COMENTARIO AL
EVANGELIO CATENA AUREA
SÁBADO
DE LA II DE CUARESMA
Forma Extraordinaria del Rito Romano
San Ambrosio
San Lucas expone sucesivamente
tres parábolas: la de la oveja que se había perdido y se encontró; la de la
dracma que también se había perdido y se halló y la del hijo que había muerto y
resucitó, para que estimulados por estos tres remedios curemos las heridas de
nuestra alma. Jesucristo, como pastor, te lleva sobre su cuerpo. Te busca la
Iglesia, como la mujer. Te recibe Dios, que es tu padre. La primera es la
misericordia, la segunda los sufragios y la tercera la reconciliación.
Ve cómo se da el patrimonio
divino a quienes lo piden. Y no creas que fue un error del padre el que le
diera su parte al hijo más joven. No hay edad alguna que sea débil en el reino
de Dios, porque la fe no se cuenta por los años. El se creyó idóneo cuando
pidió su parte. ¡Ojalá no se hubiese separado de su padre! porque entonces
hubiese desconocido los inconvenientes de la edad.
Con razón empezó a tener hambre
el que se había alejado de los tesoros de la sabiduría y de la ciencia de Dios
y de la abundancia de las riquezas celestiales. Las algarrobas son un género de
legumbre vacía en lo interior y tierna en lo exterior, con la que el cuerpo no
se alimenta, sino que se llena, sirviéndole más bien de peso que de utilidad.
¿Qué cosa hay más lejana que
separarse de sí mismo, no separándose por razón de territorio sino por la
diferencia de costumbres? Y el que se separa de Jesucristo es desterrado de su
patria y ciudadano del mundo. Así que disipa su patrimonio el que se separa de
la Iglesia.
Sobrevino allí, pues, el
hambre, no de los alimentos, sino de las virtudes y de las buenas obras, que es
la más miserable, porque el que se separa de la palabra de Dios, tiene hambre,
supuesto que no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra de Dios ( Mt
4,44) y el que se separa de este tesoro queda en la indigencia. Empezó, pues, a
estar en la indigencia y a padecer hambre, porque nada basta a una voluntad
pródiga. Y se marchó y entró a servir a un habitante del país; pero el que
sirve es esclavo y el habitante del país parece ser el príncipe de este mundo.
Finalmente, el ser enviado a la finca (del habitante del país) es lo que compra
el que se excusa de asistir al festín del reino ( Lc 14).
Apacienta a aquellos puercos en
los que pidió entrar el diablo siendo animales, porque viven en las inmundicias
y en la corrupción ( Mt 8; Mc 2; Lc 8).
Deseaba, pues, llenar su
vientre de aquellas algarrobas. No es otro el cuidado de los lujuriosos sino el
llenar su vientre.
Muy oportunamente se dice que
volvió en sí, porque se había separado de sí; y el que vuelve a Dios, se vuelve
a sí mismo, como el que se separa de Jesucristo también se separa de sí.
El hijo que tiene en su corazón
el don del Espíritu Santo, no ambiciona el premio mundano, sino que conserva su
derecho de heredero. Hay también mercenarios buenos, que son llevados a
trabajar a la viña ( Mt 20); pero éstos no se alimentan de algarrobas, sino que
abundan en pan.
¡Cuán misericordioso es Aquel
que, después de ofendido, no se desdeña de oír el nombre de padre! "He
pecado"; ésta es la primera confesión que se hace ante el Autor de la
naturaleza, Padre de misericordia y Arbitro de nuestras culpas. Pero aun cuando
Dios todo lo sabe, sin embargo, espera oír nuestra confesión, porque la
confesión vocal hace la salud ( Rom 10,10), puesto que alivia del peso del
error a todo aquel que se carga a sí mismo y evita la vergüenza de la acusación
en el que la previene confesando su pecado; en vano querrás engañar a quien
nadie engaña. Por tanto, confiesa sin temor lo que sabes que es ya conocido.
Confiesa también para que Jesucristo interceda por ti, la Iglesia ruegue por ti
y el pueblo llore por ti. No temas no alcanzar gracia; tu Abogado te ofrece el
perdón, tu Patrono te ofrece la gracia, tu Testigo te promete la reconciliación
con tu piadoso Padre. Añade, pues: "Contra el cielo y contra ti".
O quiere decir que el pecado
significa la disminución en el alma de los dones celestiales del Espíritu, o
que no conviene separarse del seno de esta madre, que es la Jerusalén
celestial. O bien: el que ha caído no debe exaltarse. Por esto añade: "Ya
no soy digno de ser llamado hijo tuyo". Y para merecer ser ensalzado por
su humildad añade: "Hazme como a uno de tus jornaleros".
Te sale al encuentro, pues,
porque conoce lo que meditas en lo secreto de tu alma; y aun cuando estés lejos
sale a recibirte para que nadie te detenga; te abraza también -en el acto de
salir al encuentro se indica la presciencia y en el de abrazar la clemencia- y
se arroja a tu cuello impulsado por cierto afecto de amor paternal para
levantar al que está caído y para encaminar hacia el cielo al que, cargado por
sus pecados, se encuentra postrado en la tierra. Quiero más bien ser hijo que
oveja; la oveja es encontrada por el pastor, pero el hijo es honrado por su
padre.
También el vestido es el amito
de la sabiduría, con el que los apóstoles cubren la desnudez de su cuerpo;
recibió la primera sabiduría, pero aún existe otra para la que no existe
misterio. El anillo es la señal de la fe sincera y la expresión de la verdad,
acerca de lo que prosigue: "Y ponedle anillo en su mano".
En realidad es la carne del
becerro porque es víctima sacerdotal ofrecida por los pecados. Anuncia luego el
festín diciendo: "Y celebremos un banquete", para dar a conocer que
la comida del Padre es nuestra salvación y que su alegría es la redención de nuestros
pecados.
Murió el que fue. Por lo tanto
ya no existen los gentiles, sino sólo el cristiano. También puede tomarse esto
por el género humano; fue Adán y en él fuimos todos; pereció Adán y todos
perecieron en él; el hombre, por tanto, fue restaurado en aquel hombre que
había muerto. También puede entenderse esto del que hace penitencia, porque no
muere sino el que ha vivido alguna vez; y así como los gentiles, cuando llegan
a creer, se vivifican por la gracia, así también el que ha caído revive por la
penitencia.