HOSANNA. SALVANOS, SEÑOR
Domingo de Ramos. Homilía 2018
Con la Bendición de Ramos y la
procesión en honor a Cristo Rey da comienzo hoy nuestra celebración iniciando
así la semana santa en la que toda la Iglesia conmemora el hecho principal de
la vida del Señor y de nuestra redención: su Pasión, Muerte y Resurrección.
Los primeros cristianos cautivados por
los extraordinario y admirable de este misterio anunciaban a todos la verdad de
este misterio, el kergima de la fe. Jesucristo, Hijo de Dios, que se hizo
hombre, ha muerto y ha resucitado. Si crees esto, te salvarás.
Es por este anuncio por el que nosotros
creyentes estamos hoy aquí celebrando estos solemnes ritos. Un anuncio que se
ha ido repitiendo a lo largo de la historia desde aquella primera predicación
de San Pedro a los judíos: Israelitas,
oíd estas palabras: A Jesús el Nazareno, hombre acreditado por Dios ante
vosotros por los milagros, signos y prodigios que realizó Dios a través de Él
entre vosotros (como bien sabéis), lo matásteis clavándolo por manos impías,
entregado conforme al designio previsto y aprobado por Dios. Pero Dios lo
resucitó rompiendo las ataduras de la muerte...Hechos 2, 22-25. Por lo tanto, todo Israel esté en lo
cierto de que al mismo Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha
constituido Señor y Mesías. Hechos 2, 36.
Un anuncio que generación tras generación
ha llegado hasta nosotros, “a toda la
tierra alcanza este pregón, hasta los límites del orbe ha llegado lenguaje de la salvación”. Un anuncio del
que somos gratuitamente beneficiados y un anuncio que hemos de transmitir
también al mundo. La Iglesia Católica, y
nosotros, como hijos suyos, no podemos, no debemos callarnos: Jesucristo,
muerto y resucitado, es el Salvador de Todos, el Salvador del mundo, el
salvador de nuestra historia, el Salvador de la historia. Quien cree en él, se
salvará.
Felizmente, este año, el domingo de
Ramos coincide con la fiesta de la Anunciación y Encarnación del Hijo de Dios
en las entrañas purísimas de la Virgen María. Feliz coincidencia, que nos hace comprender la
unidad entre el misterio de la Encarnación y la Redención.
Jesucristo, del que confesamos en el
Credo: “Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de
Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de
la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho;”
Se hizo hombre por nosotros lo hombres,
y por nuestra salvación.
Quiso hacerse hombre, para ofrecerse
por nosotros,
Quiso hacerse hombre, para pagar con su
vida, el precio de la nuestra,
Quiso
hacerse hombre, para sufrir en su
carne la injustica de nuestro pecado, y
“por nuestra causa fue crucificado”,
pagando con su muerte la culpa de nuestro pecado, mostrándonos su eternidad e
infinitud de su amor.
Cuando el ángel Gabriel anuncia a la
Virgen la concepción del Hijo de Dios en su seno, el ángel revela el nombre que
se ha se de poner al niño: Jesús. Al mismo san José el ángel le dirá: “le pondrás por nombre Jesús, porque él
salvará a su pueblo de sus pecados.”
Y el nombre puesto por Dios a su Hijo
nacido de la Virgen María, revela la misión del niño. Jesús significa “Dios salva”, “Salvador”.
Nuestro Señor Jesucristo manifestó en
toda su vida y particularmente en los tres años de su vida pública, que él era el Mesías esperado
que había de salvar al pueblo. Muchos creyeron en él, muchos también por su
dureza de corazón se opusieron a él, y no dieron crédito ni a su palabra, ni a
sus obras.
Al entrar hoy Jesús en Jerusalén: “La multitud extendió sus mantos por el
camino; otros cortaban ramas de árboles y alfombraban el camino. Y la gente que
iba delante y detrás de él gritaba: Hosanna al Hijo de David, bendito el que
viene en nombre del Señor.”
Hosanna: gritaban los niños y aquellas
gentes. Hosanna: Es el grito y la oración de aquel que espera ser salvado; pues
esta palabra hebrea es la petición de salvación: sálvanos Señor.
Oigamos en las voces de aquellos el
grito de la historia, pasado, presente y futuro, el grito de los hombres y
mujeres de toda condición, raza, lengua, y nación que en los más profundo de sí
necesitan ser salvados, oigamos el grito de tantos indefensos y víctimas de las
injusticias, del odio, de la violencia… Oigamos en estas voces, las voces de
aquellos que no tienen voz y son silenciados, olvidados e ignorados… Oigamos en
estas voces el grito silencioso de aquellos niños que son asesinados por la
decisión de sus propias madres y el grito de aquellos mayores que al no ser
útiles en la economía de mercado son asesinados con el eufemismo de una muerte
digna.
Oigamos en este grito, hermanos,
nuestro propio anhelo, deseo y necesidad: “sálvanos, Señor.” O ¿es que no
necesitamos ser salvados? O ¿es que no
necesito salvación?
El hombre moderno con los avances de la
técnica, de la ciencia y la medicina en una sociedad del bienestar ha creído que el mismo puede salvarse a sí
mismo… pero es esta una ingenuidad que antes o después se descubre como
totalmente falsa… pues a la hora de la muerte, ¿qué podemos hacer? ¿quién puede
hacer algo por nosotros? ¿Cómo te puedes salvar tú a ti mismo?
Como aquellos niños y aquella
muchedumbre, como todos los hombres de todos los tiempos, nosotros necesitamos
ser salvados, también nosotros tenemos que decir Hosanna.
Sálvanos, Señor, de nuestro pecado, de
nuestra miseria, de nuestra propia contingencia y limitación.
Sálvanos de nuestros egoísmos, de
nuestra ambiciones, de nuestro deseo de ser más que los demás…
Sálvanos de nuestras malas pasiones, de
nuestras lujurias, perezas, y gulas, de
nuestras iras, envidias, avaricias; sálvanos, Señor, de nuestra soberbia, que
nos hace creernos dioses, dueños de nuestras vidas, y que nos hace sentirnos
superiores a los demás, despreciando, y tratando mal nuestros prójimos.
Sálvanos, Señor, porque perecemos –como
exclamará Pedro-; sálvanos porque en el mar del sufrimiento, de las pruebas, de
las luchas y los trabajos, nos hundimos; en el mar del sin sentido y de las
dudas, nos ahogamos.
Sálvanos, Señor, porque antes o después la muerte llamará a
nuestra puerta; y si no nos salvas, sólo nos queda la muerte eterna, la
condenación, el alejamiento de ti por toda la eternidad.
Comencemos nuestra procesión: levantemos
nuestras voces y exclamemos: Hosanna, porque tenemos un Salvador, en él creemos
y en él nos confiamos, en él esta nuestra Salvación.
Hosanna, una vez, Hosanna al Hijo de David. Bendito el que viene en
nombre del Señor. Hosanna en el cielo.