domingo, 26 de septiembre de 2021

DE LOS MALOS PENSAMIENTOS. San Alfonso María de Ligorio

 

  SERMÓN XLVII PARA LA DOMINICA DECIMAOCTAVA DESPUÉS DE PENTECOSTES

DE LOS MALOS PENSAMIENTOS
 
Cum vidisset cogitatione eorum, dixit: ut quit cogitatis mala in cordibus vestris? Viendo sus pensamientos, dijo: ¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? (Matth. IX, 4)

Cuenta el Evangelio que le presentaron a Jesucristo un paralítico para que le sanase: el Señor le sanó, no solamente el cuerpo, sino también el alma, perdonándole sus pecados, y luego le dijo: Confide, fili, remittuntur tibi peccata tua: Ten confianza, hijo, te se perdonan tus pecados. Oyendo estas palabras algunos escribas, decían en su interior: ¿Quien es este que hasta los pecados perdona? Sin duda blasfema : Hic blasphemat. Pero nuestro divino Salvador les manifestó que penetraba sus malos pensamientos, diciéndoles: Ut quid cogitatis mala in cordibus vestris? ¿Por qué abrigáis malos pensamientos en vuestros corazones? De aquí se infiere, que Dios penetra los malos pensamientos más ocultos de nuestro corazón y los castiga. Los jueces del mundo prohíben y castigan solamente los delitos externos, porque los hombres sólo ven lo que hacemos: Homo videt ea quae parent; (1. Reg. 16,7.) pero no lo que pensamos; más Dios que ve también lo que pasa en nuestro interior, Dominus autem intuetur cor, (Ibid.) prohíbe y castiga también los malos pensamientos. Examinaremos por tanto:
En el Punto 1°. Cuando es pecado el pensamiento malo.
En el 2°. El gran peligro que nos causa el consentir en los malos pensamientos.
En el 3°. Cuales son los remedios contra los malos pensamientos.

Punto 1°. Cuando es pecado el pensamiento malo.
1. De dos modos se engañan los hombres acerca de los malos pensamientos: algunos que temen a Dios, pero se hallan dotados de poco entendimiento y son escrupulosos, temen que todo mal pensamiento que se ceba en su imaginación, es pecado. Este es un error, porque no son pecados los malos pensamientos, sino los pensamientos malos a los cuales prestamos nuestro consentimiento. Toda la malicia del pecado mortal consiste en la mala voluntad, es decir, en el asentimiento que damos al pecado, o en la voluntad que concebimos de pecar, con plena advertencia de que aquella obra o acción que queremos practicar es mala. Por esto enseña S. Agustín, que si la voluntad no consiente en ella, no puede haber pecado: Nullo modo sitp eccatum, si non sit voluntarium. ( De vera Rel. cap. 14.) Por grande, pues, que sea la tentación, y la rebelion de los sentidos, y los movimientos malos de la parte inferior o del cuerpo contra la superior o espiritual, no habrá pecado, si no hay antes consentimiento; porque, según S. Bernardo, no daña el sentido o la tentación que éste experimenta, si no consiente la voluntad: Non nocet sensus, ubi non est consensus. ( De Inter, domo cap. 19.)

