9 DE MAYO
Sobre
la Inmaculada Concepción (8)
MARIA,
Sancta,
SANTA MARIA
Solo Dios puede reivindicar el
atributo de la santidad, por lo cual cantamos: Tu solus sanctus, “solo tú eres santo”. Entendemos por santidad la
ausencia de todo lo que mancha, empaña y degrada a una naturaleza racional,
todo lo que es más contrario y más opuesto al pecado y a la falta.
Decimos que solo Dios es santo,
pues en verdad todos sus atributos
infinitamente elevados son poseídos por Él con aquella plenitud, que hace que
podamos decir con verdad que solo Él los posee. Así, en cuanto a la bondad, el
mismo Señor dijo a un joven: “Nadie es bueno sino Dios”. De la misma manera
solo Dios es Poder, solo Él es Sabiduría, solo Él es Providencia, Amor,
Misericordia, Justicia, Verdad. Pero la santidad queda aparte, como su
prerrogativa especial, porque, no solo señala más que los otros atributos su
superioridad sobre todas las criaturas, sino también afirma su distinción con
respecto a ellas. Por eso leemos en el libro de Job:” ¿Puede el hombre ser
justificado, si se compara con Dios, y puede parecer puro el nacido de mujer?
He aquí que la misma luna no brilla, ni las estrellas son ya puras ante sus
ojos”. “He aquí que entre sus santos ninguno es inmutable y los cielos no son
puros en su presencia”.
Esto es lo que debemos aceptar
y entender en primer lugar. Mas enseguida sabemos también que Dios, en su
misericordia, ha comunicado sus grandes atributos, en diferentes medidas , a
sus criaturas racionales; y ante todo, por ser el más necesario, el de la
santidad. Así, Adán, desde el momento de su creación, estuvo dotado, aparte de
otras cosas y por encima de su naturaleza humana, de la gracia de Dios,
habiéndole sido dada esta gracia para unirlo con su Creador y hacerlo santo.
Por esta razón la gracia se llama la santa
gracia; por ser santa, forma el lazo que une al hombre con Dios. Adán en el
paraíso terrenal podía poseer inteligencia, otros talentos y muchas virtudes,
pero estos dones no lo unían con su Creador. Era la santidad lo que lo unía con
Él, porque como dice San Pablo: “Sin la santidad ningún hombre vera a Dios.”
Después que el hombre perdió esta santa gracia, todavía continuo poseyendo
muchos dones de Dios; pudo aun ser veraz, misericordioso, amate y justo; pero
estas virtudes no lo unían con Dios; le faltaba la santidad; por lo cual el
primer acto de la bondad de Dios para con nosotros es, según el Evangelio,
librarnos, por el sacramento del Bautismo, de esta condición de extraños a la
santidad, y, por la gracia que entonces se nos da, abrir de nuevo las
comunicaciones, durante tanto tiempo cerradas, entre el alma y el cielo.
Por aquí vemos el alcance del
título que damos a nuestra Señora, cuando la llamamos Santa María. Cuando Dios quiso preparar una madre humana para su
Hijo, la hizo Inmaculada en su Concepción. No comenzó, pues, concediéndole el
don del amor, de la verdad, de la dulzura o de la devoción; poseía ya estos
dones como consecuencia de su
privilegio. Inauguro su grandiosa obra, aun antes de que Ella hubiera nacido,
antes de que pudiera pensar, hablar, obrar, haciéndola santa, y, por lo mismo, aunque hija de a tierra, dándole derecho de
ciudadanía en el cielo ¡Tota pulchra es María!
Nada de la deformidad del pecado tuvo jamás parte en Ella. Difiere, por esto de
todos los santos. Ha habido grandes misioneros, confesores, obispos, doctores y
pastores en la iglesia. Han realizado grandes obras y han llevado en pos de si,
al cielo innumerables penitentes y una inmensa cosecha de almas; han sufrido
mucho y han ganado sobreabundantes méritos. Pero María se parece de tal suerte
a Jesús, que poniendo la santidad de su divino Hijo aparte de todas las
criaturas, también la plenitud de la gracia que hay en ella, la pone aparte de
todos los ángeles y santos.