jueves, 1 de junio de 2023

EL ESPÍRITU SANTO Y LA PREDICACIÓN DE LA VERDAD. Dom Gueranger


Jueves de Pentecostés

Dom Gueranger

 

El Espíritu divino, que es lazo de unión de todos los miembros de la Iglesia, porque él mismo es uno, no sólo ha sido enviado para asegurar la unidad inviolable de la Esposa de Cristo. Esta Esposa de un Dios, que se ha llamado a sí mismo la Verdad2, tiene necesidad de permanecer en la Verdad y no puede ser contaminada por el error. Jesús la confió su doctrina, la instruyó en la persona de los Apóstoles. “Todo lo que vi de mi Padre, dijo, os lo he manifestado'”. Pero esta Iglesia, abandonada a la flaqueza humana, ¿cómo podía conservar sin mezcla y sin alteración, durante el correr de los siglos, esta palabra que Jesús no escribió, esta verdad que El vino del cielo a traer a la tierra? La experiencia nos enseña que todo lo terreno está sometido a las más diversas variaciones, que los textos escritos se prestan a falsas interpretaciones y que las tradiciones no escritas se adulteran con el tiempo.

 

Haremos resaltar aquí también la previsión del Emmanuel al subir al cielo. Lo mismo que, para cumplir su deseo de “que seamos uno como lo es El con su Padre”, nos ha enviado su único Espíritu; así para mantenernos en la verdad nos ha enviado a ese mismo Espíritu que llama Espíritu de verdad. “Cuando venga, dice, este Espíritu de verdad os enseñará todo”, ¿y qué verdad enseñará este Espíritu? “Os enseñará todas las cosas y os recordará todo lo que os he dicho”.

 

Nada, pues, de lo que el Verbo de Dios predicó a los hombres quedará escondido. La belleza de su Esposa tendrá como fundamento la verdad; porque la belleza es el resplandor de lo verdadero. Su fidelidad al Esposo será perfecta; porque si El es la Verdad, la Verdad está asegurada en si misma para siempre. Jesús lo declara así: “el nuevo Concolador que procede del Padre permanecerá con vosotros eternamente y estará en vosotros” Por el Espíritu Santo, la Iglesia poseerá, pues, la verdad como cosa propia, y esta posesión nunca la será arrebatada; porque este Espíritu, enviado por el Padre y por el Hijo, asistirá a la Iglesia y nunca la abandonará.