VISIÓN DE LA VIRGEN Y SAN
JOSÉ
Estando en estos mismos días, el de nuestra Señora de la Asunción, en un
convento de la Orden del glorioso santo Domingo, considerando los muchos
pecados y cosas de mi ruín vida, que en tiempos pasados había confesado en
aquella casa, me vino un arrobamiento grande, que casi me sacó de mí; me senté
y creo que no pude ver la elevación ni oir misa. Estando así me pareció que me
vestían un manto de mucha blancura y claridad, y al principio no veía quién me
lo vestía; después vi a nuestra Señora hacia el lado derecho, y a mi padre san
José al izquierdo, que eran los dos que me vestían aquel manto; se me reveló
que ya estaba limpia de mis pecados.
Cuando me acabaron de vestir el
manto, estaba yo con grandísimo deleite y gloria, y nuestra Señora me asió las
manos y me dijo que le agradaba mucho que glorificara a san José; que creyera
que el monasterio que intentaba construir se haría, y que en él se serviría
mucho al Señor y a ellos dos; que no
temiera que se fallara en esto jamás que, aunque la obediencia no se prometía a
mi gusto, su Hijo estaría con nosotras, como nos había prometido y que, como
señal de que esto sería verdad, me daba aquella joya...
Era grandísima la hermosura de
nuestra Señora, aunque no me pareció ninguna imagen determinada, sino con toda
la belleza acumulada en el rostro, vestida de blanco con mucho resplandor, no
deslumbrante, sino suave...
Nuestra Señora me pareció muy joven.
Estuvieron conmigo un poco y yo, con grandísima gloria y felicidad, como nunca
había gozado tanta. Y nunca quisiera perder tanto gozo. Me pareció que los veía
subir al cielo con gran multitud de ángeles (V 33, 14-15).