DÍA DECIMOPRIMERO
El corazón de san José estaba completamente inflamado de caridad hacia Jesús, a quien amaba como a un padre y como padre de un Hijo así.
MES
EN HONOR
A SAN JOSÉ
Por un sacerdote
de la Congregación de la Misión
ORACIÓN PARA COMENZAR TODOS LOS DÍAS
Por la señal de la santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Poniéndonos en la presencia de Dios, (breve silencio)
pidiendo el auxilio de la Virgen María (breve silencio)
y del Ángel Custodio, (breve silencio)
acudamos a la presencia del Glorioso San José y supliquemos:
Dios te salve, José, lleno de la gracia divina.
Entre tus brazos descansó El Salvador
y ante tus ojos creció.
Bendito eres entre todos los hombres,
y bendito es Jesús,
el hijo divino de tu Virginal Esposa.
San José, padre adoptivo de Jesús,
ayúdanos en nuestras necesidades familiares,
de salud y de trabajo,
hasta el fin de nuestros días,
y socórrenos a la hora de nuestra muerte. Amén.”
DÍA DECIMOPRIMERO
El corazón de san José estaba completamente inflamado de caridad hacia Jesús, a quien amaba como a un padre y como padre de un Hijo así.
Cuando Dios elevó a Salomón al trono después de la muerte de su padre David, le dio tal amplitud de corazón que la Escritura lo compara con la arena que está a la orilla del mar. Así pues, Dios, al declarar a José padre de Jesucristo, debía darle un corazón grande, un corazón tan amplio que pudiera amar como un padre, y como un padre al hijo de Dios. Y esto es precisamente lo que hizo el Padre eterno, dice el abad Ruperto (2), eligiendo a san José como compañero no sólo de su dignidad, sino también de su afecto paternal. Y para lograr esto, o bien formó un corazón completamente nuevo en su pecho, o bien hizo que el viejo fuera mucho más tierno que antes.
Y ciertamente, como mínimo, lo llenó del amor más puro y más fuerte que un padre puede tener; porque si la naturaleza, al hacer del hombre padre, le inflama de un amor tan grande, que éste no puede disminuir ni apagarse por muchas preocupaciones, trabajos e ingratitudes que encuentre, ¿cuánto más Dios que quiere que este hombre sea padre por la gracia, infundirá en su corazón un amor tanto más ardiente, en cuanto que las operaciones de Dios son más excelentes que las de las criaturas; y siendo la gracia en amar, según San Ambrosio, mucho más vehemente que la naturaleza?
Si añadimos además que Dios, por su propia elección, destinó a un hombre no sólo a ser padre en la forma que hemos explicado, sino padre de un hijo el más amable y perfecto que jamás pudiera imaginarse, debemos concluir con razón que la sabiduría y la bondad del gran Dios debieron encender en el corazón de este afortunado padre llamas de amor proporcionadas de algún modo a las perfecciones de aquel adorable Hijo. Así como Dios había destinado a José a ser el padre de Jesús, así infundió en su corazón un amor más ardiente que cualquier otro amor que hombre alguno haya tenido jamás por sus hijos. Cuando el príncipe de los Apóstoles San Pedro fue investido con la dignidad de Vicario de Jesucristo, en ese mismo acto se encendió en su corazón un amor digno de su oficio. Cuando Juan se convirtió en el predilecto del Salvador, le fue dado un corazón lleno de tanto amor como era necesario para inflamar a tal predilecto. No de otra manera, cuando Dios constituyó a san José padre del Verbo encarnado, fue necesario darle tanto amor como fuera necesario para sostener la dignidad de padre del Verbo encarnado. Y ciertamente no pudo ser éste un amor natural, que es también propio de los idólatras e incluso de las fieras hacia sus hijos. Aquel amor que en otros padres es un amor puramente humano, en José se convirtió en un amor completamente divino. Las fuerzas de la naturaleza son suficientes para que un padre ame a su hijo, pero necesita la ayuda de la gracia para amar a su Dios como debe. Ahora bien, José amaba perfectamente a su Dios amando a su Hijo, pues en la misma persona encontraba a su Hijo y a su Dios, y tuvo la afortunada tarea de aumentar tan santo amor, y lo aumentó sobremanera, como veremos más adelante.
