COMENTARIO AL
EVANGELIO CATENA AUREA
JUEVES DE LA I SEMANA DE PASIÓN
Forma extraordinaria del Rito Romano
Comentario de San
Gregorio, in Evang. hom. 33
Como esta mujer conocía las
manchas de su mala vida, corrió a lavarlas a la fuente de la misericordia, sin
avergonzarse de que estaban presentes los invitados. Como se avergonzaba mucho
interiormente no estimó en nada el rubor exterior. Ved cuánto es un dolor
cuando no se avergüenza de llorar en medio de las alegrías del convite.
Con los ojos había apetecido
las cosas de la tierra, pero ahora lloraba con los mismos en señal de
penitencia. Con sus cabellos que antes había adornado para engalanar su rostro,
ahora enjugaba las lágrimas. Por lo que sigue: "Y los enjugaba con los
cabellos de su cabeza". Con la boca había hablado palabras de vanidad,
pero ahora, besando los pies del Señor, consagra sus labios a besar sus
plantas. Por esto sigue: "Y le besaba los pies". Había usado los
perfumes para dar buen olor a su cuerpo, pero esto, que hasta aquí había
empleado en la inmodestia, lo ofrecía ahora al Señor de una manera laudable.
Por lo que sigue: "Y los ungía con el ungüento". Todo lo que había
tenido para su propia complacencia ahora lo ofrece en holocausto. Todos sus
crímenes los convirtió en otras tantas virtudes, para consagrarse
exclusivamente al Señor por medio de la penitencia, tanto como se había
separado de El por la culpa.
Cuando el fariseo vio a esta
mujer, la despreció. Y no sólo vituperó a aquella mujer pecadora que había
venido, sino también al mismo Jesucristo que la recibía. Por lo que sigue:
"Y cuando esto vio el fariseo, que le había convidado, dijo entre sí: Si
este hombre fuera profeta, bien sabría quién y cuál es la mujer que le
toca". He ahí a ese fariseo, verdaderamente soberbio en sí mismo y
falsamente justo, que reprende a la enferma de su enfermedad, y al médico por
el socorro. Si esta mujer hubiera venido a los pies del fariseo, la hubiera
rechazado con desprecio porque se habría creído manchado con los pecados
ajenos, puesto que él no estaba lleno de la verdadera justicia. Así, algunos
sacerdotes, porque ejecutan exteriormente algunos actos de justicia, desprecian
a sus subordinados y desdeñan a los pecadores de la plebe. Es necesario, pues, que
cuando tratemos con los pecadores, nos compadezcamos antes de su triste
situación. Porque también nosotros, o habremos caído en los mismos pecados, o
podremos caer. Conviene distinguir con cuidado entre los vicios, que debemos
aborrecer, y las personas, de quienes debemos compadecernos. Porque si debe ser
castigado el pecador, el prójimo debe ser alimentado. Mas cuando ya él mismo ha
castigado por medio de la penitencia lo malo que ha hecho, deja de ser pecador
nuestro prójimo, porque éste castiga en sí lo que la justicia divina reprende.
El Médico se encontraba entre dos enfermos: uno tenía la fiebre de los sentidos
y el otro había perdido el sentido de la razón. Aquella mujer lloraba lo que
había hecho. Pero el fariseo, enorgullecido por la falsa justicia, exageraba la
fuerza de su salud.
Le presenta una parábola de dos
que tenían deudas, uno de los cuales debía menos y otro más. De donde prosigue:
"Un acreedor tenía dos deudores", etc.
Habiendo perdonado la deuda a
uno y a otro, es interrogado el fariseo respecto de que cuál de los dos
deudores debe estar más agradecido al que les ha perdonado la deuda. Sigue,
pues: "¿Cuál de los dos le ama más?". A cuyas palabras el fariseo
respondió inmediatamente, diciendo: "Pienso que aquel a quien más
perdonó". En lo cual debe advertirse que, mientras el fariseo se condena
por sus propias palabras, lleva como frenético la cuerda con que ha de ser
atado. Por lo que sigue: "Y Jesús le dijo: Rectamente has juzgado".
