que somos y empezando a ser lo que él es. ¡Excelente punto y digno de toda nuestra consideración!
JACULATORIA
Oh San José, perfectísimo cultivador de la pureza y la virginidad, ruega por nosotros.
AFECTOS
Oh purísimo José, que desplegaste y enarbolaste, junto con tu santísima esposa María, el estandarte de la virginidad conyugal en un tiempo y lugar donde la esterilidad era vil y considerada como un oprobio.
Oh castísimo José, el lirio frente a tu pureza virginal pierde su blancura, la nieve su blancura, y los rayos más brillantes del sol se vuelven lánguidos y apagados. ¡Tal debe ser vuestra pureza porque estáis destinados a tener trato continuo con los ángeles, a manejar el cuerpo virginal de Jesús, Rey de las vírgenes, y a vivir en compañía, no sólo como Juan, sino a estar casado con la princesa más hermosa del mundo, también Reina de las vírgenes y de la virginidad! Vuestra recompensa en el cielo es muy grande, superior a la de las vírgenes que siguieron al Cordero por dondequiera que vaya, ya que en la tierra fuisteis seguido por el mismo Cordero de Dios y por María, su ovejita inmaculada, su Madre. No somos capaces de hacernos una idea de ello. ¡Oh! Consíguenos, oh purísimo santo Patriarca, vivir castamente para que un día podamos ver y admirar cuán bella, preciosa y rica es la corona de virginidad que Dios puso alrededor de tu frente, y que brillará por todos los siglos de los siglos.
LETANÍAS A SAN JOSÉ
Indulgencia de 5 años, cada vez que se recitan. Indulgencia plenaria si diariamente se recitan devotamente durante un mes. Pio XI, 25 de marzo de 1935
Señor, ten misericordia de nosotros
Cristo, ten misericordia de nosotros.
Señor, ten misericordia de nosotros.
Cristo óyenos.
Cristo escúchanos.
Dios Padre celestial,
ten misericordia de nosotros.
Dios Hijo, Redentor del mundo.
Dios Espíritu Santo.
Santa Trinidad, un solo Dios.
Santa María,
ruega por nosotros.
San José,
ruega por nosotros.
Ilustre descendiente de David.
Luz de los Patriarcas.
Esposo de la Madre de Dios.
Casto guardián de la Virgen.
Padre nutricio del Hijo de Dios.
Celoso defensor de Cristo.
Jefe de la Sagrada Familia.
José, justísimo.
José, castísimo.
José, prudentísimo.
José, valentísimo.
José, fidelísimo.
Espejo de paciencia.
Amante de la pobreza.
Modelo de trabajadores.
Gloria de la vida doméstica.
Custodio de Vírgenes.
Sostén de las familias.
Consuelo de los desgraciados.
Esperanza de los enfermos.
Patrón de los moribundos.
Terror de los demonios.
Protector de la Santa Iglesia.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo:
perdónanos, Señor.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo:
escúchanos, Señor,
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo:
ten misericordia de nosotros.
V.- Le estableció señor de su casa.
R.- Y jefe de toda su hacienda.
Oremos: Oh Dios, que en tu inefable providencia, te dignaste elegir a San José por Esposo de tu Santísima Madre: concédenos, te rogamos, que merezcamos tener por intercesor en el cielo al que veneramos como protector en la tierra. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén
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Ave María Purísima, sin pecado concebida.