DÍA DECIMOSÉPTIMO
El Corazón de San José muy ansioso por estar siempre unido a su Jesús.
MES
EN HONOR
A SAN JOSÉ
Por un sacerdote
de la Congregación de la Misión
ORACIÓN PARA COMENZAR TODOS LOS DÍAS
Por la señal de la santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Poniéndonos en la presencia de Dios, (breve silencio)
pidiendo el auxilio de la Virgen María (breve silencio)
y del Ángel Custodio, (breve silencio)
acudamos a la presencia del Glorioso San José y supliquemos:
Dios te salve, José, lleno de la gracia divina.
Entre tus brazos descansó El Salvador
y ante tus ojos creció.
Bendito eres entre todos los hombres,
y bendito es Jesús,
el hijo divino de tu Virginal Esposa.
San José, padre adoptivo de Jesús,
ayúdanos en nuestras necesidades familiares,
de salud y de trabajo,
hasta el fin de nuestros días,
y socórrenos a la hora de nuestra muerte. Amén.”
DÍA DECIMOSÉPTIMO
El Corazón de San José muy ansioso por estar siempre unido a su Jesús.
San José vivió en la tierra como un serafín en cuerpo mortal, y su corazón saboreó durante largos períodos los hechizos del santo amor, cuando Dios, queriendo asociarlo de algún modo a la casta y eterna generación por la cual Él produce su Verbo, hizo descender al corazón de José una chispa del amor infinito que tiene por su Hijo amado, Esplendor de su gloria e Imagen viva de su sustancia. El amor de san José procedía de aquí: era como una efusión del corazón de Dios en su corazón, y el amor que tenía por Jesús le venía de la misma fuente que le había dado a este Hijo divino.
Dios quiso que recibiera como hijo suyo a este Hijo de la pureza de María, que si no tuvo parte con la Santísima Virgen en el honor de engendrarlo, sin embargo, tuvo parte con ella en los cuidados, vigilias, angustias, con que ella crió a su querida prenda. San José ocupó el lugar de padre para tan amado Hijo que nació en la tierra como un niño huérfano que no tiene padre en este mundo.
No se puede expresar con palabras, con cuánta alegría San José recibió a este Dios abandonado, y con qué corazón se ofreció a sí mismo para ser el padre de este amado Niño. Desde entonces vivió sólo para él, lo amó con un corazón y unas entrañas paternales, y unido a él con lazos muy estrechos de amor, asombró a los mismos Serafines del Paraíso.
San José siempre había estado unido a su Dios, Dios invisible que es espíritu purísimo, pero desde que la fe le reveló el misterio de la Encarnación, desde que fue destinado a ser padre nutricio, guardián, y putativo de Jesucristo, Dios y Hombre; ¡oh Dios!, un amor más sensible y más tierno, un amor natural y sobrenatural, lo unió a él y le hizo experimentar deleites y ardores hasta entonces desconocidos para el corazón del hombre y de los cuales los mismos espíritus celestiales podrían haber sentido envidia, si hubiera sido posible. Amó a su Dios que se hizo semejante a él, amó a su Dios que se hizo hijo suyo, y el hijo más hermoso de los hijos de los hombres. El Dios Todopoderoso vestido con la bondad de la infancia, el Deseado de todas las naciones, el Rey y Salvador del mundo fue confiado a su cuidado y abandonado a su guarda. Lo amó con la ternura más viva y más fuerte de la gracia y de la naturaleza sin conocer límites.
Podríamos decir aquí con el salmista: Un abismo llama a otro abismo. Porque para formar el amor de san José era necesario emplear todo lo que hay de más tierno en la naturaleza y todo lo que hay de más eficaz en la gracia: era necesario que la naturaleza estuviera allí porque su amor abrazaba a un hijo, era necesario que la gracia actuara porque su amor se refería a aquel que es Dios. Pero lo que es altamente sorprendente es que la naturaleza y la gracia ordinaria no son suficientes, porque no es propio de la naturaleza tener que amar a un hijo que es Dios, ni la gracia ordinaria hacer amar a Dios que es hijo.
Y siendo tal el amor de San José, ¿no es asombroso que su corazón ansiase vivamente unirse cada vez más al objeto amado que era su Jesús y no separarse nunca de Él? Un abismo de amor siempre busca otro abismo.
