DÍA VIGESIMOSÉPTIMO
El Corazón de San José rebosante de alegría por la vista de su Jesús transfigurado.
ORACIÓN
PARA COMENZAR LA MEDITACIÓN CADA DÍA
Por la señal de la santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Poniéndonos en la presencia de Dios, (breve silencio)
pidiendo el auxilio de la Virgen María (breve silencio)
y del Ángel Custodio, (breve silencio)
acudamos a la presencia del Glorioso San José y supliquemos:
Dios te salve, José, lleno de la gracia divina,
entre tus brazos descansó El Salvador
y ante tus ojos creció.
Bendito eres entre todos los hombres,
y bendito es Jesús,
el hijo divino de tu Virginal Esposa.
San José, padre adoptivo de Jesús,
ayúdanos en nuestras necesidades familiares,
de salud y de trabajo,
hasta el fin de nuestros días,
y socórrenos en la hora de nuestra muerte. Amén”.
DÍA VIGESIMOSÉPTIMO
El Corazón de San José rebosante de alegría por la vista de su Jesús transfigurado.
Es el sentimiento de un gran predicador, que el Salvador del mundo fue mucho más liberal con José que con sus tres apóstoles favoritos, Pedro, Santiago y Juan, en relación con su gloriosa transfiguración. Porque si a ellos se transfiguró una sola vez, a José su amado padre, muchas veces: si a los Apóstoles se les apareció de esta manera para confirmar su fe, a José para recompensarla. En tales ocasiones, el gran santo mejor instruido que San Pedro no pidió a Jesús no tener otra ocupación que la de contemplar su hermosura más resplandeciente que el sol, aunque experimentó las dulzuras que los Apóstoles no habían tenido en el Tabor, y que los mismos bienaventurados no sentirán en el cielo hasta después de la resurrección de los cuerpos; pero se conformó a la voluntad divina. Y si hemos de creer a San Hilario citado por santo Tomás, el divino Salvador habría estado en una transfiguración casi continua en presencia de San José. Nuestro Santo, dice, reconoció el misterio de la Encarnación y la majestad del Verbo escondido en el seno purísimo de su Esposa virginal por los rayos resplandecientes que aparecieron en torno a aquella majestuosa Doncella y hacía brillar su rostro. Ese mismo esplendor, continúa el mismo santo, aunque imperceptible a la vista simple de los demás hombres, era sin embargo tan grande que José no pudo contemplar a la hermosa Virgen hasta después del parto. El Doctor angélico, que analiza todo con exactitud, no desaprueba la opinión de algunos Padres y especialmente de Orígenes, que explica así las palabras del Evangelio: Y no la conoció hasta que dio a luz a su Hijo primogénito. José no fijó sus ojos en el rostro de la Virgen hasta que ella dio a luz a su Hijo, esplendor de la luz eterna, después de haber disminuido los rayos que antes brillaban en su rostro con tanta vivacidad. Ahora bien, si Jesús estuvo rodeado de una luz tan penetrante, aunque encerrado en el seno materno, es muy probable que aquel divino sol, habiéndose desarrollado su santa humanidad en la hermosa Nube que lo ocultaba, desprendiese continuamente luz de su cuerpo, de modo que respecto de José se puede decir que estaba en una transfiguración casi continua, como lo confirmó la Santísima Virgen, hablando en sus revelaciones a Santa Brígida.
Estas gracias fueron muy singulares y admirables, las que Jesús quiso conceder a su padre putativo para darle testimonios especialísimos de su amor, así como para recompensar su gran diligencia en apartar su mirada de los halagos y vanidades de la tierra. Siempre alejado de los gozos y satisfacciones terrenales, merecía tener su corazón rebosante de alegrías celestiales. Los gozos espirituales no pueden estar juntos con los placeres mundanos.
