jueves, 22 de marzo de 2018

VED CUÁNTO ES UN DOLOR CUANDO NO SE AVERGÜENZA DE LLORAR EN MEDIO DE LAS ALEGRÍAS DEL CONVITE. San Gregorio


COMENTARIO AL EVANGELIO CATENA AUREA
JUEVES DE LA I SEMANA DE PASIÓN
Forma extraordinaria del Rito Romano
Comentario de San Gregorio, in Evang. hom. 33
Como esta mujer conocía las manchas de su mala vida, corrió a lavarlas a la fuente de la misericordia, sin avergonzarse de que estaban presentes los invitados. Como se avergonzaba mucho interiormente no estimó en nada el rubor exterior. Ved cuánto es un dolor cuando no se avergüenza de llorar en medio de las alegrías del convite.
Con los ojos había apetecido las cosas de la tierra, pero ahora lloraba con los mismos en señal de penitencia. Con sus cabellos que antes había adornado para engalanar su rostro, ahora enjugaba las lágrimas. Por lo que sigue: "Y los enjugaba con los cabellos de su cabeza". Con la boca había hablado palabras de vanidad, pero ahora, besando los pies del Señor, consagra sus labios a besar sus plantas. Por esto sigue: "Y le besaba los pies". Había usado los perfumes para dar buen olor a su cuerpo, pero esto, que hasta aquí había empleado en la inmodestia, lo ofrecía ahora al Señor de una manera laudable. Por lo que sigue: "Y los ungía con el ungüento". Todo lo que había tenido para su propia complacencia ahora lo ofrece en holocausto. Todos sus crímenes los convirtió en otras tantas virtudes, para consagrarse exclusivamente al Señor por medio de la penitencia, tanto como se había separado de El por la culpa.
Cuando el fariseo vio a esta mujer, la despreció. Y no sólo vituperó a aquella mujer pecadora que había venido, sino también al mismo Jesucristo que la recibía. Por lo que sigue: "Y cuando esto vio el fariseo, que le había convidado, dijo entre sí: Si este hombre fuera profeta, bien sabría quién y cuál es la mujer que le toca". He ahí a ese fariseo, verdaderamente soberbio en sí mismo y falsamente justo, que reprende a la enferma de su enfermedad, y al médico por el socorro. Si esta mujer hubiera venido a los pies del fariseo, la hubiera rechazado con desprecio porque se habría creído manchado con los pecados ajenos, puesto que él no estaba lleno de la verdadera justicia. Así, algunos sacerdotes, porque ejecutan exteriormente algunos actos de justicia, desprecian a sus subordinados y desdeñan a los pecadores de la plebe. Es necesario, pues, que cuando tratemos con los pecadores, nos compadezcamos antes de su triste situación. Porque también nosotros, o habremos caído en los mismos pecados, o podremos caer. Conviene distinguir con cuidado entre los vicios, que debemos aborrecer, y las personas, de quienes debemos compadecernos. Porque si debe ser castigado el pecador, el prójimo debe ser alimentado. Mas cuando ya él mismo ha castigado por medio de la penitencia lo malo que ha hecho, deja de ser pecador nuestro prójimo, porque éste castiga en sí lo que la justicia divina reprende. El Médico se encontraba entre dos enfermos: uno tenía la fiebre de los sentidos y el otro había perdido el sentido de la razón. Aquella mujer lloraba lo que había hecho. Pero el fariseo, enorgullecido por la falsa justicia, exageraba la fuerza de su salud.
Le presenta una parábola de dos que tenían deudas, uno de los cuales debía menos y otro más. De donde prosigue: "Un acreedor tenía dos deudores", etc.
