sábado, 3 de marzo de 2018

EL QUE SE SEPARA DE JESUCRISTO TAMBIÉN SE SEPARA DE SÍ. San Ambrosio



COMENTARIO AL EVANGELIO CATENA AUREA

SÁBADO DE LA II DE CUARESMA
Forma Extraordinaria del Rito Romano
San Ambrosio
San Lucas expone sucesivamente tres parábolas: la de la oveja que se había perdido y se encontró; la de la dracma que también se había perdido y se halló y la del hijo que había muerto y resucitó, para que estimulados por estos tres remedios curemos las heridas de nuestra alma. Jesucristo, como pastor, te lleva sobre su cuerpo. Te busca la Iglesia, como la mujer. Te recibe Dios, que es tu padre. La primera es la misericordia, la segunda los sufragios y la tercera la reconciliación.
Ve cómo se da el patrimonio divino a quienes lo piden. Y no creas que fue un error del padre el que le diera su parte al hijo más joven. No hay edad alguna que sea débil en el reino de Dios, porque la fe no se cuenta por los años. El se creyó idóneo cuando pidió su parte. ¡Ojalá no se hubiese separado de su padre! porque entonces hubiese desconocido los inconvenientes de la edad.
Con razón empezó a tener hambre el que se había alejado de los tesoros de la sabiduría y de la ciencia de Dios y de la abundancia de las riquezas celestiales. Las algarrobas son un género de legumbre vacía en lo interior y tierna en lo exterior, con la que el cuerpo no se alimenta, sino que se llena, sirviéndole más bien de peso que de utilidad.
¿Qué cosa hay más lejana que separarse de sí mismo, no separándose por razón de territorio sino por la diferencia de costumbres? Y el que se separa de Jesucristo es desterrado de su patria y ciudadano del mundo. Así que disipa su patrimonio el que se separa de la Iglesia.
Sobrevino allí, pues, el hambre, no de los alimentos, sino de las virtudes y de las buenas obras, que es la más miserable, porque el que se separa de la palabra de Dios, tiene hambre, supuesto que no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra de Dios ( Mt 4,44) y el que se separa de este tesoro queda en la indigencia. Empezó, pues, a estar en la indigencia y a padecer hambre, porque nada basta a una voluntad pródiga. Y se marchó y entró a servir a un habitante del país; pero el que sirve es esclavo y el habitante del país parece ser el príncipe de este mundo. Finalmente, el ser enviado a la finca (del habitante del país) es lo que compra el que se excusa de asistir al festín del reino ( Lc 14).
Apacienta a aquellos puercos en los que pidió entrar el diablo siendo animales, porque viven en las inmundicias y en la corrupción ( Mt 8; Mc 2; Lc 8).
Deseaba, pues, llenar su vientre de aquellas algarrobas. No es otro el cuidado de los lujuriosos sino el llenar su vientre.
Muy oportunamente se dice que volvió en sí, porque se había separado de sí; y el que vuelve a Dios, se vuelve a sí mismo, como el que se separa de Jesucristo también se separa de sí.
El hijo que tiene en su corazón el don del Espíritu Santo, no ambiciona el premio mundano, sino que conserva su derecho de heredero. Hay también mercenarios buenos, que son llevados a trabajar a la viña ( Mt 20); pero éstos no se alimentan de algarrobas, sino que abundan en pan.
¡Cuán misericordioso es Aquel que, después de ofendido, no se desdeña de oír el nombre de padre! "He pecado"; ésta es la primera confesión que se hace ante el Autor de la naturaleza, Padre de misericordia y Arbitro de nuestras culpas. Pero aun cuando Dios todo lo sabe, sin embargo, espera oír nuestra confesión, porque la confesión vocal hace la salud ( Rom 10,10), puesto que alivia del peso del error a todo aquel que se carga a sí mismo y evita la vergüenza de la acusación en el que la previene confesando su pecado; en vano querrás engañar a quien nadie engaña. Por tanto, confiesa sin temor lo que sabes que es ya conocido. Confiesa también para que Jesucristo interceda por ti, la Iglesia ruegue por ti y el pueblo llore por ti. No temas no alcanzar gracia; tu Abogado te ofrece el perdón, tu Patrono te ofrece la gracia, tu Testigo te promete la reconciliación con tu piadoso Padre. Añade, pues: "Contra el cielo y contra ti".
O quiere decir que el pecado significa la disminución en el alma de los dones celestiales del Espíritu, o que no conviene separarse del seno de esta madre, que es la Jerusalén celestial. O bien: el que ha caído no debe exaltarse. Por esto añade: "Ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo". Y para merecer ser ensalzado por su humildad añade: "Hazme como a uno de tus jornaleros".
Te sale al encuentro, pues, porque conoce lo que meditas en lo secreto de tu alma; y aun cuando estés lejos sale a recibirte para que nadie te detenga; te abraza también -en el acto de salir al encuentro se indica la presciencia y en el de abrazar la clemencia- y se arroja a tu cuello impulsado por cierto afecto de amor paternal para levantar al que está caído y para encaminar hacia el cielo al que, cargado por sus pecados, se encuentra postrado en la tierra. Quiero más bien ser hijo que oveja; la oveja es encontrada por el pastor, pero el hijo es honrado por su padre.
También el vestido es el amito de la sabiduría, con el que los apóstoles cubren la desnudez de su cuerpo; recibió la primera sabiduría, pero aún existe otra para la que no existe misterio. El anillo es la señal de la fe sincera y la expresión de la verdad, acerca de lo que prosigue: "Y ponedle anillo en su mano".
En realidad es la carne del becerro porque es víctima sacerdotal ofrecida por los pecados. Anuncia luego el festín diciendo: "Y celebremos un banquete", para dar a conocer que la comida del Padre es nuestra salvación y que su alegría es la redención de nuestros pecados.
Murió el que fue. Por lo tanto ya no existen los gentiles, sino sólo el cristiano. También puede tomarse esto por el género humano; fue Adán y en él fuimos todos; pereció Adán y todos perecieron en él; el hombre, por tanto, fue restaurado en aquel hombre que había muerto. También puede entenderse esto del que hace penitencia, porque no muere sino el que ha vivido alguna vez; y así como los gentiles, cuando llegan a creer, se vivifican por la gracia, así también el que ha caído revive por la penitencia.