DÍA VIGÉSIMO NOVENO
El corazón de San José se llenó de santa alegría al llevar al divino Niño en sus brazos.
ORACIÓN
PARA COMENZAR LA MEDITACIÓN CADA DÍA
Por la señal de la santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Poniéndonos en la presencia de Dios, (breve silencio)
pidiendo el auxilio de la Virgen María (breve silencio)
y del Ángel Custodio, (breve silencio)
acudamos a la presencia del Glorioso San José y supliquemos:
Dios te salve, José, lleno de la gracia divina,
entre tus brazos descansó El Salvador
y ante tus ojos creció.
Bendito eres entre todos los hombres,
y bendito es Jesús,
el hijo divino de tu Virginal Esposa.
San José, padre adoptivo de Jesús,
ayúdanos en nuestras necesidades familiares,
de salud y de trabajo,
hasta el fin de nuestros días,
y socórrenos en la hora de nuestra muerte. Amén”.
DÍA VIGÉSIMO NOVENO
El corazón de San José se llenó de santa alegría al llevar al divino Niño en sus brazos.
Jesús dijo en su Evangelio que su carga era ligera, y lo dijo en sentido moral, aludiendo a su ley. Estas palabras podrían referirse a san José en sentido material cuando referido al cuerpo del Niño Jesús, siendo en efecto un peso igualmente ligero, delicioso y honorable, tanto que el santo Patriarca en los largos viajes que debía emprender nunca se quejó de su pesadez, sabiendo muy bien que los Querubines y Serafines se honran de llevarlo sobre sus alas. Y, ¡oh! qué dulce era para San José llevar este divino tesoro, porque en estas ocasiones el querido Infante, abandonándose en sus brazos para ser sostenido o para tomar su descanso, derramaba en su corazón no en gotas, sino en torrentes, las delicias de su divinidad. Todos sabemos que la divina carne del Salvador es carne vivificante y que aún ahora, aunque velada bajo la especie del pan, conserva a veces la vida natural de los cuerpos, y aumenta siempre la vida de las almas de quienes la reciben en estado de gracia, disponiéndolos a recibir el paraíso. Ahora bien, cada vez que José estaba en contacto con el santísimo cuerpo de Jesús, además del altísimo honor que recibía, obtenía beneficios incomparablemente mayores que le dispensaba la ternura de amor que Jesús le demostraba al abrazarlo tiernamente cuando era llevado por él.
¡Oh casa de Nazaret, mil veces más afortunada que la de Zaqueo, que el Salvador llenó de bendiciones celestiales! ¡Oh bendita morada en la que vivió San José, más santa que nuestros sagrarios!, dinos ¿cuántas veces viste a este gran Santo inmerso en un océano de consuelos? ¿Cuántas veces interrumpió su trabajo, al estar su corazón totalmente abandonado al amor de Jesús que estaba cerca de él? ¿Cuántas veces dedicó el tiempo destinado al sueño a contemplar al Salvador acostado en la cuna? ¡Oh! cuéntanos sobre aquellos días benditos en que los excesos de la alegría le hicieron derramar torrentes de dulcísimas lágrimas de sus ojos. Cuéntanos de nuevo los tiernos suspiros que daba al cielo cuando estaba completamente absorto en los gozos divinos. Si los muros de aquella sagrada casa no pueden decirnos nada, al menos vosotros, ¡oh ángeles benditos que rodeasteis a este gran Patriarca, decidnos lo que sabéis de él! Pero ¿cómo podrán explicarse en asunto tan importante y cómo podremos entender el lenguaje de los Ángeles? ¡Oh José, oh Serafín ardentísimo de caridad, que supiste convertir esta tierra de lágrimas y de miserias en un verdadero paraíso de felicidad, porque te ocupaste continuamente del Dios hecho hombre, cuán envidiable fue tu dicha!