2. Hasta los santos son atormentados de las tentaciones. Y aun digo más: mucho más se afana el demonio para hacer caer a los santos, que a los pecadores, porque haciendo caer a los primeros, piensa apoderarse de una presa más importante y de mejor valía. Y por eso dice el profeta Habacuc, que los santos son el manjar que prefiere el enemigo: In ipsis incrassata est pars ejus, et cibus ejus electus. (Habac. 1,16.) Y luego añade, que el maligno contra todos tiende la red, y no perdona a ninguno, con el fin de despojarlos de la vida de la gracia: Propter hoc ergo expandit sagenam suam, et semper ínterficere gentes non parcit. (Ibid. v. 17.) Hasta el mismo san Pablo después que fue hecho vaso de elección, gemía afligido, viéndose acosado de las tentaciones deshonestas, como él mismo confiesa: Datus est mihi stimulus camis mea angelus satae, qui me colaphizet. (2. Cor. 14,7.) Y por esto rogó al Señor tres veces que le librase de ellas. Y el Señor le respondió : Te basta mi gracia: Propter quod ter Dominum rogavi, ut discederet a me; et dixit mihi: Sufficit tibi gratia mea, nam virtus in infirmitate perficitur. (Ibid. v. 8 et 9.) Dios permite que hasta sus siervos sean tentados, ya para probarlos, ya para purificarlos de sus imperfecciones. Y aquí voy a exponer una doctrina para consuelo de las almas timoratas y escrupulosas, doctrina que enseñan comúnmente los teólogos. Dicen estos, que cuando un alma temerosa de Dios y enemiga del pecado, duda si consintió o no en el mal pensamiento, no está obligada a confesarle, porque es moralmente cierto que no consintió en él: pues si realmente hubiese caído en un pecado grave, no dudaría, siendo el pecado mortal un monstruo tan horrible para el hombre temeroso de Dios, que es imposible cometerle, u hospedarle en su alma sin conocerlo.

3. Otros que no son escrupulosos, sino ignorantes y de robusta conciencia, piensan que no es pecado grave el mal pensamiento consentido, cuando no se pone por obra. Este error es peor todavía que el primero. Lo que no se puede hacer, tampoco puede desearse; y por esto el mal pensamiento una vez consentido, tiene la misma malicia que si se pone en ejecución: porque lo mismo nos hacen enemigos de Dios las malas obras, que los malos deseos: Perverse cogitationes separunt a Deo. (Sapient. 1,3.) Y así como a Dios le están patentes las obras malas, lo están también los malos pensamientos, que son condenados y castigados por él: Deus scientiarum Dominas est, et ipsi preparantur cogitationes. (1. Reg. 2,3.)

4. Más ni todos los malos pensamientos son culpables, ni todos los culpables lo son igualmente. En el mal pensamiento pueden concurrir tres cosas, a saber: La sugestión, la delectación y el consentimiento. La sugestión es aquel pensamiento malo que primeramente hiere nuestra imaginación: y esto no es pecado, antes nos sirve de mérito cuando le desechamos; porque como dice S. Antonino, cuantas veces resistimos, conseguimos una victoria: Quoties resistis, toties coronaris. Viene después la delectación, cuando el hombre tentado piensa en aquel mal pensamiento y se deleita con sus atractivos. Hasta que la voluntad no consiente, no peca mortalmente, sino solamente venial, y se pone en peligro de consentir, si no resiste a la tentación. Sin embargo, cuando este peligro no es próximo no hay pecado mortal. Pero es preciso advertir aquí, que cuando el pensamiento que deleita es de materia torpe, dicen comúnmente los doctores, que estamos obligados, bajo culpa grave, a resistir positivamente a la delectación, por el peligro que hay, si no resistimos, de que arrastre nuestra voluntad a darle el consentimiento, como dice S. Anselmo: Si desechamos la delectación, esta se conviene en consentimiento, y mata al alma : Nisi quis repulerit delectationem, delectatio in consensum transit, et occidit animam (S. Ans. Símil. c. 40.) Por esto aun cuando no se consienta en el pecado, se peca mortalmente por el peligro próximo en que se pone de consentir, mientras se deleita con el objeto obsceno y no procura resistir. Por eso el profeta Jeremías dice: Usquequo morabuntur in te cogitationes noxiae? (Jer. 4, 14.) ¿Por qué conservas en tu imaginación aquel mal pensamiento, sin procurar desterrarle de tu corazón? Dios quiere que guardemos el corazón con el mayor cuidado, porque del corazón, esto es, de la voluntad, depende nuestra vida espiritual: Omni custodia serva cor tuum, quoniam ex ipso procedit. (Prov 4,23.) Finalmente el consentimiento, que es quien convierte la tentación en pecado, tiene efecto, cuando el hombre sabe claramente que aquella tentación, o aquel mal pensamiento es culpa grave, y no obstante la abraza con su voluntad y desea practicarla.

