DÍA TRIGÉSIMO
El Corazón de San José no pierde la alegría en las más duras pruebas y dolores de su vida.
ORACIÓN
PARA COMENZAR LA MEDITACIÓN CADA DÍA
Por la señal de la santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Poniéndonos en la presencia de Dios, (breve silencio)
pidiendo el auxilio de la Virgen María (breve silencio)
y del Ángel Custodio, (breve silencio)
acudamos a la presencia del Glorioso San José y supliquemos:
Dios te salve, José, lleno de la gracia divina,
entre tus brazos descansó El Salvador
y ante tus ojos creció.
Bendito eres entre todos los hombres,
y bendito es Jesús,
el hijo divino de tu Virginal Esposa.
San José, padre adoptivo de Jesús,
ayúdanos en nuestras necesidades familiares,
de salud y de trabajo,
hasta el fin de nuestros días,
y socórrenos en la hora de nuestra muerte. Amén”.
DÍA TRIGÉSIMO
El Corazón de San José no pierde la alegría en las más duras pruebas y dolores de su vida.
La vida de los santos estuvo siempre marcada por los abrojos y las espinas más punzantes, y cuanto más se distinguían en la virtud y en la santidad, más grandes eran los sufrimientos que debían soportar. De ellos, por tanto, no estuvo excluido nuestro José, varón justo y santo por excelencia, y hombre asociado al bendito Cristo, llamado por los profetas varón de dolores, y con María, cuyas penas y amarguras fueron semejantes a la inmensidad del mar. Los siete dolores, que podrían llamarse las siete terribles vicisitudes de su vida, nos ofrecen la prueba más evidente de ello. El primero fue el que sufrió al ver encinta a su virginal Esposa antes de saber que era por obra del Espíritu Santo, y al decidir abandonarla. El segundo fue la compasión que tuvo por el sufrimiento del niño Jesús, despreciado y desconocido en su nacimiento. El tercero fue la vista de ese amado Niño que se sometió a la Circuncisión, derramando su preciosa sangre ocho días después de su nacimiento. La cuarta fue la profecía del anciano Simeón que predijo a su virginal Esposa la espada de dolor que heriría su corazón. El quinto fue la persecución de Herodes al tratar de dar muerte al Niño recién nacido, y la huida a Egipto repentinamente ordenada por el Cielo para salvarlo. El sexto fue la noticia que recibió, volviendo de Egipto a Judea: que en aquel tiempo reinaba Arquelao, hijo de Herodes, cuya crueldad era de temer por muchos motivos. La séptima fue la trágica pérdida de su amado Jesús al volver de Jerusalén, adonde había ido con la Santísima Virgen para visitar el Templo. ¡Cuánto tuvo que sufrir san José en tales circunstancias y a qué severas pruebas fue sometida su paciencia! No es fácil para la mente humana llegar a comprenderlo; pero deseoso como era de dar pruebas de su amor a aquel de quien tanto recibía, padecía con tal embeleso y placer que podía decir mucho más que san Pablo: "Reboso de gozo en todas mis tribulaciones". Sumado a esto, Jesús se había empeñado en reemplazar cada uno de sus dolores con un gozo especial, para aumentar siempre la alegría de su corazón. Encontramos en el libro Génesis una excelente figura de esta gloriosísima verdad que podemos aplicar a nuestro José. Jacob, aquel venerable y anciano padre de tantos patriarcas, quedó tan extasiado de alegría al saber de la exaltación de su hijo en Egipto, cuya muerte había llorado, que afirmó claramente que no deseaba nada más en esta tierra, y que viviría eternamente contento, cuando no tenía otra esperanza en esta vida que poder volver a verlo.
Pero nuestro santo patriarca José, el dichoso padre de Jesucristo, mil y mil veces declaró que tenía todo bien en tener a Jesús, aunque todo lo demás le faltase. En los momentos de peligro no tenía miedo, abrazándose a Aquel que era su fuerza, su apoyo; en medio de la persecución gozaba de suprema paz, porque el Dios de la paz habitaba con él. En resumen, su corazón estaba tan lleno de amor que no podía desear nada más en esta tierra, tanto que un erudito autor tiene razón al decir que nunca ha habido un hombre más feliz en la tierra que San José, ya que todos sus deseos fueron perfectamente satisfechos.
