CORPUS CHRISTI
Dom Gueranger
LA EUCARISTÍA, ALIMENTO DE VIDA PARA EL ALMA… El discípulo amado no podía pasar en silencio el misterio del amor. Sin embargo de eso, cuando escribió su Evangelio, la institución de este sacramento estaba suficientemente relatada por los tres Evangelistas que le habían precedido, y por el Apóstol de los gentiles. Sin repetir esta historia divina, completa su relato con el de la solemne promesa que hizo el Señor, un año antes de la Cena, a orillas del lago de Tiberiades.
A las numerosas muchedumbres que atrae en pos de Sí por el reciente milagro de la multiplicación de los panes y peces, Jesús se presenta como el verdadero Pan de vida venido del cielo y que preserva de la muerte, a la indiferencia del maná que dió Moisés a sus padres. La vida es el primero de los bienes, así como la muerte es el último de los males. La vida reside en Dios como en su origen; solo El puede comunicarla a quien quiere, y devolverla a quien la perdió.
El Verbo de Dios vino a los hombres para que tuvieran la vida y la tuvieran abundantemente. Y, como lo propio del alimento es aumentar, sostener la vida, El se hizo alimento, alimento vivo y vivificador descendido de los cielos. La carne del Verbo, participando ella misma de la vida eterna que toma directamente del seno del Padre, comunica esta vida a quien la come. Lo que es corruptible por su naturaleza, dice San Cirilo de Alejandría, no puede ser vivificado de otro modo que por la unión corporal al cuerpo del que es vida por naturaleza; ahora bien, del mismo modo que dos trozos de cera fundidos juntos por el fuego no son más que uno solo, así hace de nosotros y de Cristo la participación de su Cuerpo y de su Sangre preciosos. Esta vida, pues, que reside en la carne del Verbo, hecha nuestra en nosotros mismos, no será ya vencida por la muerte como tampoco lo será en El; sacudirá el día señalado las ligaduras del antiguo enemigo y triunfará de la corrupción en nuestros cuerpos inmortales
… Y PARA EL CUERPO. — Era, pues, necesario que no sólo el alma fuese renovada por el contacto con el Verbo, sino que este mismo cuerpo terrestre y vil, participase en su medida de la virtud vivificadora del Espíritu, según la expresión del Señor. “Los que han bebido veneno por asechanzas de sus enemigos, dice admirablemente San Gregorio de Nisa, extiguen en ellos el virus por un remedio opuesto; mas como sucede con el brevaje mortal, es necesario que la bebida saludable sea introducida hasta sus entrañas, a ñn de que extienda por todo el organismo su virtud curativa. Los que hemos gustado del fruto deletéreo, tenemos necesidad de un remedio saludable que nuevamente reúna y armonice los elementos disgregados y confundidos de nuestra naturaleza, y penetrando lo interior de nuestra sustancia, neutralice y haga salir el veneno por una fuerza contraria. ¿Cuál será ese contraveneno? Ningún otro que este Cuerpo que se mostró más poderoso que la muerte y asentó para nosotros el principio de la vida. Así como un poco de levadura, dice el Apóstol, asimila toda masa, así este Cuerpo, entrando en el nuestro, le transforma en el suyo. Mas nadie puede penetrar así en nuestra sustancia corporal, sino mediante la comida y bebida; y por este modo, conforme a su naturaleza, llega a nuestro cuerpo la virtud vivificadora.