5. De dos modos se peca gravemente de pensamiento, con el deseo y con la complacencia. Se peca con el deseo, cuando la persona quiere hacer el mal que desea, o querría hacerlo si se le presentase la ocasión; y entonces el deseo es culpa leve o grave, según fuere la cosa que se desea. Sin embargo, es cierto que el pecado consumado, siempre aumenta la malicia de la voluntad, por la mayor complacencia que ordinariamente hay en el acto externo consumado, o al menos por la mayor duración del deleite; y así debe explicarse siempre en la confesión, si al deseo se siguió el acto. Se peca por complacencia, cuando el hombre no quiere cometer el pecado, pero se complace pensando en él, como si realmente le cometiera. A esta complacencia llamamos delectación morosa; y se llama así, no por razón del tiempo en que la imaginación se deleita con aquel acto impúdico, sino por razón de la voluntad que se entretiene y deleita con aquel mal pensamiento; y por tanto el pecado de complacencia se puede cometer en un momento. Debe entretenerse la voluntad con gusto, como enseña Sto. Tomás, para quitar el escrúpulo a las personas timoratas, que tal vez experimentan algunas delectaciones contra su voluntad, aunque se violenten para desterrarlas de la imaginación: Dicitur morosa, non ex mora temporis, sed ex eo quod ratio deliberans circa eam immoratur, revolveos libenter quae statim respui debuerunt. (1, 2. q, 74, a. 1 ad 3.) Deben saber pues éstas: que aunque la naturaleza experimente cierto deleite mientras dura la tentación, no se comete pecado grave hasta que la voluntad consiente en ella; porque no hay pecado donde no hay voluntad, como dice san Agustín: Malum nullo modo sit peccatum, si non sit voluntarium. (De vera Rel. c. 14.) En tal caso aconsejan los maestros espirituales, que vale más ocupar la imaginación en algún otro objeto espiritual, que cansarse en desechar el mal pensamiento. En las demás tentaciones conviene combatir el mal pensamiento, luchando con él frente a frente; pero en las de impureza es preciso evitar las ocasiones, si queremos obtener la victoria.

Punto 2°. El gran peligro que causan los malos pensamientos.
6. Debemos guardarnos con toda cautela de los malos pensamientos, que son llamados abominación de Dios en los Proverbios (15, 26.): Abominatio Domini cogitationes malae. Se llaman así, porque, como dice el santo concilio de Trento, los malos pensamientos, especialmente los que son contra el nono y décimo precepto, causan tal vez más daño al alma y son más peligrosos que el mismo pecado consumado: Nonnumquam anima gravius sauciant, el periculosiora sunt iis, quae in manifesto admittuntur. (Sess. 14, de Paen. cap. 5.) Son más peligrosos por muchas razones : 1a. Porque los pecados de pensamiento son más fáciles de cometerse que los de obra. A los de obra les falta la ocasión muchas veces; pero los malos pensamientos se tienen aun cuando no hay ocasión. Además, cuando el corazón ha vuelto las espaldas a Dios, está continuamente queriendo el mal que le deleita, y así comete pecados sin número: Cuncta cogitatio cordis intenta ad malum omni tempore. (Gen. 6, 5.)

