Santo Rosario.
Por la señal...
Monición inicial: Se hace hoy memoria de la muerte de San Vicente de Paul, sacerdote
francés del siglo XVII, fundador y promotor incansable de la caridad.
Confiado en la intercesión de la Virgen decía: “Si se invoca a la Madre de Dios y se la toma como Patrona en las cosas
importantes, no puede ocurrir sino que todo vaya bien y redunde en gloria del
buen Jesús, su Hijo.” Meditamos este rosario con sus pensamientos y lo ofrecemos para que cada
uno de nosotros tomemos conciencia de la obligación de amar a Dios y al
prójimo.
Señor mío
Jesucristo...
MISTERIOS DOLOROSOS
1. La Oración
de Jesús en el Huerto
“Nos
basta con que Nuestro Señor nos vea y sepa que padecemos por su amor y por
imitar los grandes ejemplos que él nos dio, especialmente en el huerto de los
olivos, cuando aceptó el cáliz (Mt 26, 39-44) para excitarnos a la
indiferencia; pues, aunque le pidió al Padre que pasase de él aquel cáliz, si
fuera posible, sin que tuviera que beberlo, añadió inmediatamente que se
hiciera la voluntad de Dios, demostrando que se encontraba en una perfecta
indiferencia ante la vida o la muerte.”
2. La
flagelación de Jesús atado a la columna.
“Nuestro
Señor, en el huerto de los olivos, no sentía más que aflicción, y en la cruz
sólo sentía dolores, que fueron tan excesivos que parecía como si, juntamente
con el desamparo de los hombres, también lo hubiese abandonado su Padre; sin
embargo, en los estertores de la muerte y en estos excesos de su pasión, se
alegraba de cumplir la voluntad de su Padre (Mt 27, 46).”
3. La
coronación de espinas
“Hermanos
míos, si el Hijo de Dios se mostraba tan bondadoso en su trato con los demás,
su mansedumbre brilló todavía más en su pasión, hasta el punto de que no se le
escapó ninguna palabra hiriente contra los deicidas que le cubrían de injurias
y de bofetones y se reían de sus dolores. A Judas, que lo entregaba a sus
enemigos, lo llamó amigo (Mt 26, 50). ¡Vaya amigo! Lo veía venir a cien pasos,
a veinte pasos; más aún, había visto a aquel traidor desde su nacimiento, y
sale a su encuentro con aquella palabra tan cariñosa: “Amigo”. Y siguió
tratando lo mismo a los demás: “¿A quién buscáis?”, les dijo, “¡Aquí estoy!”
(Jn 18,4) (XI, 480). Meditemos todo esto, hermanos míos y encontraremos actos
prodigiosos de mansedumbre que superan el entendimiento humano; consideremos
cómo conservó esta misma mansedumbre en todas las ocasiones. Le coronan de
espinas, le cargan con la cruz, lo extienden sobre ella, le clavan a la fuerza
las manos y los pies, lo levantan y hacen caer a la cruz con violencia en el
hoyo que habían preparado; en una palabra, lo tratan con la mayor crueldad que
pueden, sin poner en todo esto nada de dulzura. Hermanos míos, os ruego a todos
que penséis en aquel horrible tormento, la pesadez de su cuerpo, la rigidez de
sus brazos, el rigor de los clavos, el número y delicadeza de sus nervios. ¡Qué
dolor, hermanos míos! ¿Es posible imaginar mayor dolor? Si queréis meditar en
todos los excesos de su pasión tan amarga, admiraréis cómo pudo y cómo quiso
padecerlos aquel que no tenía que hacer más que transfigurarse en el Calvario,
lo mismo que lo hizo en el Tabor, para hacerse temer y adorar. Y después de
esta admiración, diréis como nuestro manso redentor: “Ved si hay dolor
semejante a mi dolor” (Lam 1, 2). (XI, 480-481). ¿Y qué es lo que dijo en la
cruz? Cinco palabras, de las que ni una sola demuestra la menor impaciencia. Es
verdad que dijo: “Elí, Elí, Padre mío, Padre mío ¿por qué me has abandonado?”
16; pero esto no es una queja, sino una expresión de la naturaleza que sufre,
que padece hasta el extremo sin consuelo alguno, mientras que la parte superior
de su alma lo acepta todo mansamente; si no, con el poder que tenía de destruir
a todos aquellos canallas y de hacerlos perecer para librarse de sus manos, lo
habría hecho; pero no lo hizo. ¡Jesús, Dios mío! ¡Qué ejemplo para nosotros que
nos ocupamos en imitarte! ¡Qué lección para los que no quieren sufrir nada!
(XI, 481).”
4. Nuestro
Señor con la cruz a cuestas camino del Calvario
“Hagamos
lo que hagamos, nunca creerán en nosotros si no mostramos amor y compasión
hacia los que queremos que crean en nosotros.”
5. La
crucifixión y muerte del Señor
“Para
morir como Jesucristo hay que vivir como Jesucristo.”