jueves, 13 de marzo de 2025

DÍA 14. EL CORAZÓN DE SAN JOSÉ AMABA ARDIENTEMENTE A JESÚS CON AMOR DE AMISTAD

 

 DÍA DECIMOCUARTO

El Corazón de San José amaba ardientemente a Jesús con amor de amistad

 MES

EN HONOR

A SAN JOSÉ

Por un sacerdote

de la Congregación de la Misión

 

ORACIÓN PARA COMENZAR TODOS LOS DÍAS

 

Por la señal de la santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

 

Poniéndonos en la presencia de Dios, (breve silencio)

pidiendo el auxilio de la Virgen María (breve silencio)

y del Ángel Custodio, (breve silencio)

acudamos a la presencia del Glorioso San José y supliquemos:

 

Dios te salve, José, lleno de la gracia divina.

Entre tus brazos descansó El Salvador

y ante tus ojos creció.

Bendito eres entre todos los hombres,

y bendito es Jesús,

el hijo divino de tu Virginal Esposa.

San José, padre adoptivo de Jesús,

ayúdanos en nuestras necesidades familiares,

de salud y de  trabajo,

hasta el fin de nuestros días,

y socórrenos a la hora de nuestra muerte. Amén.”

 

DÍA DECIMOCUARTO

El Corazón de San José amaba ardientemente a Jesús con amor de amistad.

 

Los santos apóstoles fueron llamados sus amigos por el Salvador del mundo, y fueron tratados por él como amigos cuando les comunicó sus divinos secretos celestiales. San José fue considerado por Cristo como su amigo especial, porque le había comunicado el conocimiento de sí mismo y de sus secretos más que a sus otros amigos, y porque le dio un medio muy excelente para hacerse amar con singularidad.

Porque el amor que nos une a algún objeto es proporcional al conocimiento que tenemos de él, y de este modo podemos juzgar que una persona ama tanto a Jesucristo cuanto más conoce su mérito infinito más que los demás. Dicho esto, es necesario confesar que nunca se ha encontrado en la tierra hombre que llegase a comprender las admirables perfecciones de Jesucristo más que José, a quien el mismo Cielo se las reveló, revelándole el nombre del Salvador que las contiene todas en resumen. José fue quien reconoció claramente la majestad del Verbo escondido en el seno de su esposa, quien, según algunos Doctores, necesitaba que los ángeles descendieran del cielo para mantenerlo cerca de ese gran Dios del cual por profundo respeto quería distanciarse. Fue él quien reconoció los inmensos tesoros del Salvador en la angustia y pobreza de un pesebre y el esplendor de su gloria en la oscuridad de un establo. Durante treinta años fue con la Virgen a la escuela de su divino Hijo varias veces al día para aprender de sus adorables labios los profundos misterios de nuestra fe y los secretos más impenetrables de la Divinidad que no fueron confiados ni siquiera a los ángeles. Finalmente, si en el Evangelio leemos que nadie conocía a Jesús sino su Padre, y esto se entiende de su Padre eterno, de esto podemos deducir también con varios doctores graves, que ningún doctor de la ley, ningún profeta ni ningún patriarca tuvo un conocimiento tan claro de la Palabra hecha carne como san José. Si es cierto que penetró lo más impenetrable en las perfecciones de Jesús, es también creíble que lo amó con el amor más grande que se pueda entender.

El Espíritu Santo pronunció en los Proverbios  una sentencia muy favorable a nuestro argumento. ¿Cómo es posible, dice, que un hombre esconda fuego en su seno sin que sus ropas ardan? Es decir, ¿cómo es posible que una persona tenga mucho amor en su corazón, sin que sus efectos sean claramente visibles en el exterior?

Así, los verdaderos amigos de Jesús no se contentaron con hacer aparecer débilmente su llama, sino que mostraron su amor a través de sus efectos, como lo hizo San José. El cómo lo hizo, ya lo veremos más adelante.

Mientras tanto, alma devota, aprende a conocer a Jesucristo para que puedas amarlo sobre todas las cosas. Es imposible progresar en este amor sin ese conocimiento. El apóstol san Pablo protestó que no conocía nada más que a Jesucristo. Llegó a poseer tal conocimiento y, por lo tanto, llegó a amarlo ardientemente. Este conocimiento se adquiere a través del estudio continuo y profundo.

