MIÉRCOLES DE LA IV SEMANA DE CUARESMA
Forma Extraordinaria del Rito Romano
Al pasar vio Jesús a un hombre ciego
de nacimiento: Y sus díscipulos le preguntaron: Maestro, ¿qué pecados son la
causa de que éste haya nacido ciego, los suyos, o los de sus padres? Respondió
Jesús: No es por culpa de éste, ni de sus padres; sino para que las obras de
Dios resplandezcan en él. Conviene que
yo haga las obras de aquel que me ha enviado, mientras dura el día, viene la
noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras
estoy en el mundo, yo soy la luz del mundo. Así que hubo dicho esto, escupió en
tierra, y formó lodo con la saliva, y lo aplicó sobre los ojos del ciego, y le
dijo: Anda, y lávate en la piscina de Siloé (palabra que significa el Enviado).
Se fue, pues, y se lavó allí, y volvió con vista. Por lo cual los vecinos, y
los que antes le habían visto pedir limosna, decían: ¿No es éste aquel que
sentado allá, pedía limosna? Este es, respondían algunos. Y otros decían: No es
él, sino alguno que se le parece. Pero él decía: Sí, que soy yo.Le preguntaban,
pues: ¿Cómo se te han abierto los ojos? Respondió: Aquel hombre que se llama
Jesús, hizo un poquito de lodo, y lo aplicó a mis ojos, y me dijo: Ve a la
piscina de Siloé, y lávate allí. Yo fui, me lavé, y veo. Le preguntaron: ¿Dónde
está ése? Respondió: No lo sé. Llevaron,
pues a los fariseos al que antes estaba ciego. Es de advertir que cuando Jesús
formó el lodo y le abrió los ojos era día de sábado. Nuevamente, pues, los
fariseos le preguntaban también cómo había logrado la vista. El les respondió:
Puso lodo sobre mis ojos, me lavé, y veo.
Sobre lo que decían algunos de los fariseos: No es enviado de Dios este
hombre, pues no guarda el sábado. Otros, decían: ¿Cómo un hombre pecador puede
hacer tales milagros? Y había desacuerdo entre ellos. Dicen, pues, otra vez al
ciego: Y tú ¿qué dices del que te ha abierto los ojos? Respondió: Que es un
profeta. Pero por lo mismo no creyeron los judíos que hubiese sido ciego, y
recibido la vista, hasta que llamaron a sus padres; y les preguntaron: ¿Es éste vuestro hijo, de
quien vosotros decís que nació ciego? Pues ¿cómo ve ahora? Sus padres les respondieron, diciendo:
Sabemos que éste es hijo nuestro, y que nació ciego; pero cómo ahora ve, no lo sabemos; ni tampoco
sabemos quién le ha abierto los ojos; preguntádselo a él, edad tiene, él dará
razón de sí. Esto dijeron sus padres por
temor de los judíos; porque ya éstos habían decretado echar de la sinagoga a
cualquiera que reconociese a Jesús por el Cristo, o Mesías. Por eso sus padres
dijeron: Edad tiene, preguntádselo a él. Llamaron, pues, otra vez al hombre que
había sido ciego, y le dijeron: Da gloria a Dios; nosotros sabemos que ese
hombre es un pecador. Mas él les respondió: Si es pecador, yo no lo sé; sólo sé
que yo antes era ciego, y ahora veo. Le replicaron: ¿Qué hizo él contigo? ¿Cómo
te abrió los ojos? Les respondió: Os lo he dicho ya, y lo habéis oído, ¿a qué
fin queréis oírlo de nuevo? ¿Acaso será que también vosotros queréis haceros
discípulos suyos?
Entonces le llenaron de
maldiciones, y por fin le dijeron: Tú seas su discípulo, que nosotros somos
discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios; mas éste no
sabemos de dónde es. Respondió aquel hombre, y les dijo: Aquí está la
maravilla, que vosotros no sabéis de dónde es éste, y con todo ha abierto mis
ojos, Lo que sabemos es que Dios no oye a los pecadores; sino que aquel que
honra a Dios y hace su voluntad, éste es a quien Dios oye. Desde que el mundo
es mundo no se ha oído jamás que alguno haya abierto los ojos de un ciego de
nacimiento. Si este hombre no fuese enviado de Dios, no podría hacer nada de lo
que hace. Le dijeron en respuesta: Saliste del vientre de tu madre envuelto en
pecado, ¿y tú nos das lecciones? Y le arrojaron fuera. Oyó Jesús que le habían
echado fuera; y encontrándose con él, le dijo: ¿Crees tú en el Hijo de Dios? Respondió
él y dijo: ¿Quién es, Señor, para que yo crea en él? Le dijo Jesús: Le viste
ya, y es el mismo que está hablando contigo. Entonces dijo él: Creo, Señor. Y
postrándose a sus pies, le adoró.
Juan 9,1-38.