Habiendo perdonado la deuda a uno y a otro, es interrogado el fariseo respecto de que cuál de los dos deudores debe estar más agradecido al que les ha perdonado la deuda. Sigue, pues: "¿Cuál de los dos le ama más?". A cuyas palabras el fariseo respondió inmediatamente, diciendo: "Pienso que aquel a quien más perdonó". En lo cual debe advertirse que, mientras el fariseo se condena por sus propias palabras, lleva como frenético la cuerda con que ha de ser atado. Por lo que sigue: "Y Jesús le dijo: Rectamente has juzgado". Se le cuentan las buenas acciones de la mujer pecadora y las malas del que se considera justo sin fundamento. Por lo que prosigue: "Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simeón: ¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa, no me diste agua para los pies; mas ésta, con sus lágrimas, ha regado mis pies".
Tanto más se destruye la malicia del pecado cuanto más se abrasa el corazón del pecador en el fuego de la caridad.
He aquí cómo la que vino enferma al Médico se ha curado, pero a causa de su salud, todavía enferman otros. Porque sigue: "Y los que concurrían allí, comenzaron a decir entre sí: ¿Quién es éste que hasta los pecados perdona?". Pero el Médico celestial no se fija en aquellos enfermos a quienes ve hacerse peores con su medicamento, sino que confirma por una sentencia de misericordia a aquella que había sanado. Por esto sigue: "Y dijo a la mujer: Tu fe te ha hecho salva". Ella no había dudado de poder recibir lo que pedía.
En sentido místico, el fariseo, que presume de su falsa justicia, representa al pueblo judío; y la mujer pecadora, que viene llorando a los pies del Señor, representa a la gentilidad convertida.
¿Qué otra cosa significa el ungüento, sino el olor de la buena opinión? Si hacemos buenas obras con las que perfumemos la Iglesia de buena fama, ¿qué otra cosa hacemos que derramar ungüento precioso sobre el cuerpo del Señor? La mujer aquella estuvo junto a los pies. Nosotros estuvimos contra los pies del Señor, cuando, viviendo en pecado, dilatábamos entrar en sus caminos. Pero si después de nuestros pecados nos convertimos a una verdadera penitencia, entonces estamos detrás de El y junto a sus pies, porque seguimos sus huellas, de las que antes nos apartábamos.
Regamos con nuestras lágrimas los pies del Señor, cuando nos inclinamos a tener compasión de los siervos más humildes de Dios. Y secamos sus pies con nuestros cabellos, cuando nos compadecemos de sus santos (con quienes estamos unidos por medio de la caridad), con todas aquellas cosas que nos sobran.
Aquella mujer besaba los pies que había enjugado, lo cual hacemos nosotros también si con celo amamos a los que hemos socorrido con largueza. También puede entenderse por los pies el mismo misterio de la encarnación. Así besamos los pies de nuestro Redentor cuando amamos con todo nuestro corazón el misterio de su encarnación. Ungimos sus pies con el ungüento cuando anunciamos el gran poder de su humanidad con la buena fama de la palabra santa. Sin embargo, el fariseo veía esto con envidia, porque cuando el pueblo judío vio que Jesucristo predicaba a los gentiles, se enfureció por su propia malicia. Por eso es reprendido el fariseo, para hacernos ver en él a aquel pueblo pérfido. Porque aquel pueblo infiel no dio nunca al Señor ni aun lo que estaba fuera de él, mientras que la gentilidad convertida, no sólo dio por El sus bienes, sino que también derramó su sangre. Por esto dijo al fariseo: "No me has dado agua para los pies; mas ésta con sus lágrimas los ha regado". El agua está fuera de nosotros, pero el humor de las lágrimas dentro de nosotros. Aquel pueblo infiel no dio el ósculo al Señor, porque no quiso amar por caridad a quien había servido por temor (y el ósculo es una señal de amor). Una vez llamada la gentilidad, ésta no cesa de besar los pies del Señor, porque constantemente suspira en su amor.
Pero dice al fariseo: "No ungiste mi cabeza con el óleo". Es decir, el pueblo judío no celebró con dignas alabanzas ni el mismo poder de la divinidad en el cual prometiera creer. "Mas ésta con ungüento ha ungido mis pies", porque cuando la gentilidad ha creído en el misterio de la encarnación, le ha predicado con suma alegría.