¡Ay! si nuestro corazón perteneciera enteramente a Jesús, sería también santamente deseoso de unirse a él en cada acontecimiento, en cada encuentro, pero especialmente en la santa comunión, donde Cristo es la verdadera fuente del amor. ¿Quieres estar seguro si Jesucristo reina en tu corazón con amor? Observa si hay en ti un deseo ardiente de unirte al objeto amado con frecuente comunión: observa con cuánto gusto permaneces con él, y cómo con actos, deseos y oraciones cultivas en ti esta bendita unión; finalmente observa cómo está tu corazón cuando vas a visitarlo encerrado en el Sagrario... La Eucaristía es la piedra de toque para conocer si en nuestro corazón hay amor sustancial y sincero, o superficial y aparente.
JACULATORIA
Oh admirable san José, ruega a Dios por nosotros.
AFECTOS
Eres verdaderamente admirable, oh gloriosísimo San José, por ser como el trono viviente del Verbo divino, mientras estuvo en la tierra, y como sagrario animado por la divinidad que habita entre los mortales, y altar de la Víctima destinada a redimir el universo.
Que todas las partes de tu cuerpo virginal consagradas al servicio de Jesús y María sean benditas mil y mil veces.
¡Bendito sea el pecho donde tantas veces descansó en los días de su infancia! Bienaventurados los ojos que vieron lo que todos desearon. Bienaventurados los labios que imprimieron dulces besos en el rostro de aquel a quien las inteligencias supremas del Paraíso no se atreven a acercarse. Bienaventurada aquella lengua que habló tantas veces con el Verbo de Dios.
Bienaventurados los oídos que escuchaban cotidianamente las palabras de la Verdad eterna. Benditas las manos que tocaron mil veces aquella humanidad sacrosanta de donde emanaban virtudes saludables para las almas y los cuerpos. Bienaventuradas las rodillas que sostuvieron a Aquel que sostiene el universo y lo mantiene con su palabra y lo conserva, y a cuyos pies los Serafines en el cielo tienen el honor de servir de estrado.
Bendita sea, en fin, toda tu persona, benditas las gracias, los privilegios, los dones y todas las riquezas celestiales con que fuiste enriquecido por el Señor, y especialmente benditos mil veces aquellos títulos de esposo de la Virgen y de padre putativo de Jesús, que te hicieron objeto de asombro, de admiración y de honor en el cielo y en la tierra. Oh querido, amable y admirable San José, en recompensa de estas alabanzas, dígnate bendecirme desde el cielo y mantener siempre tu mirada misericordiosa dirigida a tu pobre siervo.
LETANÍAS A SAN JOSÉ
Indulgencia de 5 años, cada vez que se recitan. Indulgencia plenaria si diariamente se recitan devotamente durante un mes. Pio XI, 25 de marzo de 1935
Señor, ten misericordia de nosotros
Cristo, ten misericordia de nosotros.
Señor, ten misericordia de nosotros.
Cristo óyenos.
Cristo escúchanos.
Dios Padre celestial,
ten misericordia de nosotros.
Dios Hijo, Redentor del mundo.
Dios Espíritu Santo.
Santa Trinidad, un solo Dios.
Santa María,
ruega por nosotros.
San José,
ruega por nosotros.
Ilustre descendiente de David.
Luz de los Patriarcas.
Esposo de la Madre de Dios.
Casto guardián de la Virgen.
Padre nutricio del Hijo de Dios.
Celoso defensor de Cristo.
Jefe de la Sagrada Familia.
José, justísimo.
José, castísimo.
José, prudentísimo.
José, valentísimo.
José, fidelísimo.
Espejo de paciencia.
Amante de la pobreza.
Modelo de trabajadores.
Gloria de la vida doméstica.
Custodio de Vírgenes.
Sostén de las familias.
Consuelo de los desgraciados.
Esperanza de los enfermos.
Patrón de los moribundos.
Terror de los demonios.
Protector de la Santa Iglesia.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo:
perdónanos, Señor.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo:
escúchanos, Señor,
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo:
ten misericordia de nosotros.
V.- Le estableció señor de su casa.
R.- Y jefe de toda su hacienda.
Oremos: Oh Dios, que en tu inefable providencia, te dignaste elegir a San José por Esposo de tu Santísima Madre: concédenos, te rogamos, que merezcamos tener por intercesor en el cielo al que veneramos como protector en la tierra. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén
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Ave María Purísima, sin pecado concebida.