Homilía de maitines
VIERNES DE TEMPORAS DE SEPTIEMBRE
Forma Extraordinaria del Rito Romano
Homilía de San Gregorio Papa
Homilía 33 sobre los Evangelios después del principio
¿A quién pues representa el
fariseo que presume de su falsa justicia sino al pueblo judío? ¿Y a quién, sino
a la gentilidad convertida designa la mujer pecadora que sigue llorando los
paso del Salvador, llega llevando un vaso de alabastro, derrame el perfume y puesta
detrás a los pies del Señor los baña con sus lágrimas, los enjuga con sus
cabellos y no cesa de besar aquellos mismos pies que está bañando y enjugando?
A nosotros nos representa, si después de haber pecado, volvemos de todo corazón
al Señor llorando semejantes a ella lágrimas de penitencia. ¿Qué significa en
efecto ese perfume sino el buen olor de nuestra reputación? Por eso dice san
Pablo: Porque nosotros somos el buen olor de Cristo delante de Dios en todo
lugar.
Al hacer pues obras buenas que
difunden en la Iglesia el olor de una buena reputación, ¿no derramamos perfumes
sobre el cuerpo del Señor? Pero la mujer se colocó a los pies de Jesús.
Nosotros nos colocamos frente a los pies del Señor cuando pecando nos oponemos
a seguir sus caminos; más si nos convertimos después de nuestras faltas
mediante una sincera penitencia, nos ponemos detrás, a sus pasos en vez de
atajarlos. La mujer baña sus pies con sus lágrimas, también lo hacemos nosotros
en verdad, si con sentimientos de compasión nos inclinamos hacia el menor de
los miembros del Señor; si compartimos los sufrimientos de sus santos en la
tribulación, si consideramos como nuestras sus aflicciones.
Enjugamos, pues, con
nuestros cabellos los pies del Señor cuando mostramos nuestra piedad hacia sus
santos, compadeciéndoles y ayudándoles caritativamente, aun con nuestras cosas
superfluas, exteriorizando así con nuestra largueza el sentimiento de compasión
que experimenta nuestro espíritu. Baña, en efecto, con sus lágrimas las plantas
del Redentor pero no las enjuga con su cabellera, quien al compartir el dolor
del prójimo no le socorre con su sobrante. Llora, sí, pero no enjuga, el que
dirigiéndole palabras de condolencia no mitiga su dolor proporcionándole lo que
le falta. Después de haber aquella mujer enjugado los pies, los besa. Esto
hacemos también nosotros cuando de tal manera cuidamos con amor a aquellos a quienes
nuestras generosidad ha socorrido, que no consideramos una carga la necesidad
del prójimo, ni tenemos por onerosa aquella indigencia que remediamos, ni se
entibia en nuestras almas el amor que profesamos al indigente al tener que
proporcionarle nuestra mano lo necesario.