Se le cuentan las buenas acciones de la mujer pecadora y las malas del que se
considera justo sin fundamento. Por lo que prosigue: "Y volviéndose hacia
la mujer, dijo a Simeón: ¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa, no me diste agua
para los pies; mas ésta, con sus lágrimas, ha regado mis pies".
Tanto más se destruye la
malicia del pecado cuanto más se abrasa el corazón del pecador en el fuego de
la caridad.
He aquí cómo la que vino
enferma al Médico se ha curado, pero a causa de su salud, todavía enferman
otros. Porque sigue: "Y los que concurrían allí, comenzaron a decir entre
sí: ¿Quién es éste que hasta los pecados perdona?". Pero el Médico
celestial no se fija en aquellos enfermos a quienes ve hacerse peores con su
medicamento, sino que confirma por una sentencia de misericordia a aquella que
había sanado. Por esto sigue: "Y dijo a la mujer: Tu fe te ha hecho
salva". Ella no había dudado de poder recibir lo que pedía.
En sentido místico, el fariseo,
que presume de su falsa justicia, representa al pueblo judío; y la mujer
pecadora, que viene llorando a los pies del Señor, representa a la gentilidad
convertida.
¿Qué otra cosa significa el
ungüento, sino el olor de la buena opinión? Si hacemos buenas obras con las que
perfumemos la Iglesia de buena fama, ¿qué otra cosa hacemos que derramar
ungüento precioso sobre el cuerpo del Señor? La mujer aquella estuvo junto a
los pies. Nosotros estuvimos contra los pies del Señor, cuando, viviendo en
pecado, dilatábamos entrar en sus caminos. Pero si después de nuestros pecados
nos convertimos a una verdadera penitencia, entonces estamos detrás de El y
junto a sus pies, porque seguimos sus huellas, de las que antes nos
apartábamos.
Regamos con nuestras lágrimas
los pies del Señor, cuando nos inclinamos a tener compasión de los siervos más
humildes de Dios. Y secamos sus pies con nuestros cabellos, cuando nos
compadecemos de sus santos (con quienes estamos unidos por medio de la
caridad), con todas aquellas cosas que nos sobran.
Aquella mujer besaba los pies
que había enjugado, lo cual hacemos nosotros también si con celo amamos a los
que hemos socorrido con largueza. También puede entenderse por los pies el
mismo misterio de la encarnación. Así besamos los pies de nuestro Redentor
cuando amamos con todo nuestro corazón el misterio de su encarnación. Ungimos
sus pies con el ungüento cuando anunciamos el gran poder de su humanidad con la
buena fama de la palabra santa. Sin embargo, el fariseo veía esto con envidia,
porque cuando el pueblo judío vio que Jesucristo predicaba a los gentiles, se
enfureció por su propia malicia. Por eso es reprendido el fariseo, para
hacernos ver en él a aquel pueblo pérfido. Porque aquel pueblo infiel no dio
nunca al Señor ni aun lo que estaba fuera de él, mientras que la gentilidad
convertida, no sólo dio por El sus bienes, sino que también derramó su sangre.
Por esto dijo al fariseo: "No me has dado agua para los pies; mas ésta con
sus lágrimas los ha regado". El agua está fuera de nosotros, pero el humor
de las lágrimas dentro de nosotros. Aquel pueblo infiel no dio el ósculo al
Señor, porque no quiso amar por caridad a quien había servido por temor (y el
ósculo es una señal de amor). Una vez llamada la gentilidad, ésta no cesa de
besar los pies del Señor, porque constantemente suspira en su amor.
Pero dice al fariseo:
"No ungiste mi cabeza con el óleo". Es decir, el pueblo judío no
celebró con dignas alabanzas ni el mismo poder de la divinidad en el cual
prometiera creer. "Mas ésta con ungüento ha ungido mis pies", porque
cuando la gentilidad ha creído en el misterio de la encarnación, le ha
predicado con suma alegría.