COMENTARIO AL EVANGELIO DEL DÍA
MARTES
DE LA IV SEMANA DE CUARESMA
Forma Extraordinaria del Rito Romano
"La palabra que escucháis no es
mía, sino del Padre que me ha enviado" (Jn 14, 23-24). Como Jesús
transmite las palabras del Padre, así el Espíritu recuerda a la Iglesia las
palabras de Cristo (cf. Jn 14, 26). Y como el amor al Padre llevaba a Jesús a
alimentarse de su voluntad, así nuestro amor a Jesús se demuestra en la
obediencia a sus palabras. La fidelidad de Jesús a la voluntad del Padre puede
transmitirse a los discípulos gracias al Espíritu Santo, que derrama el amor de
Dios en sus corazones (cf. Rm 5, 5).
El Nuevo Testamento nos presenta a
Cristo como misionero del Padre. Especialmente en el evangelio de san Juan,
Jesús habla muchas veces de sí mismo en relación con el Padre que lo envió al
mundo. Del mismo modo, también en el texto de hoy. Jesús dice: "La palabra que escucháis no es mía,
sino del Padre que me ha enviado" (Jn 14, 24). En este momento, queridos
amigos, somos invitados a fijar nuestra mirada en él, porque la misión de la
Iglesia subsiste solamente en cuanto prolongación de la de Cristo: "Como el Padre me envió, también yo os
envío" (Jn 20, 21).
El evangelista pone de relieve,
incluso de forma plástica, que esta transmisión de consignas acontece en el
Espíritu Santo: "Sopló sobre ellos
y les dijo: "Recibid el Espíritu
Santo..."" (Jn 20, 22). La misión de Cristo se realizó en el amor.
Encendió en el mundo el fuego de la caridad de Dios (cf. Lc 12, 49). El Amor es
el que da la vida; por eso la Iglesia es enviada a difundir en el mundo la
caridad de Cristo, para que los hombres y los pueblos "tengan vida y la
tengan en abundancia" (Jn 10, 10).
BENEDICTO XVI, 13 de mayo de 2007