DÍA DECIMOSEXTO
El corazón de San José amaba mucho a Jesús porque sufría mucho por él.
MES
EN HONOR
A SAN JOSÉ
Por un sacerdote
de la Congregación de la Misión
ORACIÓN PARA COMENZAR TODOS LOS DÍAS
Por la señal de la santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Poniéndonos en la presencia de Dios, (breve silencio)
pidiendo el auxilio de la Virgen María (breve silencio)
y del Ángel Custodio, (breve silencio)
acudamos a la presencia del Glorioso San José y supliquemos:
Dios te salve, José, lleno de la gracia divina.
Entre tus brazos descansó El Salvador
y ante tus ojos creció.
Bendito eres entre todos los hombres,
y bendito es Jesús,
el hijo divino de tu Virginal Esposa.
San José, padre adoptivo de Jesús,
ayúdanos en nuestras necesidades familiares,
de salud y de trabajo,
hasta el fin de nuestros días,
y socórrenos a la hora de nuestra muerte. Amén.”
DÍA DECIMOSEXTO
El corazón de San José amaba mucho a Jesús porque sufría mucho por él.
La vida de San José fue un continuo entramado de dolores, preocupaciones y tribulaciones, desde su juventud hasta el nacimiento de Jesús, y desde el nacimiento de Jesús hasta el último momento de su vida. Pero propiamente hablando, como el corazón de José comenzó a amar a Jesucristo desde el momento en que le fue revelado el misterio de la Encarnación, realizado en el seno virginal de María, su esposa, así se puede decir que desde aquel momento comenzó a ser traspasado y a soportar toda clase de tribulaciones y dolores por su amor.
Cuando se promulgó el edicto de César Augusto, San José se vio en la necesidad de partir con su mujer y desplazarse desde Nazaret hasta Belén para censarse. Y quién puede imaginarse cómo se entristeció su corazón ante las duras penalidades que sufrió su esposa embarazada en aquel difícil viaje.
Habiendo llegado a Belén, con la mayor diligencia buscó alojamiento en todos los lugares de la ciudad, recibiendo la más grosera negativa incluso de amigos y parientes. Cansados del viaje, se vieron obligados a abandonar la ciudad para buscar algún refugio fuera de ella, y lo encontraron en un establo, que era el lugar destinado desde la eternidad para el nacimiento del Salvador del mundo. San José sufrió mucho en estas circunstancias, pero su mayor angustia era por lo que sufría su Inmaculada Esposa, que estaba a punto de dar a luz al divino Niño.
Una vez nacido el Niño, por una parte, estaba sumamente consolado en su corazón, pero por otra parte estaba lleno de tristeza al verlo expuesto a todas las inclemencias del frío invierno, a mil incomodidades y privaciones. Ocho días después de su nacimiento, ¡oh Dios! con qué dolor fue traspasado su corazón de padre cuando su carne fue desgarrada por el cuchillo de la circuncisión, cuando oyó sus tiernos gritos y vio su sangre divina siendo derramada. Después de la purificación de su santísima Esposa, con ocasión de la cual participó de su dolor al oír el terrible presagio de Simeón, el Ángel del Señor se le apareció de noche mientras dormía, y le mandó de parte de Dios que se levantara, tomara al Niño y a su Madre y huyera a Egipto en busca de refugio, porque Herodes lo buscaba para darle muerte. Tuvo que salir de Judea para ir a Egipto, país de bárbaros e idólatras, y salir de noche, sin tener lo necesario para ese viaje tan largo y penoso....
¡Oh! ¡Qué otra espada de dolor fue ésta para su corazón! ¿Y cómo María pudo exponerse a tantas penalidades? ¿Y el Divino Infante? Quien pueda, comprenda estas terribles angustias que sufre con perfecta resignación, pero que siente vivamente en su corazón. Durante muchos años, Egipto fue el lugar de su exilio, de sus angustias, de su dolor. Oye de nuevo la voz del Ángel que lo despierta y le ordena regresar a Judea, pues Herodes ya está muerto.
He aquí una nueva fuente de preocupaciones y dolor ante el nuevo viaje que era necesario emprender, sumándose la noticia de que Arquelao, hijo de Herodes, reina en su lugar. Esta noticia nubla su alma, lo llena de temor y no se atreve a continuar el viaje para no exponer al querido Niño Divino a un nuevo peligro. Pasó su vida en constante trabajo, sudando, trabajando y sufriendo siempre por su Jesús. Cuando éste cumplió doce años, fue con María y José a Jerusalén para celebrar el solemne día de Pascua. A su regreso, Jesús se esconde de su mirada y de la de María, y cuando llega la noche se dan cuenta de que lo han perdido. Durante tres días y tres noches lo buscaron, y para ambos fueron tres días y tres noches de martirio. Durante el resto de su vida, teniendo siempre presente la terrible profecía de Simeón, y lo que los Profetas habían predicho sobre los dolores, pasión y muerte de Cristo, y lo que el mismo Cristo le habría revelado junto con María su esposa acerca de su pasión, él pudo decir que su vida fue una vida de dolor, de angustia, de gemidos, de suspiros; y, por las mismas razones, tal fue su muerte, aunque preciosísima por la asistencia de su divino Hijo y de su Madre. Éstas son las pruebas seguras y solemnes que san José dio continuamente de su amor a Jesucristo.