Y ¿no podría yo de alguna manera encontrarlo también en Jesús mismo mi dulzura, mi alegría, mi descanso? ¡Si Jesús está hecho para mí, yo estoy igualmente hecho para Jesús! Mi corazón no será feliz si no posee a Jesús, y a Jesús se le posee por el amor. Otros objetos pueden ocupar nuestros corazones y entretener nuestro espíritu, pero nunca podrán satisfacer perfectamente ni a uno ni al otro. Sólo el amor de Jesús es capaz de hacernos gustar la verdadera dulzura. Las almas que aman a Jesús conocen bien por experiencia la dulzura infinita, los sólidos consuelos, las santas delicias que se gustan en el ejercicio de este santo amor, que a veces llegan a tal exceso, que la flaqueza de la criatura no puede sostenerlos, y se ven obligadas a pedir a su Jesús que fortalezca su debilidad o que modere sus favores. Pero para experimentar estas cosas hay que amar; y hay que haberlos experimentado para tener una idea de ellos, o para creerlos. Oh Jesús, que hiciste del corazón de José un horno de amor y un paraíso de delicias, ¡ah!, concédeme que también a mí me ilumines con ese fuego bendito que es el único que puede endulzar los tristes días de este miserable exilio.
JACULATORIA
Oh San José, excelente consuelo de los afligidos, ruega por nosotros.
AFECTOS
Amabilísimo San José, bendigo y agradezco a la divina bondad y providencia por haberte destinado a ser el consolador universal de todos los que gimen en este valle de lágrimas y de dolor. Ah, nadie más que tú puede consolar a estos desgraciados, pues eres el Padre de Jesús, que es la verdadera alegría del cielo y de la tierra, y el Esposo de María, que es la alegría y la felicidad de toda la creación.
Cualquiera que sea el tipo de aflicción o problema, cualquiera que sea su gravedad, tienes remedios para todos y puedes ofrecer alivio y consuelo a todos. De hecho, las más graves os conmoverán aún más, dada la ternura de vuestro corazón y el compromiso que tenéis de manifestar cada vez más el poder y la bondad de Dios junto al valor de vuestro patrocinio. A Vos, pues, abrimos nuestros corazones, a vos os mostramos todas las llagas de nuestra alma para recibir de vos el bálsamo del consuelo. Y si en otras ocasiones semejantes, habiendo recurrido a Vos, hemos obtenido inmediatamente el consuelo y alivio deseado, también lo esperamos, y con mayor confianza, pues os lo pedimos por aquel tiernísimo amor que tenéis a Jesús y a María, y que ellos siempre os tuvieron. Escuchadnos, pues, oh misericordioso y excelente consolador de los afligidos.
LETANÍAS A SAN JOSÉ
Indulgencia de 5 años, cada vez que se recitan. Indulgencia plenaria si diariamente se recitan devotamente durante un mes. Pio XI, 25 de marzo de 1935
Señor, ten misericordia de nosotros
Cristo, ten misericordia de nosotros.
Señor, ten misericordia de nosotros.
Cristo óyenos.
Cristo escúchanos.
Dios Padre celestial,
ten misericordia de nosotros.
Dios Hijo, Redentor del mundo.
Dios Espíritu Santo.
Santa Trinidad, un solo Dios.
Santa María,
ruega por nosotros.
San José,
ruega por nosotros.
Ilustre descendiente de David.
Luz de los Patriarcas.
Esposo de la Madre de Dios.
Casto guardián de la Virgen.
Padre nutricio del Hijo de Dios.
Celoso defensor de Cristo.
Jefe de la Sagrada Familia.
José, justísimo.
José, castísimo.
José, prudentísimo.
José, valentísimo.
José, fidelísimo.
Espejo de paciencia.
Amante de la pobreza.
Modelo de trabajadores.
Gloria de la vida doméstica.
Custodio de Vírgenes.
Sostén de las familias.
Consuelo de los desgraciados.
Esperanza de los enfermos.
Patrón de los moribundos.
Terror de los demonios.
Protector de la Santa Iglesia.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo:
perdónanos, Señor.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo:
escúchanos, Señor,
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo:
ten misericordia de nosotros.
V.- Le estableció señor de su casa.
R.- Y jefe de toda su hacienda.
Oremos: Oh Dios, que en tu inefable providencia, te dignaste elegir a San José por Esposo de tu Santísima Madre: concédenos, te rogamos, que merezcamos tener por intercesor en el cielo al que veneramos como protector en la tierra. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén
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