Oh corazón de San José, corazón verdaderamente bendito, desde ahora, después de los corazones de Jesús y de María, serás objeto de mi veneración, de mi amor y de mi más tierna devoción. Tú serás el camino por el cual iré a mi Salvador y a su Santísima Madre, y por medio de ti recibiré las misericordias y gracias de ambos. Serás mi refugio en las aflicciones, mi consuelo en los dolores, mi auxilio en todas mis necesidades. De ti aprenderé la virtud de la paciencia, la fortaleza y la constancia en los acontecimientos adversos de mi vida, y obtendré la capacidad de vivir siempre en paz aún en medio de las turbaciones, tranquilo en medio de las aflicciones y lleno de alegría en mis tribulaciones.
JACULATORIA
Oh San José, refugio y poderoso auxilio de los moribundos, ruega por nosotros
AFECTOS
Oh ilustre Patriarca San José, por la bienaventurada dicha de tener presentes en tu última hora a tu amable Hijo Jesús y a tu dulce esposa María, y de ser fortalecido y recreado por ellos con los más agradables consuelos del paraíso, te suplicamos humildemente que te acuerdes de nosotros en los últimos momentos de nuestra vida.
Sé, pues, nuestro refugio contra los terribles asaltos que nos dará el enemigo tentador, y nuestro fuerte auxilio en nuestras últimas necesidades.
La muerte es un momento que será decisivo para nosotros, momento muy terrible y peligroso. ¿Y tendrás el corazón para abandonarnos en una circunstancia tan crítica?
¿Y abandonará tu corazón paternal a los que amas y te son tan devotos? ¡Ah! ¡Nunca! ¡Ven entonces, por favor, ven y sálvanos, y date prisa en venir! Pero ¿estarás contento de venir solo? ¿Vendrás sin Jesús y María, aquellos que siempre fueron tu compañía en la tierra? ¡Ah! No. Por eso os espero, y en cuanto lleguéis, diré lleno de santa confianza: Jesús, José y María, descanse en vos en paz el alma mía.
LETANÍAS A SAN JOSÉ
Indulgencia de 5 años, cada vez que se recitan. Indulgencia plenaria si diariamente se recitan devotamente durante un mes. Pio XI, 25 de marzo de 1935
Señor, ten misericordia de nosotros
Cristo, ten misericordia de nosotros.
Señor, ten misericordia de nosotros.
Cristo óyenos.
Cristo escúchanos.
Dios Padre celestial,
ten misericordia de nosotros.
Dios Hijo, Redentor del mundo.
Dios Espíritu Santo.
Santa Trinidad, un solo Dios.
Santa María,
ruega por nosotros.
San José,
ruega por nosotros.
Ilustre descendiente de David.
Luz de los Patriarcas.
Esposo de la Madre de Dios.
Casto guardián de la Virgen.
Padre nutricio del Hijo de Dios.
Celoso defensor de Cristo.
Jefe de la Sagrada Familia.
José, justísimo.
José, castísimo.
José, prudentísimo.
José, valentísimo.
José, fidelísimo.
Espejo de paciencia.
Amante de la pobreza.
Modelo de trabajadores.
Gloria de la vida doméstica.
Custodio de Vírgenes.
Sostén de las familias.
Consuelo de los desgraciados.
Esperanza de los enfermos.
Patrón de los moribundos.
Terror de los demonios.
Protector de la Santa Iglesia.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo:
perdónanos, Señor.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo:
escúchanos, Señor,
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo:
ten misericordia de nosotros.
V.- Le estableció señor de su casa.
R.- Y jefe de toda su hacienda.
Oremos: Oh Dios, que en tu inefable providencia, te dignaste elegir a San José por Esposo de tu Santísima Madre: concédenos, te rogamos, que merezcamos tener por intercesor en el cielo al que veneramos como protector en la tierra. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén
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