¡Qué ejemplo y qué estímulo es éste, almas devotas! No basta decir con la boca que se ama a Jesús, sentir afecto por él en el corazón: es necesario darle pruebas seguras de ello a fuerza de sufrimiento. Nuestra vida debe ser un martirio continuo que debemos sufrir por amor a Jesús, y este amor la endulzará y la hará aún más dulce, como les ha sucedido siempre a los verdaderos amantes del Salvador. Ánimo entonces; y con presteza recorramos el camino del sufrimiento, teniendo siempre ante los ojos, como dice San Pablo, a Aquel que por nuestro amor quiso ser crucificado.
Él, que es la paciencia de los santos, nos la concederá también a nosotros. Recordemos que a la hora de la muerte nos dolerá el saber que el tiempo de sufrir algo por amor de Dios está por terminar, y en consecuencia terminará también el medio de enriquecernos con méritos y aumentar la gloria del Cielo.
Aprovechemos, pues, el tiempo, la gracia y todas las ocasiones que la Providencia nos presenta para dar, a través del sufrimiento, testimonios de amor a nuestro Señor Jesucristo.
JACULATORIA
Oh amado San José, ruega por nosotros.
AFECTOS
Oh José, el más amable de todas las criaturas después de la Santísima Virgen, tu esposa. Tú fuiste verdaderamente feliz porque fuiste dotado de un alma y de un cuerpo tan perfeccionado en el orden de la naturaleza y de la gracia, que te hizo inmensamente más amable que el antiguo José, que fue la admiración de todo Egipto. Estás adornado en tu alma con un entendimiento muy claro, con una voluntad muy inclinada al bien, con una memoria muy dichosa, con un natural muy dulce y con un espíritu excelente.
Estás adornado en tu cuerpo con la elegancia, la buena gracia, los dulces modales, la gentileza y la prudencia, la modestia y el recato, compuesto en tu andar, modesto en tu comportamiento, en tus palabras y en tus hábitos. Tu alma era bella a los ojos de Dios, tu cuerpo era gracioso y amable y por eso aceptado y amado por los hombres. Dios te enriqueció con tal gracia y bondad para que pudieses corresponder a los planes que Él trazó sobre ti desde la eternidad, haciéndote digno padre de su divino Verbo, digno esposo de su santísima Madre y querido y reconocido por todo el pueblo cristiano.
¡Oh! Atráenos hacia ti con tus dulces y amables atractivos, para que logremos seguirte imitando tus virtudes.
LETANÍAS A SAN JOSÉ
Indulgencia de 5 años, cada vez que se recitan. Indulgencia plenaria si diariamente se recitan devotamente durante un mes. Pio XI, 25 de marzo de 1935
Señor, ten misericordia de nosotros
Cristo, ten misericordia de nosotros.
Señor, ten misericordia de nosotros.
Cristo óyenos.
Cristo escúchanos.
Dios Padre celestial,
ten misericordia de nosotros.
Dios Hijo, Redentor del mundo.
Dios Espíritu Santo.
Santa Trinidad, un solo Dios.
Santa María,
ruega por nosotros.
San José,
ruega por nosotros.
Ilustre descendiente de David.
Luz de los Patriarcas.
Esposo de la Madre de Dios.
Casto guardián de la Virgen.
Padre nutricio del Hijo de Dios.
Celoso defensor de Cristo.
Jefe de la Sagrada Familia.
José, justísimo.
José, castísimo.
José, prudentísimo.
José, valentísimo.
José, fidelísimo.
Espejo de paciencia.
Amante de la pobreza.
Modelo de trabajadores.
Gloria de la vida doméstica.
Custodio de Vírgenes.
Sostén de las familias.
Consuelo de los desgraciados.
Esperanza de los enfermos.
Patrón de los moribundos.
Terror de los demonios.
Protector de la Santa Iglesia.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo:
perdónanos, Señor.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo:
escúchanos, Señor,
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo:
ten misericordia de nosotros.
V.- Le estableció señor de su casa.
R.- Y jefe de toda su hacienda.
Oremos: Oh Dios, que en tu inefable providencia, te dignaste elegir a San José por Esposo de tu Santísima Madre: concédenos, te rogamos, que merezcamos tener por intercesor en el cielo al que veneramos como protector en la tierra. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén
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Ave María Purísima, sin pecado concebida.