martes, 8 de abril de 2025

9 DE ABRIL. SANTA CASILDA, VIRGEN (1040-1074)

 


09 DE ABRIL

SANTA CASILDA

VIRGEN (1040-1074)

MÁS que una trama de leyendas —como muchos han pretendido—, la vida de la virgen mora, Santa Casilda —poesía y canción dice su nombre—, es una guirnalda de milagros: de milagros que parecen leyendas, como aquel que inmortalizó el pincel prócer de Zurbarán…

Pero ¿quién no conoce el milagro de las rosas?

Bajo la fastuosa magnificencia del palacio toledano de Galiana, gimen aherrojados en hediondas mazmorras los cristianos cautivos, verdaderas piltrafas humanas. Casilda —la hija del rey moro, Almamún— los ve cruzar diariamente el patio palacial, extenuados, macilentos, abatidos, tristes... Y su alma, naturalmente compasiva, se estremece de angustia. Los pasos lentos y profundos de aquella sórdida caravana y el ruido de las cadenas que argollan los pies ulcerosos de los presos le producen un calofrío inmenso...

¡Ella no puede darles la libertad!

¿Qué hará? Les visita a hurtadillas y los lleva, con el alimento y vestido que Dios no niega a las avecillas del cielo, ni a los lirios del campo, el bálsamo de una palabra buena —quizá la última— para sus almas laceradas. ¡Y cómo riegan los pobres con lágrimas de agradecimiento las manos dulces y amables de la caritativa Princesita!...

¿Cómo pensar que Casilda es la hija del Rey moro de Toledo, enemigo irreconciliable de la Cruz? ¿No parece más bien la sombra de un ángel, cuando, a espaldas de su padre, recorre los lóbregos calabozos, para hacer brillar en ellos un rayo de esperanza y prodigar a manos llenas sus caridades?

Es un día de tantos. La Princesa acaba de ser sorprendida por el Rey.

— Casilda, ¿qué escondes en el halda? —Rosas y flores, mi señor.

El padre se ha inclinado sobre el canastillo. No comprende lo que yen sus ojos: rosas, rosas perfumadas, rosas en medio del invierno... Casilda prosigue su camino, extrañada y sobrecogida también ante el prodigio: los panes se han trocado milagrosamente en rosas de exquisita fragancia.

Al llegar a la prisión, la Princesa no puede disimular la alegría interior que la inunda. A través de sus ojos de ensueño —la poética y dulce leyenda nos obliga a suponerla hermosa — los cautivos cristianos empiezan a vislumbrar un nuevo y espléndido triunfo de la gracia divina. Y más de uno piensa, acaso, en las palabras del Profeta Rey: «Bienaventurado el que tiende su mano al pobre, porque el Señor le librará en el día malo».

Pero un día Casilda no bajó a las mazmorras en cuyo ambiente infecto pasara sus horas más felices, oyendo hablar del verdadero Dios y 'admirando el sufrir callado y valiente de la virtud cristiana.

— ¿Qué tendrá la Princesa que no viene a visitarnos?

— La Princesa está enferma —masculla un carcelero.

— ¡La Princesa está enferma!, ¡la Princesa está enferma! — repiten sollozando los cautivos.

Sí. Casilda se muere sin remedio. Los «tebit» no aciertan a curar su mal. Mas, he aquí que alguien hace llegar a sus oídos este mensaje: «Dulce señora: nos duele mucho veros sufrir. Mirad: en la Bureba, a siete leguas de Burgos y legua y media de Briviesca, están los «baños de San Vicente», cuyas aguas maravillosas os devolverán la salud».

El remedio es casi inasequible. La Bureba pertenece a los señoríos cristianos. No obstante, el orgulloso y cruel Almamún, de acuerdo con su Consejo, consiente en humillarse ante el Rey de Castilla, con tal de salvar la vida de su adorada hija. Y Casilda emprende el viaje llena de confianza. La acompaña un cortejo de cristianos libertados, portadores de un mensaje del Rey moro para Fernando I, el Grande. Cuenta la tradición que un dragón terrible intenta cerrar el paso a la comitiva; pero el ángel de la Princesa lo pone en fuga blandiendo su espada flamígera...

Han llegado a Burgos. El Monarca de Castilla recibe a la ilustre dama con grandes honores, y una escolta regia la acompaña hasta «el lago de los milagros», a través de una senda pina, angosta y tortuosa, casi impracticable. Allí la Virgen mora lava su cuerpo y una vez más el prodigio estremece las aguas maravillosas...

Casilda se ha hecho cristiana. Ya no volverá a Toledo, donde la espera impaciente el rey Almamún. Como perla preciosa quedará engastada en el corazón de Castilla. ¡Adiós los suntuosos salones del palacio de Galiana! Ahora su palacio es una ermita; su perfume, la penitencia; su alimento, el ayuno; su conversación, la plegaria; sus joyas, los cilicios; su cortejo, los ángeles; su vida, la muerte al mundo; su muerte, el nacimiento para el cielo; su sepulcro —tales palacios para tal Reina— las soberbias Catedrales de Burgos y Toledo. i Allá las Princesas de Medina Azahara! Casilda, más ambiciosa que ellas, será Princesa en el cielo, cuando Dios la exalte hasta las azules alas de la inmortalidad, legando a Castilla el ejemplo maravilloso, casi irreal, de su vida de leyenda...

«El privilegio de Santa Casilda, y su alta significación cristiana —dirá la Condesa de Pardo Bazán— es haber afirmado, con la ternura de su corazón de mujer, con la lástima, que es bondad caldeada por el amor, las doctrinas más fecundas del Evangelio... La justicia y la caridad tomaron en el siglo XI la forma seductora de la Infanta musulmana».