11 DE MAYO
Sobre
la Anunciación (2)
MARIA,
Speculum Justitiae,
ESPEJO DE JUSTICIA
Aquí, hemos de considerar, en
primer lugar, lo que hay que entender por justicia; porque esta palabra, tal
como se emplea en el lenguaje de la Iglesia, no tiene el sentido que el
lenguaje ordinario le atribuye. Por justicia, no hemos de entender aquí, la
virtud de la lealtad, de la equidad, de la rectitud en la conducta, sino más
bien, la justicia o perfección moral, en cuanto abarca, a la vez, todas las
virtudes y significa un estado del alma virtuoso y perfecto, de tal suerte, que
el sentido de la palabra justicia es casi equivalente al sentido de la palabra
santidad. Por esta causa, al ser llamada Nuestra Señora, espejo de la justicia,
lo hemos de entender en el sentido de que es espejo de santidad, de perfección
y de bondad sobrenatural.
¿Qué se entiende al compararla
con un espejo? Un espejo es una superficie refringente, tal como el agua inmóvil, el acero pulido, una luna.
¿Qué reflejaba María? Reflejaba a nuestro Señor, que es la Santidad infinita. Luego, en cuanto es posible a una criatura,
reflejaba su divina santidad, por lo cual es llamada Espejo de la santidad, o como se dice en las letanías, Espejo de la
justicia.
¿Cómo llego María a reflejar la
santidad de Jesús? Viviendo con Él. Vemos todos los días cuan semejantes llegan
a ser los que se aman y viven juntos. Cuando viven juntos los que no se aman,
por ejemplo, los miembros de una familia que no andan bien unidos entre sí,
ocurre todo lo contrario, y esta desunión acentúa más y más la desemejanza.
Mas, cuando reina el amor entre el esposo y la esposa, entre los padres y los
hijos, entre los hermanos, las hermanas y los amigos, el decurso del tiempo
produce un maravilloso parecido; la semejanza llega a manifestarse en la expresión
de sus rasgos, en la voz, en el porte, en el lenguaje, en la manera de
escribir, y lo mismo se diga del carácter, de las opiniones, de los gustos, de
la conformidad de miras. Y esto también sucede, sin duda, en el estado
invisible de las almas, en las cuales, ya en bien ya en mal, se realiza esta
transformación y semejanza.
Hemos de considerar ahora que María
amaba a su divino Hijo con un amor indecible y que lo tuvo continuamente
consigo, durante treinta años ¿No es, por lo tanto verdad que sí estuvo llena
de gracia antes de haberlo concebido
en su seno, debió alcanzar una santidad incomprensiblemente mayor después de
haber vivido tan íntimamente con Él durante aquellos treinta años? Santidad de
un orden angélico que reflejaba los atributos de Dios con una plenitud de
perfección, de la cual ningún santo sobre la tierra, ningún anacoreta, ninguna
virgen puede darnos una idea. Es, pues, verdaderamente Speculum justitiae, el espejo de la divina perfección.
Beato John Henry Newman
Transcripto por gentileza de Dña. Ana María Catalina
Galvez Aguiló