lunes, 17 de marzo de 2025

DÍA 18. EL CORAZÓN DE SAN JOSÉ ESTABA DESOLADO POR LA PÉRDIDA DE SU JESÚS

DÍA DECIMOOCTAVO

El Corazón de San José está desolado por la pérdida de su Jesús.

 

ORACIÓN

PARA COMENZAR LA MEDITACIÓN CADA DÍA

 

Por la señal de la santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

 

Poniéndonos en la presencia de Dios, (breve silencio)

pidiendo el auxilio de la Virgen María (breve silencio)

y del Ángel Custodio, (breve silencio)

acudamos a la presencia del Glorioso San José y supliquemos:

 

Dios te salve, José, lleno de la gracia divina,

entre tus brazos descansó El Salvador

y ante tus ojos creció.

Bendito eres entre todos los hombres,

y bendito es Jesús,

el hijo divino de tu Virginal Esposa.

San José, padre adoptivo de Jesús,

ayúdanos en nuestras necesidades familiares,

de salud y de trabajo,

hasta el fin de nuestros días,

y socórrenos en la hora de nuestra muerte. Amén”.

 

DÍA DECIMOOCTAVO

El Corazón de San José está desolado por la pérdida de su Jesús.

 

San José nunca se hubiera apartado de Jesús, objeto amado de su amor, ni por todo el oro del mundo, y sin embargo quedó sin él, ¡oh Dios! durante tres días y tres noches. No perdió ya su gracia, ni su amor, sino la presencia sensible del Divino Niño, que permaneció en Jerusalén mientras él le creía en el camino de regreso con María o con los otros peregrinos. Esos tres días y tres noches fueron como tres años para él y para su Esposa Virgen, pues sus corazones le amaban con ternura. No experimentó tan vivo dolor Jacob por la ausencia de su hijo Benjamín, como lo experimentó José separado de Jesús; y me imagino que repitió varias veces como Rubén, traspasado por una cruel angustia de no volver a ver a su hermano menor: El niño no aparece; y yo, ¿a dónde iré? El padre y la madre de Tobías y el dolor que sintieron por la demora en el regreso de su amado hijo en su viaje a Ragés, son figura lánguida de la profunda desolación que sintieron José y María en la dolorosa circunstancia de la pérdida de su amado hijo Jesús, sumergidos en un mar de tristeza, seguramente habrán repetido varias veces las palabras de David, uno de sus antepasados: Mis lágrimas han sido mi alimento de día y de noche, Mientras me dicen todo el día: «¿Dónde está tu Dios?».

¡María estaba en compañía de este padre afligido, y era una compañía, oh, cuánto dulce para su corazón! María, cuya sola presencia siempre benéfica había traído la misma alegría y santidad al corazón de Juan Bautista aún encerrado en el seno de su madre Isabel; María, cuya sola mirada es capaz de llenar de alegría a los ángeles del paraíso, cuya palabra basta para calmar las más negras melancolías y las más furiosas tempestades del corazón como leche y miel en la lengua; María, esta dulce consoladora de los hijos de Eva, no podía consolar a su esposo porque ella también estaba desconsolada, y las penas y angustias de tan dulce esposa, de tan tierna madre, aumentaban sin medida su atroz dolor. Este dolor que laceraba continuamente el corazón de san José al verse privado de su amado Jesús, no le impedía ir por los diferentes lugares en búsqueda de noticias del Divino Niño. Y si los Apóstoles en aquellos tres días en que el Salvador estuvo en el sepulcro, esperaban su resurrección y deseaban tanto volver a verlo, tanto más anhelaba san José encontrar al que había perdido; y sin embargo, si el miedo obligó a los Apóstoles a esconderse, el amor vehemente que encendió a José lo impulsó a correr incansablemente por todos los lugares para poder encontrar y ver cuanto antes al Hijo del Padre Eterno, su  hijo adoptivo, y esta dolorosa ausencia hizo en él una nueva impresión de amor y de ternura.