¿Habéis oído, oh almas devotas? San José tenía el corazón ardiendo de caridad hacia Jesús, porque en Jesús reconocía a su Dios, a su Hijo hecho hombre por amor al género humano; y el tuyo ¿cómo arde tu corazón de amor por Jesús? En Él se encuentran tanto Dios como el hombre. Dios, es decir bondad, belleza, poder, sabiduría, santidad y, en resumen todas las perfecciones en grado infinito. En Él, pues, encontraréis la satisfacción de todos vuestros deseos, por grandes que sean, y la satisfacción de la inmensa capacidad de vuestro corazón que no puede ser colmada por ningún bien creado. Este Dios es hombre al mismo tiempo, y tomando un cuerpo y una naturaleza semejantes a los nuestros, hace sus bellezas, sus perfecciones todas divinas como son, las hace, digo, materiales, sensibles, adaptadas a nuestra debilidad, proporcionadas a nuestros sentidos. ¿Cómo, pues, podremos excusarnos de amarle, por brutos, materiales y apegados a los sentidos que seamos, teniendo en Jesucristo como fin de nuestro amor un objeto a la vez divino y humano, espiritual y sensible, y que puede satisfacer nuestro corazón, nuestra razón y nuestros sentidos, y que al mismo tiempo debe atraer nuestro respeto, nuestro amor, nuestra estima y ternura? Si permanecemos indiferentes hacia Jesucristo, o si somos tibios en su amor, hay que decir que somos más animales que hombres. Despertemos de nuestro sueño, y dejemos que el ejemplo de San José sirva para despertarnos, si sabemos servirnos de él, será un estímulo poderoso para comenzar a amar a Jesucristo con toda nuestra alma, con todo nuestro corazón, con todas nuestras fuerzas. Si te encuentras frío en tanto amor, acércate a José, acerca tu corazón al suyo, el cual, siendo como un horno de amor, lo calentará y hará que la llama bendita lo inunda.
Reflexiona, además, que este amor no debe ser sólo afectivo, sino efectivo, y lo será si a imitación de san José, haces la voluntad de Dios en todas las cosas.
JACULATORIA
Oh humildísimo san José, ruega por nosotros.
AFECTOS
¡Oh hombre verdaderamente humilde, digno de ser ensalzado, cuanto más te rebajaste voluntariamente sobre la tierra! ¡Oh gloriosísimo San José!, obtenme la gracia de un verdadero conocimiento de mí mismo, abriendo ante mis ojos el abismo de mi nada y encerrándome en él para no salir nunca más. Consígueme también que restituya a su origen aquellos bienes y dones que he recibido del cielo; soporte con gusto las contradicciones y desprecios del mundo, vacíe mi corazón de amor propio y de consideración propia para llenarlo de Dios y de celo por su mayor gloria. ¡Oh! Si me humillo con tu ayuda en todo, hallaré gracia delante de mi Dios, y mi alma será llena de favores celestiales.
LETANÍAS A SAN JOSÉ
Indulgencia de 5 años, cada vez que se recitan. Indulgencia plenaria si diariamente se recitan devotamente durante un mes. Pio XI, 25 de marzo de 1935
Señor, ten misericordia de nosotros
Cristo, ten misericordia de nosotros.
Señor, ten misericordia de nosotros.
Cristo óyenos.
Cristo escúchanos.
Dios Padre celestial,
ten misericordia de nosotros.
Dios Hijo, Redentor del mundo.
Dios Espíritu Santo.
Santa Trinidad, un solo Dios.
Santa María,
ruega por nosotros.
San José,
ruega por nosotros.
Ilustre descendiente de David.
Luz de los Patriarcas.
Esposo de la Madre de Dios.
Casto guardián de la Virgen.
Padre nutricio del Hijo de Dios.
Celoso defensor de Cristo.
Jefe de la Sagrada Familia.
José, justísimo.
José, castísimo.
José, prudentísimo.
José, valentísimo.
José, fidelísimo.
Espejo de paciencia.
Amante de la pobreza.
Modelo de trabajadores.
Gloria de la vida doméstica.
Custodio de Vírgenes.
Sostén de las familias.
Consuelo de los desgraciados.
Esperanza de los enfermos.
Patrón de los moribundos.
Terror de los demonios.
Protector de la Santa Iglesia.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo:
perdónanos, Señor.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo:
escúchanos, Señor,
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo:
ten misericordia de nosotros.
V.- Le estableció señor de su casa.
R.- Y jefe de toda su hacienda.
Oremos: Oh Dios, que en tu inefable providencia, te dignaste elegir a San José por Esposo de tu Santísima Madre: concédenos, te rogamos, que merezcamos tener por intercesor en el cielo al que veneramos como protector en la tierra. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén
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Ave María Purísima, sin pecado concebida.