HALLASTEIS EN ELLAS TANTO
AMOR Y MÁS FE
«Parece
atrevimiento pensar yo he de ser alguna parte para alcanzar esto. Confío yo,
Señor mío, en estas siervas vuestras que aquí están, que veo y sé no quieren
otra cosa ni la pretenden sino contentaros. Por Vos han dejado lo poco que
tenían, y quisieran tener más para serviros con ello. Pues no sois Vos, criador
mío, desagradecido para que piense yo daréis menos de lo que os suplican, sino
mucho más. Ni aborrecisteis, Señor de mi alma, cuando andabais por el mundo,
las mujeres, antes las favorecisteis siempre con mucha piedad y hallasteis en
ellas tanto amor y más fe que en los hombres, pues estaba vuestra sacratísima
Madre, en cuyos méritos merecemos, y por tener su hábito, lo que desmerecimos
por nuestras culpas. ¿No basta, Señor, que nos tiene el mundo acorraladas e
incapaces para que no hagamos cosa que valga nada por Vos en público, ni osemos
hablar algunas verdades que lloramos en secreto, sino que no nos habíais de oír
petición tan justa? No lo creo yo, Señor, de vuestra bondad y justicia, que
sois justo juez, y no como los jueces del mundo, que como son hijos de Adán y,
en fin, todos varones, no hay virtud de mujer que no tengan por sospechosa. Sí,
que algún día ha de haber, Rey mío, que se conozcan todos. No hablo por mí, que
ya tiene conocido el mundo mi ruindad, y yo holgado que sea pública, sino
porque veo los tiempos de manera que no es razón desechar ánimos virtuosos y
fuertes, aunque sean de mujeres» (CE 4,1).