COMENTARIO DEL EVANGELIO DEL DÍA
LUNES SANTO: UNCIÓN EN BETANIA
Forma Extraordinaria del Rito Romano
El Evangelio
recién proclamado nos conduce a Betania, donde, como apunta el evangelista,
Lázaro, Marta y María ofrecieron una cena al Maestro (cf. Jn 12, 1). Este
banquete en casa de los tres amigos de Jesús se caracteriza por los
presentimientos de la muerte inminente: los seis días antes de Pascua, la
insinuación del traidor Judas, la respuesta de Jesús que recuerda uno de los
piadosos actos de la sepultura anticipado por María, la alusión a que no lo
tendrían siempre con ellos, el propósito de eliminar a Lázaro, en el que se
refleja la voluntad de matar a Jesús. En este relato evangélico hay un gesto
sobre el que deseo llamar la atención: María de Betania, "tomando una
libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los pies de Jesús y los secó
con sus cabellos" (12, 3). El gesto de María es la expresión de fe y de
amor grandes por el Señor: para ella no es suficiente lavar los pies del
Maestro con agua, sino que los unge con una gran cantidad de perfume precioso
que —como protestará Judas— se habría podido vender por trescientos denarios; y
no unge la cabeza, como era costumbre, sino los pies: María ofrece a Jesús
cuanto tiene de mayor valor y lo hace con un gesto de profunda devoción. El
amor no calcula, no mide, no repara en gastos, no pone barreras, sino que sabe
donar con alegría, busca sólo el bien del otro, vence la mezquindad, la
cicatería, los resentimientos, la cerrazón que el hombre lleva a veces en su
corazón.
María se
pone a los pies de Jesús en humilde actitud de servicio, como hará el propio
Maestro en la última Cena, cuando, como dice el cuarto Evangelio, "se
levantó de la mesa, se quitó sus vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó.
Luego echó agua en una jofaina y se puso a lavar los pies de los
discípulos" (Jn 13, 4-5), para que —dijo— "también vosotros hagáis
como yo he hecho con vosotros" (v. 15): la regla de la comunidad de Jesús
es la del amor que sabe servir hasta el don de la vida. Y el perfume se
difunde: "Toda la casa —anota el evangelista— se llenó del olor del
perfume" (Jn 12, 3). El significado del gesto de María, que es respuesta
al amor infinito de Dios, se expande entre todos los convidados; todo gesto de
caridad y de devoción auténtica a Cristo no se limita a un hecho personal, no
se refiere sólo a la relación entre el individuo y el Señor, sino a todo el
cuerpo de la Iglesia; es contagioso: infunde amor, alegría y luz.
"Vino a
los suyos y los suyos no lo recibieron" (Jn 1, 11): al acto de María se
contraponen la actitud y las palabras de Judas, quien, bajo el pretexto de la
ayuda a los pobres oculta el egoísmo y la falsedad del hombre cerrado en sí
mismo, encadenado por la avidez de la posesión, que no se deja envolver por el
buen perfume del amor divino. Judas calcula allí donde no se puede calcular,
entra con ánimo mezquino en el espacio reservado al amor, al don, a la entrega
total. Y Jesús, que hasta aquel momento había permanecido en silencio, interviene
a favor del gesto de María: "Déjala, que lo guarde para el día de mi
sepultura" (Jn 12, 7). Jesús comprende que María ha intuido el amor de
Dios e indica que ya se acerca su "hora", la "hora" en la
que el Amor hallará su expresión suprema en el madero de la cruz: el Hijo de
Dios se entrega a sí mismo para que el hombre tenga vida, desciende a los
abismos de la muerte para llevar al hombre a las alturas de Dios, no teme
humillarse "haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de
cruz" (Flp 2, 8). San Agustín, en el Sermón en el que comenta este pasaje
evangélico, nos dirige a cada uno, con palabras apremiantes, la invitación a
entrar en este circuito de amor, imitando el gesto de María y situándonos
concretamente en el seguimiento de Jesús. Escribe san Agustín: "Toda alma
que quiera ser fiel, únase a María para ungir con perfume precioso los pies del
Señor... Unja los pies de Jesús: siga las huellas del Señor llevando una vida
digna. Seque los pies con los cabellos: si tienes cosas superfluas, dalas a los
pobres, y habrás enjugado los pies del Señor" (In Ioh. evang., 50, 6).
Benedicto XVI . 29 de marzo de 2010