De la mañana a la noche, tú quieres dar satisfacción al sentido de la vista y saciar tu curiosidad contemplando los miserables objetos de la tierra, con peligro manifiesto para tu propia alma. Distraído y disipado de esta manera, te resulta difícil concentrarte en tus oraciones; y cuando comienzas a recogerte, llega ya el final de tu oración. En todos los ejercicios de piedad te encuentras árido y seco, y extrañamente distraído, y no recoges de ellos esos frutos de celestiales consuelos que las almas mortificadas, especialmente de la vista, gustan dulcemente. Haz el generoso propósito de tener desde ahora en adelante tu mirada siempre mortificada por amor de San José, y encomiéndate a él a menudo con esta jaculatoria: Aparta siempre mis ojos de las vanidades de esta tierra.
JACULATORIA
Oh San José, que fuiste coronado de honor y gloria en el cielo de manera admirable, ruega por nosotros.
AFECTOS
¡Gloriosísimo San José, las tres divinas Personas, con quienes tuvisteis las más sublimes e íntimas relaciones, oh, cómo contribuyeron a vuestra gloria y a vuestra felicidad! El Padre eterno que te había constituido como custodio de su autoridad en la tierra colocó sobre tu cabeza la corona de la inmortalidad; el Hijo divino, que te honró aquí abajo como a su Padre, te colocó en un trono luminoso; El Espíritu Santo, que te colmó de sus dones para que ejercieras dignamente el puesto de su representante ante María, te rodeó con la aureola que te distingue y te eleva por encima de todas las jerarquías angélicas. ¡Oh, cómo me regocijo al verte coronado con tanta gloria! ¡Cuánto me alegro al ver realizadas admirablemente en tu persona las divinas palabras: “El que fue custodio de su Señor será glorificado!” He aquí que, después de haber participado en las pruebas y sufrimientos de Jesús y María, con razón te conviertes en partícipe de su felicidad. ¡Oh, por qué no puedo unir mi débil voz a la de todos los coros de los bienaventurados que alaban al Señor por haberte elevado a tan sublime gloria, y repiten en tu honor sin cesar: «Gloria al siervo fiel y prudente, a quien Dios ha establecido como cabeza de su familia en la tierra»! ¡Gloria a san José, a quien le fue concedido heredar todas las bendiciones de los Patriarcas y verlas cumplidas en su virginal Esposa, Madre del Mesías, en quien son benditas todas las naciones de la tierra! ¡Oh! Obtenme de Jesús y María que también yo pueda llegar un día a contemplar tu gran gloria y a alabarte y bendecirte eternamente.
LETANÍAS A SAN JOSÉ
Indulgencia de 5 años, cada vez que se recitan. Indulgencia plenaria si diariamente se recitan devotamente durante un mes. Pio XI, 25 de marzo de 1935
Señor, ten misericordia de nosotros
Cristo, ten misericordia de nosotros.
Señor, ten misericordia de nosotros.
Cristo óyenos.
Cristo escúchanos.
Dios Padre celestial,
ten misericordia de nosotros.
Dios Hijo, Redentor del mundo.
Dios Espíritu Santo.
Santa Trinidad, un solo Dios.
Santa María,
ruega por nosotros.
San José,
ruega por nosotros.
Ilustre descendiente de David.
Luz de los Patriarcas.
Esposo de la Madre de Dios.
Casto guardián de la Virgen.
Padre nutricio del Hijo de Dios.
Celoso defensor de Cristo.
Jefe de la Sagrada Familia.
José, justísimo.
José, castísimo.
José, prudentísimo.
José, valentísimo.
José, fidelísimo.
Espejo de paciencia.
Amante de la pobreza.
Modelo de trabajadores.
Gloria de la vida doméstica.
Custodio de Vírgenes.
Sostén de las familias.
Consuelo de los desgraciados.
Esperanza de los enfermos.
Patrón de los moribundos.
Terror de los demonios.
Protector de la Santa Iglesia.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo:
perdónanos, Señor.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo:
escúchanos, Señor,
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo:
ten misericordia de nosotros.
V.- Le estableció señor de su casa.
R.- Y jefe de toda su hacienda.
Oremos: Oh Dios, que en tu inefable providencia, te dignaste elegir a San José por Esposo de tu Santísima Madre: concédenos, te rogamos, que merezcamos tener por intercesor en el cielo al que veneramos como protector en la tierra. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén
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