7. 2a. A la hora de la muerte no se pueden cometer pecados de obra, pero pueden cometerse de pensamiento, y es fácil que los cometa el que durante su vida se acostumbró a fomentarlos en su imaginación. Y mucho más entonces cuando son más violentas las tentaciones del demonio, el cual, viendo que le queda poco tiempo para engañar a aquella alma, la tienta con mayor fuerza y furor, como dice S. Juan en el Apocalipsis: Descendit diabolus ad vos habens iram magnarn, sciens quod modicum tempus habet. (Apoc. 12,12.) Estando S. Eleázaro en peligro de muerte, cuenta Surio, que tuvo tales tentaciones y malos pensamientos, que dijo después de haber sanado de la enfermedad: ¡Oh que grande es la fuerza del demonio a la hora de la muerte! El Santo venció las tentaciones porque tenia la buena costumbre de rechazar los malos pensamientos; pero ¡infelices aquellos que se han habituado a deleitarse con ellos! El P. Segneri refiere, que hubo un pecador que se acostumbró mientras vivió a deleitarse con los malos pensamientos: viéndose próximo a la muerte confesó sus pecados con verdadero dolor; pero se apareció después de su muerte a una persona, diciéndole que se había condenado. Y confesó que su confesión había sido buena, y que Dios le había perdonado ya. Pero antes de morir el demonio le representó, que seria una ingratitud, si curaba de aquella enfermedad, abandonar aquella mujer que tanto le amaba. Él rechazó esta primera tentación: vino la segunda, y también la desechó; más luego vino la tercera, y consintió en ella, y está fue la causa de haberse condenado para siempre.

Punto 3°. Que remedios hay contra los malos pensamientos.
8. Dice el profeta Isaías, que para librarnos de los malos pensamientos debemos quitar el mal que hay en ellos: Auferte malum cogitationum vestrarum. (Is. 1,16.) ¿Pero qué quiere decir quitar el mal que hay en ellos? Significa que debemos quitar la ocasión, evitar las conversaciones peligrosas, y huir de las malas compañías. Yo sé de un joven que era inocente como un ángel, y por una palabra que oyó a un mal compañero, tuvo un pensamiento malo, y consintió en él; y éste creo yo que fue el único pecado mortal que cometió en toda su vida; porque luego entró religioso, vivió en olor de santidad y murió santamente. también conviene abstenerse de las lecturas obscenas o inficionadas de otros errores, lo mismo que de bailes con mujeres, y de las comedias profanas que inducen a los jóvenes al pecado, ya ridiculizando la virtud, ya presentando muy halagüeña la senda del vicio.

9. Quizá me preguntará algún jóven: Dígame Ud., padre, ¿es pecado el hacer el amor? Al cual respondo yo de este modo: no puedo afirmar absolutamente que esto sea pecado mortal ; pero sí diré: que los tales con la mayor facilidad se ponen en ocasión próxima de pecar mortalmente; y la experiencia manifiesta, que. pocos de estos han dejado de pecar gravemente. Y no sirve decir, que no se lleva en ello mal fin ni malos pensamientos, porque con este ardid suele engañar el demonio a los jóvenes. En un principio suele el enemigo no sugerir malos pensamientos; pero luego que con la larga conversación amorosa ha ido tomando fuerzas el cariño, va cegándolos poco a poco, y ven que sin saber como, han perdido el alma y a Dios con los muchos pecados de impureza, y de escándalo que cometen. ¡Oh a cuantos pobres muchachos y muchachas engaña el demonio de este modo! Y de todos estos pecados y escándalos han de dar cuenta a Dios, especialmente los padres y las madres que debían impedir estas conversaciones y entrevistas peligrosas, y no las impidieron. Ellos, pues, son la causa de todos estos males, y de ellos serán castigados severamente por Dios.

