“APÓSTOL”. Reflexión diaria acerca de la Palabra
de Dios.
Jesucristo ha sido enviado por el Padre con toda la
autoridad para realizar la misión de la redención. El es “el Apóstol y Sumo
Sacerdote de nuestra fe.”
A lo largo de su vida pública el Señor escogió de
entre sus discípulos a algunos de ellos como apóstoles a los que envío con
autoridad a anunciar y hacer presente el reino. Recordemos el envío de los 72.
Dentro los que envío, escogió a Doce para ser las columnas del nuevo Israel, el
nuevo pueblo de Dios, a semejanza de los doce hijos de Jacob. Los apóstoles
enviados por Jesús participan de su misma autoridad y a ellos les es confiado
el anuncio del Reino.
La tradición ha reservado el título de apóstol a
los doce, por su papel fundante en la Iglesia: nuestra fe es apóstolica, nace
de su predicación y se fundamente en su testimonio. Ellos son los que han
acompañado a Jesús desde el Bautismo en el Jordán hasta su Resurrección de
entre los muertos. Ellos son los testigos que Jesús ha cualificado.
Cada uno de ellos es celebrado a lo largo del año
litúrgico, conocemos su nombre, y hemos de tenerle una devoción particular;
especialmente al Apóstol Pedro que siempre aparece el primero en las listas y a
quién el Señor escogió como piedra y fundamento de la Iglesia. Y también a
Santiago el Mayor que predicó el Evangelio en nuestra querida España y somos su
hijos porque nos ha engendrado en la fe.
La palabra apóstol designa también en el Nuevo
Testamento a otras personas que han tenido un papel importante en la
evangelización, entre ellos san Pablo que sabiéndose inferior a los doce,
reclama para sí el título de apóstol porque su vida es anunciar el Evangelio.
Nosotros
por el Bautismo y la Confirmación hemos sido constituidos apóstoles. Cada vez
que el sacerdote nos despide en la misa “Ite, misa est” se nos recuerda el
deber del testimonio: de vida, de obras, de palabras. Cuando la fe está viva, uno siente el ardor
de san Pablo: “Ay de mí, si no predico el Evangelio.”; pero cuando se ha
enfriado nuestra fe y languide, no hay en nosotros espíritu apóstolico.