¿Habéis oído, almas piadosas, cuánto dolor y cuántas lágrimas le costó a José la pérdida de su Jesús? Tenéis la dicha de poseer en vuestra alma este precioso tesoro, y no mereceríais el título de personas piadosas y devotas si esto no ocurriese en vosotros. ¡Y aunque sea así, podéis perderlo y quedaros privados de su amistad! Y puede ser que lo hayáis perdido varias veces, y que estéis expuestos a perderlo de vez en cuando por alguna mezquina satisfacción, por un mal pensamiento consentido, por alguna grave falta contra los santos votos, si estáis obligados a ellos, o contra la caridad por alguna reprensible y excesiva curiosidad, o por alguna transgresión grave de vuestros deberes. Pues bien, en tan fatales circunstancias en que tu alma se vio privada del Bien supremo, ¿fuiste oprimido por el dolor y atravesado por un sentimiento de verdadera penitencia o permaneciste indiferente, tibio y lánguido como si no hubieras incurrido en ninguna desgracia? Reflexionad y pensad esto por lo que pudiera suceder, que un alma caída en pecado grave es un alma caída en un profundo abismo del que no puede volver a levantarse sin una mano benéfica que se esfuerce en socorrerla. ¿Y se puede vivir indiferente y en paz en un estado tan terrible? Mejor es despertar del sueño de la muerte, e inmediatamente gritar con las manos alzadas al cielo, “¡Misericordia, Señor, ten piedad de nuestras almas! si no tú no nos socorres estamos perdidos”, como dijeron los Apóstoles, en medio de la tormenta. Por eso debéis poner todo cuidado en recuperar el Bien Supremo perdido, acercándoos al Sacramento de la Penitencia con una confesión diligente, sincera y dolorosa.

 

JACULATORIA

Oh San José, a quien se le dio ver y oír lo que muchos reyes anhelaron oír y ver, y no les fue concedido, ruega por nosotros.

AFECTOS

Oh afortunadísimo San José, en el transcurso de más cuarenta siglos aparecieron en el mundo muchos reyes e ilustres personalidades, que se encendieron en los más vivos deseos de ver y oír al que había de aparecer en el mundo para consolarlo, instruirlo, redimirlo y salvarlo, pero no fueron tenidos por dignos de tal gracia. Tú tuviste la suerte incomparable no sólo de ver y oír al Mesías tan esperado, sino de tenerlo entre tus brazos embriagado por los torrentes de amor que el Padre Eterno derramó sobre ti, y por los gozos puros con los que tu corazón se llenó; tuviste la suerte de tener al pequeño Rey de la gloria abrazado a tu cuello, y recostarlo en tu pecho para darle un descanso placentero. Oh José, mantuviste tu mirada fija en él, y al mirarlo habrás dicho: ¡Oh, cuán hermoso y encantador es este divino Infante, cuán ligero es para mí una carga tan grande, cuán rico un tesoro tan grande!  Y entonces, ¡oh, qué fuertes los latidos de tu corazón, las emociones, los embelesos y los más dulces arrebatos de tu espíritu, cuando bebiste abundantemente en la fuente del amor! A decir verdad, tu corazón estaba como desgarrado por la fuerza del afecto y tu alma derretida por la dulzura. Cuántas veces habrías muerto de puro amor y de pura alegría, si Jesús no hubiera convertido en natural tu amor y alegría, o no hubiese obrado algún prodigio secreto como el empleado en el horno de Babilonia, en el que los tres niños permanecieron en medio del fuego sin ser quemados. ¡Aquí, aquí está la fortuna, los honores y la dicha más sublime que Dios se ha dignado concederte con preferencia a cuantos otros grandes hombres que os han precedido! ¡Bendito sea el Dios de Israel que tanto te ha distinguido y exaltado!

 

 

 

LETANÍAS A SAN JOSÉ

Indulgencia de 5 años, cada vez que se recitan. Indulgencia plenaria si diariamente se recitan devotamente durante un mes. Pio XI, 25 de marzo de 1935

 

Señor, ten misericordia de nosotros

Cristo, ten misericordia de nosotros.

Señor, ten misericordia de nosotros.

 

Cristo óyenos.

Cristo escúchanos.

 

Dios Padre celestial,

ten misericordia de nosotros.

Dios Hijo, Redentor del mundo.

Dios Espíritu Santo.

Santa Trinidad, un solo Dios.

 

Santa María,

ruega por nosotros.

San José,

ruega por nosotros.

Ilustre descendiente de David.

Luz de los Patriarcas.

Esposo de la Madre de Dios.

Casto guardián de la Virgen.

Padre nutricio del Hijo de Dios.

Celoso defensor de Cristo.

Jefe de la Sagrada Familia.

José, justísimo.

José, castísimo.

José, prudentísimo.

José, valentísimo.

José, fidelísimo.

Espejo de paciencia.

Amante de la pobreza.

Modelo de trabajadores.

Gloria de la vida doméstica.

Custodio de Vírgenes.

Sostén de las familias.

Consuelo de los desgraciados.

Esperanza de los enfermos.

Patrón de los moribundos.

Terror de los demonios.

Protector de la Santa Iglesia.

 

Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo:

perdónanos, Señor.

Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo:

escúchanos, Señor,

Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo:

ten misericordia de nosotros.

 

V.- Le estableció señor de su casa.

R.- Y jefe de toda su hacienda.

 

Oremos: Oh Dios, que en tu inefable providencia, te dignaste elegir a San José por Esposo de tu Santísima Madre: concédenos, te rogamos, que merezcamos tener por intercesor en el cielo al que veneramos como protector en la tierra. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén

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