domingo, 16 de marzo de 2025

17 DE MARZO. SAN PATRICIO, APÓSTOL DE IRLANDA (+HACIA EL 463)

 


17 DE MARZO

SAN PATRICIO

APÓSTOL DE IRLANDA (+HACIA EL 463)

TERTULIANO habla de pueblos inaccesibles a las águilas romanas, conquistados pacíficamente por los prodigiosos misioneros católicos: Inaccesa romanis loca, Christo autem súbdita. Uno de estos pueblos afortunados es Irlanda, «la Isla virgen», como quiere Ozanam, o mejor, la Isla de los Santos. El secreto de esta milagrosa conquista espiritual lo hallamos en aquellas palabras que dijera un apóstol de la primera hora: «Para vencer la obstinación de estos infieles, hay que exponerles nuestros dogmas con toda dulzura y moderación, de manera que se avergüencen de sus locas supersticiones sin exasperarlos».

Dulzura y moderación: he ahí el talismán misterioso —de puro sencillo Y evangélico—, que, unido a la gracia de Dios, a un sacrificio, a una perseverancia y a una actividad inauditos, florece en prodigios de conversiones, en las manos de aquellos heroicos misioneros de la vieja Britania—héroes de leyenda—, simbolizados en el mayor de todos: San Patricio. Recojamos algunos atisbos de su corazón y espíritu apostólicos, lecciones de interés para hoy.

La historia ha sido avara en noticias sobre este hombre admirable, gloria de todo un pueblo. Pero la tradición y la leyenda han sembrado su vida de maravillas. Su mismo nacimiento en un pueblecito de la costa británica, llamado Tabernia —hoy Kilpatrick— se señala con el milagro del ciego Gormás, que recobra la vista por su influjo. En la alborada de su juventud, a los quince años, el libro misterioso de la vida le muestra un capítulo insospechado. Prisionero de unos piratas, junto con otros compatriotas suyos, es vendido como esclavo en Irlanda. La desgracia no le hace perder la paz y serenidad del alma. Dios, que guía sus pasos, se vale de esta circunstancia para preparar su misión futura. Con el conocimiento de la lengua y costumbres del pueblo irlandés, aprende providencialmente los horrores de la esclavitud, que despiertan en su alma los primeros ideales redentores. La desgracia le abre también los ojos, obligándole a cifrar en Dios su confianza. En el libro de su Confesión —carácter magnánimo y pasional— nos descubre su conciencia en los largos días de cautiverio, mientras pastorea el rebaño de un druida: «El temor de Dios crecía en mí al par de la fe. El espíritu se levantaba, de suerte que de sol a sol yo decía más de cien oraciones, y otras tantas durante la noche; al alba ya estaba yo rezando en los bosques y en las montañas, sin que me lo impidiesen la nieve o la lluvia, porque el espíritu hervía dentro de mí».

Al cabo de seis años, Patricio consigue evadirse. Pasa a Francia en alas de su fervor misionero. En los santuarios monásticos más célebres de Occidente —Marmoutiers y Lérins— estudia la ciencia sagrada. Años de formación ascética y apostólica al lado de San Germán de Auxerre. ¡Las almas, las almas!»… Ese es su gran objetivo, su perenne afán. Le parece ver a los idólatras irlandeses alzando hacia él los brazos y gritando como náufragos: «Vuelve a nosotros, discípulo de Cristo; ven a traernos la salvación»...

No pudo resistir tan angustiosa llamada. El año 430 acompañó a San Gregorio en su misión de Inglaterra contra los pelagianos, y en 433 —siendo ya obispo— partió para Irlanda a recoger la herencia de San Paladio y a continuar su obra salvadora.

La entrada en la Isla tiene también su leyenda, aunque menos inverosímil que la vida real de San Patricio. Al desembarcar, se le acerca un ermitaño y le entrega un báculo, diciendo: «Jesús me ha entregado este báculo para ti. Con él harás grandes prodigios y regenerarás a Irlanda» ... Un autor moderno dice glosando esta leyenda: «Sí, Patricio tenía el báculo de Jesús, y al posarlo sobre el erial, el erial florecía, y al hendir las olas del mar, las olas se apartaban dibujando un camino, y al prestarlo a un paralítico, el paralítico andaba, y al golpear un sepulcro, se obraba una resurrección. Con él atraía a las ovejas descarriadas, corregía los vicios, domeñaba los monstruos de la impiedad y la herejía. Sí, Patricio tenía el báculo de Jesús —blando, amoroso, suave—, y por eso gobernó sabiarnente su amada tierra de Irlanda». La actividad de este aventurero de Cristo se multiplica hasta las márgenes de lo milagroso. Cruza la Isla en todas las direcciones; habla a los reyes, a los jefes de clan, al pueblo belicoso e idólatra, y los ata a todos a la Iglesia con las doradas cadenas de sus bondades y prodigios. Luego consagra obispos, erige sedes, levanta iglesias, funda escuelas, Hace un viaje a Roma, y León Magno le da nuevos compañeros de apostolado. Legislador a la par que misionero, pone el código a tono con el Evangelio. Las Leyes de San Patricio son un tesoro de ciencia, santidad y prudencia humana. La poesía pagana halla en él un mecenas entusiasta. ¿No habéis oído hablar de su encuentro con Ossián y los bardos de Erin, de la paz hecha entre la poesía y la fe?... Sus monasterios —focos irradiadores de cultura— son el asilo de la poesía céltica, la cual, al contacto con el Evangelio, llega a ser tan hermosa que «los ángeles se asoman a la tierra para escucharla»…

¡Treinta y tres años duró aquella misión inaudita! Sin violencias, sin efusión de sangre, logró San Patricio conquistar una nación entera para Dios. Una nación que, después de trece siglos, sigue fiel a su fe, sigue amándole con delirio y llamándole su santo Patrono.