San Felipe Benicio decía que Jesucristo crucificado era su libro, y de tal libro aprendió aquella sabiduría celestial que es la que forma a los santos. Cualquier otro estudio y ocupación que nos distraiga de esto es inútil y perjudicial. Los demás estudios por sí solos no nos servirán de nada para la eternidad, si no están ordenados, dirigidos y empleados por el estudio de Jesucristo. Todo lo que pudiera impedirme el alto conocimiento de Jesucristo me parece pérdida, dice el alabado Apóstol. Este divino Salvador dijo que él era el camino, la verdad y la vida. Sin el camino no se puede caminar, sin la verdad no se puede saber,  sin la vida no se puede vivir. Jesús es el camino que nunca falla, la verdad que nunca engaña, la vida que nunca termina. Con Él iremos a su divino Padre, y alcanzaremos la vida eterna.

 

JACULATORIA

Oh pacientísimo san José, ruega por nosotros.

 

AFECTOS

Oh Bienaventurado José, oh alma santísima, que aunque no has sufrido los tormentos del martirio, ni has sido traspasado por las espadas de los tiranos, sin embargo tienes todo el mérito del martirio, y como mártir recibiste allá arriba la más espléndida aureola en el cielo. Las Iglesias orientales tienen por cierto que, antes de vuestra muerte, Jesús os hizo gustar el cáliz de su futura pasión, describiéndoos todas sus partes y todas las circunstancias de su muerte, después de tres horas de dolorosa agonía, y todo lo demás que habían predicho los profetas. Desde entonces tu espíritu fue sumergido en un mar de amargura, tu corazón fue traspasado por la espada del dolor, y tus ojos se convirtieron en dos fuentes de lágrimas muy amargas.

¡Oh, en qué ejercicio de paciencia y de perfecta resignación pasaste el resto de tus días, y especialmente los últimos de tu vida, durante los cuales, teniendo los dos objetos de tu amor, Jesús y María, cerca del lecho de tu dolor, tenías siempre presente en tu mente su futuro martirio! Oh querido san José, en memoria de tus muchos sufrimientos, alcánzame una paciencia invencible para soportar aquello que Dios ya ha decretado en reparación por mis pecados, para el ejercicio de la virtud y para la santificación de mi alma.

 

 

 

LETANÍAS A SAN JOSÉ

Indulgencia de 5 años, cada vez que se recitan. Indulgencia plenaria si diariamente se recitan devotamente durante un mes. Pio XI, 25 de marzo de 1935

 

Señor, ten misericordia de nosotros

Cristo, ten misericordia de nosotros.

Señor, ten misericordia de nosotros.

 

Cristo óyenos.

Cristo escúchanos.

 

Dios Padre celestial,

ten misericordia de nosotros.

Dios Hijo, Redentor del mundo.

Dios Espíritu Santo.

Santa Trinidad, un solo Dios.

 

Santa María,

ruega por nosotros.

San José,

ruega por nosotros.

Ilustre descendiente de David.

Luz de los Patriarcas.

Esposo de la Madre de Dios.

Casto guardián de la Virgen.

Padre nutricio del Hijo de Dios.

Celoso defensor de Cristo.

Jefe de la Sagrada Familia.

José, justísimo.

José, castísimo.

José, prudentísimo.

José, valentísimo.

José, fidelísimo.

Espejo de paciencia.

Amante de la pobreza.

Modelo de trabajadores.

Gloria de la vida doméstica.

Custodio de Vírgenes.

Sostén de las familias.

Consuelo de los desgraciados.

Esperanza de los enfermos.

Patrón de los moribundos.

Terror de los demonios.

Protector de la Santa Iglesia.

 

Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo:

perdónanos, Señor.

Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo:

escúchanos, Señor,

Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo:

ten misericordia de nosotros.

 

V.- Le estableció señor de su casa.

R.- Y jefe de toda su hacienda.

 

Oremos: Oh Dios, que en tu inefable providencia, te dignaste elegir a San José por Esposo de tu Santísima Madre: concédenos, te rogamos, que merezcamos tener por intercesor en el cielo al que veneramos como protector en la tierra. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén

***

Querido hermano: si te ha gustado esta meditación del mes de san José, compártela con tus familiares y amigos.

***

Ave María Purísima, sin pecado concebida.