10. Sobre todo, si queremos librarnos de los malos pensamientos, guárdense los hombres de mirar con lúbrica intención a las mujeres, lo mismo que éstas a los hombres. Vuelvo a repetir las palabras de Job, que he citado ya otras veces: Pepigi faedus, cum oculis meis, ut ne cogitarem quidem de virgint: Pacté con mis ojos, que no habia de pensar absolutamente en la mujer. (Job 31,1) ¿ Qué tiene que ver aquí el pensar con el mirar? Si pactara con los ojos, que no habían de mirar, lo entenderíamos; pero pactar con los ojos que no han de pensar, no entendemos lo que esto significa, dirán algunos. Pues yo os digo con S. Bernardo, que Job dice con mucho juicio, que hizo pacto con sus ojos de no pensar en una mujer ; porque por los ojos entran en el alma las pasiones y deseos impúdicos que después pasan a la mente, y atormentan y matan al alma con la continua y tenaz guerra que le hacen: Per oculos intrat in mentem sagitta impuri amoris. Por lo mismo nos amonesta el Espíritu Santo, que apartemos nuestra vista de la mujer que sale del tocador, o que se adorna mucho: Averte faciem tuam a muliere compta. (Eccl. 9,8.) Siempre es cosa peligrosa mirar a una mujer en este estado, y el mirarla sin justo motivo y de intento, siempre será pecado venial, cuando menos.

11. Cuando en seguida vienen los malos pensamientos, que suelen venir aun sin ocasión ninguna; es preciso rechazarlos con presteza y vigor, sin darles cuartel ni treguas: porque si comienzas a dudar, eres perdido. Sucede a los deshonestos con las tentaciones, lo mismo que a las moscas con las telarañas. Ve a esta la mosca, pero no a la araña que está oculta. Por esto se acerca a la telaraña sin miedo; más apenas toca sus hilos, cuando sale corriendo la araña, la enreda más y más en ella, y la mata. Pues lo mismo hace el demonio que la araña. Se cuenta en el libro de las Sentencias de los Padres, §. 4.°, que vió S. Pacomio un día a un demonio que se jactaba de haber hecho caer muchas veces en pecado a un monje, porque en vez de acogerse a Dios cuando se sentía tentado, daba audiencia y treguas a la tentación. Al contrario, oyó que otro demonio se lamentaba de que él nada había podido adelantar con el monje que había tomado por su cuenta para inducirle al pecado, porque se acogía inmediatamente a Dios, y de este modo salia vencedor. Él recurso a Dios, era lo que aconsejaba S. Jerónimo en su Epist. 22 a Eustoquio por estas palabras: inmediatamente que la sensualidad hiciere alguna sensación en los sentidos, exclamemos: Dios mio, ayudadme: Statim ut libido titillaverit sensum, erumputnus in vocem: Domine, auxilialor meus.

12. Y si a pesar de esto siguiese molestándonos la tentación, conviene mucho manifestársela al confesor; porque, como decía S. Felipe Nerí, la tentación manifestada al confesor está medio vencida. Algunos santos, cuando se han visto asaltados de tentaciones impuras, echaron mano de penitencias muy ásperas; como S. Benito que se revolcó desnudo sobre las espinas, y S. Pedro de Alcántara que se metió en un estanque helado. Pero el mejor medio para vencer estas tentaciones es a mi juicio el recurrir a Dios, el cual seguramente nos dará fuerzas para alcanzar la victoria. Por esto decía David: Laudans invocabo Dominum, et ab inimicis meis salvus ero: Invocaré al Señor, y quedaré libre de mis enemigos. (Psal. 17,4.) más cuando no cesa la tentación por este medio, no por eso debemos dejar de suplicar, sino antes aumentar las súplicas, y suspirar y gemir postrados a los pies del Santísimo Sacramento, si estamos en la iglesia, o de un Crucifijo si nos hallamos en casa; o delante de alguna imagen de María Santísima, que es la madre de la pureza. Es verdad que todas estas diligencias y medios no nos servirán de nada, si Dios no nos ayuda con su poderosa protección; pero a las veces quiere el Señor que hagamos todos estos esfuerzos por nuestra parte, para suplir él lo demás, y obtenernos la victoria. Es útil en estas luchas renovar primeramente el propósito de no ofenderle, y de perder la vida antes que su gracia, y repetir inmediatamente esta plegaria: Señor, dadme fuerza para resistir; no permitáis que yo me separe de vos: hacedme morir antes que yo pierda vuestra gracia y amistad."