15 DE ABRIL
SAN PEDRO GONZÁLEZ TELMO
DOMINICO (+1246)
¡SAN Telmo! Nombre de esperanza bonancible y radiante, domeñador de furias marinas; nombre bendito, que triunfa en las puntas de las escolleras y campea en las proas de las naves, desde Bayona a Gibraltar, desde Gibraltar a Nápoles. ¡Válanos San Telmo!, gritan con idéntica fe el jabegote y el almirante cuando la tempestad amaga... Y la figura blanca y grácil del Fraile dominico se cierne tutelar sobre las ondas. Es el Santo Patrono de las gentes de mar.
Ni la historia ni la leyenda dan razón de este patrocinio de San Telmo. Sin duda lo ha conquistado a fuerza de milagros. Por lo demás, nadie ignora que es de tierra adentro. Ha nacido en una ilustre villa palentina: la villa de Frómista. La data puede ser el año 1175 o 1190. Su abolengo es limpio y claro como pocos. Los biógrafos le suponen emparentado con la familia real castellana y aseguran que su padre ha
luchado heroicamente contra el moro.
Además, tiene por tío a don Tello Téllez de Meneses, obispo de Palencia y acaso el personaje más influyente del reinado de Alfonso VIII de Castilla.
Pedro González empieza a estudiar muy joven y con buenos auspicios. Cursa brillantemente Artes Liberales en la vetusta Universidad palentina, de la que don Tello es creador y alma. Una vieja crónica —Legenda Beati Petri Gundisalvi— nos pinta a Pedro cuando estudiante: «mancebo gentil y donairoso, de recio temple y muy. dado a la ostentación». Todo lo cual, unido a la nobleza de su sangre y al sobrinazgo, por qué no decirlo, favorece extraordinariamente sus sueños de medro. Las cosas le salen a medida de sus deseos. Parece que no tiene más que llegar y besar el santo. Y así, a sus triunfos universitarios sigue el canonicato, y a éste el deanato del Capítulo de Palencia, por Letras Apostólicas de Honorio III. Está claro que el Prelado prepara a su sobrino para que le suceda en la mitra palentina, sin disputa la primera de Castilla.
Es un día de Navidad. El joven y flamante Deán —uno de tantos clérigos aseglarados contra los que tronaron el III y IV Concilios lateranenses— atraviesa las calles de la Ciudad, caballero en brioso corcel. ¡Con qué desgaire luce sus cimbrias de oro, su birrete de seda, su zapato de ante...! Unos le miran con envidia; otros con curiosidad; los más, con escándalo. Pero él se cree el hombre del día. De pronto, se le ocurre hacer caracolear al alazán„ para dárselas de buen caballista. El bicho —pura sangre cordobesa que no sufre espuela, aunque sea de plata como la del infatuado Deán — se engrifa, respinga y da con él en un lodazal. La multitud acoge el chasco con burlas, silbidos y risotadas. Pedro, al pronto, queda corrido de vergüenza; más, reaccionando súbitamente, se en: cara con los circunstantes y grita con voz sonora y potente:
— ¡Cómo! ¿El mundo se ríe de mí? Pues yo me reiré del mundo.
Caída providencial, camino de Damasco de Pedro González. Con todo el ímpetu de su carácter enérgico, impulsivo y vehemente, da un eterno adiós a las cosas del mundo y se recluye en el convento dominico de San Pablo, fundado en Palencia en 1219. El empingorotado caballero don Pedro ha cedido el puesto a Fray Pedro, para que éste, a su vez, lo ceda al Santo.
Tres años de oración, de estudio de la Teología, de intensa vida religiosa, le preparan para el apostolado. Su primera misión la da por las aldeas de León y Castilla, pues su mayor ilusión es la de evangelizar a los pobres. Lo que no. logró la vanidad, va a lograrlo ahora la humildad: su fama se extiende por doquier, porque Dios ha puesto en sus manos la llave divina del milagro, que le abre todas las puertas. Los más esclarecidos varones buscan su trato, y se ve obligado a alternar con San Raimundo de Peñafort, Beato Gil de Santarem, San Gonzalo de Amarante, don Lucas de Túy, y hasta con el mismo rey San Fernando, a quien acompaña en la expedición contra Córdoba, adscrito a la Curia real como confesor y director espiritual del Monarca.
Los últimos diez años de su vida los pasa Pedro González misionando en Galicia y Portugal. Sobre todo, le encanta Galicia, con su belleza reposada y serena, con sus hombres nobles y sufridos, de robusta vida interior. Según la leyenda tudense, sigue este itinerario: Lugo, Compostela, Túy, Rivadavia, Braga, Bayona, La Ramallosa, Túy... La misma leyenda recoge sus principales milagros, todos de una sencillez maravillosa. Mientras construye el puente de Castrillo —en el condado de Rivadavia — se va a la vera del Miño y los peces acuden en bancos a sus manos y a las del Hermano Pedro de las Mariñas. El Santo coge los necesarios para el sustento de los obreros y despide a los demás; luego de bendecirlos. En La Ramallosa conjura una tormenta con un solo gesto de su mano, y anuncia en público su cercana muerte. La profecía se cumple en Túy, el día 15 de abril de 1246.
Desde entonces las gentes de mar de España y Portugal le llaman Telmo. Nadie sabe el origen de este nombre; pero es lo cierto que, cuando invocan a San Telmo, se refieren siempre al insigne Dominico de Frómista.
Túy —la ciudad risueña que besa el Miño con el beso calmo y morriñoso de un eterno adiós— guarda en su Catedral-Castillo, como un tesoro sagrado, el sepulcro milagrero del «Santiño»...