viernes, 11 de abril de 2025

12 DE ABRIL. SAN JULIO I PAPA (+352)

 


12 DE ABRIL

SAN JULIO I

PAPA (+352)

LOS hagiógrafos y los Martirologios silencian su infancia y juventud. Sólo sabemos —por el Liber Pontificalis— que es romano. No necesitamos saber más: esta palabra se nos antoja simbólica, hierática, por cuanto es cifra de nobleza y de prerrogativa. Además, en la vida de los grandes hombres sólo tienen fuste los grandes gestos, y en la del papa Julio I nos basta su línea atlética, recia y sobria. Los detalles se pierden en el espectáculo de esta historia, que gira en torno a una lucha apasionante: La controversia arriana y la vindicación del gran San Atanasio, Patriarca de Alejandría…

El 6 de febrero del año 337 —en la aurora de la paz constantiniana— sube a la Cátedra de Pedro el hombre sin historia: Julio I. La eminencia del cargo acusa su fuerte personalidad: es ecuánime, capaz, amplio y generoso, pero con la entereza que le da su profundo sentimiento de la justicia; es fiel a la verdad y tenaz en sus decisiones, pero humilde y caritativo, aun con sus enemigos: un hombre de carácter, en una palabra, ante cuya presencia digna y clara visión de las cosas se van a desvanecer como el humo las intrigas del mal. Pronto se le ofreció al nuevo Papa ocasión de mostrar su valía.

Han pasado tres años de gobierno pacífico y fecundo. Estamos, pues, en el 340. Los arrianos, enemigos de la Divinidad de Jesucristo, han desencadenado una persecución inicua contra los hijos de la verdadera Iglesia, representados en una víctima ilustre: el Patriarca San Atanasio.

Ahora, dos diputaciones acaban de llegar a Roma, procedentes de Alejandría: una de ellas, la eusebiana, presidida por Macario; la otra, la ortodoxa, por el propio Atanasio. Macario se presenta como juez; Atanasio, como reo; Macario, con la autoridad de los poderes imperiales; Atanasio, con la sola autoridad de su. virtud; Macario, en fin, puesta su confianza en el rey de la tierra; Atanasio, con la suya en el Rey del cielo. El uno, fundado en el arma de un rescripto de Constantino II; el otro, en su armadura espiritual: el cinturón de la verdad, la coraza de la justicia, el casco de la salvación, el broquel de la fe y la espada invencible de la palabra de Dios...

Julio I oye por separado a las dos legaciones, sopesa y confronta los testimonios y descubre la trama nefaria.

Los eusebianos se han equivocado. Esperaban encontrar un Pontífice novel y bisoño y han topado con la misma entereza; con un hombre amante de la verdad y de la justicia, con un Santo capaz de dar su vida por defenderlas. Sólo les queda un recurso: apelar al Concilio. Y así lo hacen,

El Papa, convencido de que la justicia está de parte de Atanasio y seguro de que el Concilio se la ha de hacer, los toma por la palabra y lo convoca. Una vez más se ven prendidos en sus propias redes: una asamblea en Roma no favorece sus planes, por qué. han de presentarse solos ante Atanasio, cuya argumentación tranquila, incisiva, implacable, los aterra. Entonces se excusan de asistir, con un fútil pretexto: «¿Cómo quereis que abandonemos nuestras Iglesias durante Ja guerra de los persas?». Poco después, en una carta fechada en Antioquía, rehúsan la subordinación del Oriente al Occidente, mientras afectan reconocer la supremacía de la Iglesia Romana «a título —dicen arteramente — de domicilio de los Apóstoles».

«La verdad es — nota Batiffol— que no querían alejarse del Emperador, y, como dijo con ironía San Atanasio, temían presentarse ante un Concilio donde no hallarían ni soldados a las puertas, ni un conde con la sentencia imperial preparada».

Pero Julio I, justo e. incorruptible siempre, reúne a pesar de todo el Concilio en 340. La inocencia del Patriarca es unánimemente reconocida y la mala fe de, los eusebianos queda al descubierto con su ausencia. Se conserva la Carta memorable en la que el Papa les da cuenta de las decisiones tomadas. Es un documento lleno de honda tristeza y de apostólica caridad, en el que se vislumbra ya la grandiosa concepción del Papado medieval: con la intransigencia necesaria y el doble elemento que garantiza la vida divina de la Iglesia: unidad y autoridad. Y Roma aparece como el único centro indefectible, divinamente designado.

Los campos quedaron bien deslindados: Atanasio frente a los arrianos y con el Pontífice.

En 341 un conciliábulo celebrado en Antioquía depone nuevamente al santo Patriarca, el cual se retira a Roma, donde alcanza del Papa la revocación de aquellos actos anticanónicos; pero el emperador Constancio le persigue…

En 343 se convoca un Concilio en Sárdica. Concurren 94 obispos occidentales y 76 orientales. Preside Osio de Córdoba, que firma en primer término y propone y redacta la mayor parte de los cánones, encabezados con esta frase: Osius Epíscopus dixit. El Sínodo responde a todo: Placet. Es la rehabilitación definitiva de Atanasio.

Poco más sabemos del Pontificado de Julio I. El Liber Pontificalis da cuenta de un destierro sufrido por este Santo Pontífice, y el Martirologio Romano exalta su generosidad y valentía. Algunos historiadores le atribuyen• el decreto que hizo obligatoria en Oriente la celebración de la Natividad de Nuestro Señor el 25 de diciembre, y la promulgación del fuero eclesiástico. Roma le debe la magnífica Basílica de los Doce Apóstoles.