martes, 24 de marzo de 2015

LA HORA DE JESÚS


COMENTARIO DEL EVANGELIO DEL DÍA
MARTES DE LA I SEMANA DE PASIÓN
Forma Extraordinaria del Rito Romano

Todavía no ha llegado mi hora» (Jn 2,4). Quisiéramos objetar: ¡tienes mucho con ella! Fue ella quien te dio la carne y la sangre, tu cuerpo; y no sólo tu cuerpo: con su «sí», que pronunció desde lo más hondo de su corazón, ella te engendró en su vientre; con amor maternal te dio la vida y te introdujo en la comunidad del pueblo de Israel.
Si así le hablamos a Jesús, ya vamos por buen camino para entender su respuesta. Porque todo esto debe hacernos recordar que en el contexto de la encarnación de Jesús hay dos diálogos que van juntos y se funden, se hacen uno. Está ante todo el diálogo de María con el arcángel Gabriel, en el que ella dice: «Hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). Pero existe un texto paralelo a este, podríamos decir un diálogo dentro de Dios, que se encuentra recogido en la carta a los Hebreos, cuando dice que las palabras del salmo 40 son como un diálogo entre el Padre y el Hijo, un diálogo con el que se inicia la Encarnación. El Hijo eterno dice al Padre: «Sacrificio y oblación no quisiste; pero me has formado un cuerpo. (...) He aquí que vengo (...) para hacer, oh Dios, tu voluntad» (Hb 10,5-7; cf. Sal 40,6-8).
El «sí» del Hijo -«He aquí que vengo para hacer tu voluntad»- y el «sí» de María -«Hágase en mí según tu palabra»- se convierten en un único «sí». De esta manera el Verbo se hace carne en María. En este doble «sí» la obediencia del Hijo se hace cuerpo, María con su «sí» le da el cuerpo. «¿Qué tengo yo contigo, mujer?». La relación más profunda que tienen Jesús y María es este doble «sí», gracias a cuya coincidencia se realizó la encarnación. Con su respuesta nuestro Señor alude a este punto de su profundísima unidad. A él remite a su Madre. Ahí, en este común «sí» a la voluntad del Padre, se encuentra la solución. También nosotros debemos aprender a encaminarnos hacia este punto; ahí encontraremos la respuesta a nuestras preguntas.
Partiendo de ahí comprendemos ahora también la segunda frase de la respuesta de Jesús: «Todavía no ha llegado mi hora». Jesús nunca actúa solamente por sí mismo; nunca actúa para agradar a los otros. Actúa siempre partiendo del Padre, y esto es precisamente lo que lo une a María, porque ahí, en esa unidad de voluntad con el Padre, ha querido poner también ella su petición. Por eso, después de la respuesta de Jesús, que parece rechazar la petición, ella sorprendentemente puede decir a los servidores con sencillez: «Haced lo que él os diga» (Jn 2,5).
Jesús no hace un prodigio, no juega con su poder en un asunto que, en el fondo, es totalmente privado. No; él realiza un signo, con el que anuncia su hora, la hora de las bodas, la hora de la unión entre Dios y el hombre. Él no se limita a «producir» vino, sino que transforma las bodas humanas en una imagen de las bodas divinas, a las que el Padre invita mediante el Hijo y en las que da la plenitud del bien, representada por la abundancia del vino. Las bodas se convierten en imagen del momento en que Jesús lleva su amor hasta el extremo, permite que le desgarren el cuerpo, y así se entrega a nosotros para siempre, se hace uno con nosotros: bodas entre Dios y el hombre.
La hora de la cruz, la hora de la que brota el Sacramento, en el que él se nos da realmente en carne y sangre, pone su cuerpo en nuestras manos y en nuestro corazón; esta es la hora de las bodas.
Así, de un modo verdaderamente divino, se resuelve la necesidad del momento y se rebasa ampliamente la petición inicial. La hora de Jesús no ha llegado aún, pero en el signo de la conversión del agua en vino, en el signo del don festivo, anticipa su hora ya en este momento.
Su «hora» es la cruz; su hora definitiva será su vuelta al final de los tiempos. Él anticipa continuamente esta hora definitiva precisamente en la Eucaristía, en la cual ya ahora viene siempre. Y lo sigue haciendo siempre por intercesión de su Madre, por intercesión de la Iglesia, que lo invoca en las plegarias eucarísticas: «¡Ven, Señor Jesús!». En el canon, la Iglesia implora siempre nuevamente esta anticipación de la «hora», pide que venga ya ahora y se entregue a nosotros.
Así queremos dejarnos guiar por María, por la Madre de las gracias de Altötting, por la Madre de todos los fieles, hacia la «hora» de Jesús. Pidámosle a él el don de reconocerlo y comprenderlo cada vez más.
Benedicto XVI, 11-IX-06