COMENTARIO DEL EVANGELIO DEL DÍA
VIERNES
DE LA I SEMANA DE PASIÓN
Conmemoración
de los siete dolores de Nuestra Señora
Forma Extraordinaria del Rito Romano
Tengo, además, otras ovejas que no son
de este redil; también a esas las tengo que traer, y escucharán mi voz y habrá
un solo rebaño, un solo pastor" (Jn 10,16). Es lo mismo que repite san
Juan después de la decisión del sanedrín de matar a Jesús, cuando Caifás dijo
que era preferible que muriera uno solo por el pueblo a que pereciera toda la
nación. San Juan reconoce que se trata de palabras proféticas, y añade:
"Jesús iba a morir por la nación, y no sólo por la nación, sino también
para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos" (Jn 11,52).
Se revela la relación entre cruz y
unidad; la unidad se paga con la cruz. Pero sobre todo aparece el horizonte
universal del actuar de Jesús. Aunque Ezequiel, en su profecía sobre el pastor,
se refería al restablecimiento de la unidad entre las tribus dispersas de Israel
(cf. Ez 34,22-24), ahora ya no se trata de la unificación del Israel disperso,
sino de todos los hijos de Dios, de la humanidad, de la Iglesia de judíos y
paganos. La misión de Jesús concierne a toda la humanidad, y por eso la Iglesia
tiene una responsabilidad con respecto a toda la humanidad, para que reconozca
a Dios, al Dios que por todos nosotros en Jesucristo se encarnó, sufrió, murió
y resucitó.
La Iglesia jamás debe contentarse con
la multitud de aquellos a quienes, en cierto momento, ha llegado, y decir que
los demás están bien así: musulmanes, hindúes... La Iglesia no puede retirarse
cómodamente dentro de los límites de su propio ambiente. Tiene por cometido la
solicitud universal, debe preocuparse por todos y de todos. Por lo general
debemos "traducir" esta gran tarea en nuestras respectivas misiones.
Obviamente, un sacerdote, un pastor de almas debe preocuparse ante todo por los
que creen y viven con la Iglesia, por los que buscan en ella el camino de la
vida y que, por su parte, como piedras vivas, construyen la Iglesia y así
edifican y sostienen juntos también al sacerdote.
Sin embargo, como dice el Señor,
también debemos salir siempre de nuevo "a los caminos y cercados" (Lc
14,23) para llevar la invitación de Dios a su banquete también a los hombres
que hasta ahora no han oído hablar para nada de él o no han sido tocados
interiormente por él.
Benedicto XVI, 7 de mayo de 2006