VIERNES DE TEMPORAS DE SEPTIEMBRE
Forma Extraordinaria del Rito Romano
Un fariseo le rogaba que
fuera a comer con él y, entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa. En
esto, una mujer que había en la ciudad, una pecadora, al enterarse de que
estaba comiendo en casa del fariseo, vino trayendo un frasco de alabastro lleno
de perfume y, colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso a regarle
los pies con las lágrimas, se los enjugaba con los cabellos de su cabeza, los
cubría de besos y se los ungía con el perfume. Al ver esto, el fariseo que lo
había invitado se dijo: «Si este fuera profeta, sabría quién y qué clase de
mujer es la que lo está tocando, pues es una pecadora». Jesús respondió y le dijo: «Simón, tengo algo
que decirte». Él contestó: «Dímelo, Maestro». «Un prestamista tenía dos deudores: uno le
debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar,
los perdonó a los dos. ¿Cuál de ellos le mostrará más amor?». Respondió Simón y
dijo: «Supongo que aquel a quien le perdonó más». Y él le dijo: «Has juzgado
rectamente». Y, volviéndose a la mujer,
dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? He entrado en tu casa y no me has dado agua
para los pies; ella, en cambio, me ha regado los pies con sus lágrimas y me los
ha enjugado con sus cabellos. Tú no me diste el beso de paz; ella, en cambio,
desde que entré, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza
con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por eso te
digo: sus muchos pecados han quedado perdonados, porque ha amado mucho, pero al
que poco se le perdona, ama poco». Y a ella le dijo: «Han quedado perdonados
tus pecados». Los demás convidados
empezaron a decir entre ellos: «¿Quién es este, que hasta perdona pecados?». Pero
él dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado, vete en paz».
Lc 7, 36-50