COMENTARIO AL EVANGELIO DEL DÍA
VIERNES
DE LA III SEMANA DE CUARESMA
Forma Extraordinaria del
Rito Romano
BENEDICTO XVI; 27 de
marzo de 2011
La mujer iba todos los días a sacar agua
de un antiguo pozo, que se remontaba a los tiempos del patriarca Jacob, y ese
día se encontró con Jesús, sentado, «cansado del camino» (Jn 4, 6). San Agustín
comenta: «Hay un motivo en el cansancio de Jesús... La fuerza de Cristo te ha
creado, la debilidad de Cristo te ha regenerado... Con la fuerza nos ha creado,
con su debilidad vino a buscarnos» (In Ioh. Ev., 15, 2). El cansancio de Jesús,
signo de su verdadera humanidad, se puede ver como un preludio de su pasión,
con la que realizó la obra de nuestra redención. En particular, en el encuentro
con la Samaritana, en el pozo, sale el tema de la «sed» de Cristo, que culmina
en el grito en la cruz: «Tengo sed» (Jn 19, 28). Ciertamente esta sed, como el
cansancio, tiene una base física. Pero Jesús, como dice también Agustín, «tenía
sed de la fe de esa mujer» (In Ioh. Ev., 15, 11), al igual que de la fe de
todos nosotros. Dios Padre lo envió para saciar nuestra sed de vida eterna,
dándonos su amor, pero para hacernos este don Jesús pide nuestra fe. La omnipotencia
del Amor respeta siempre la libertad del hombre; llama a su corazón y espera
con paciencia su respuesta.
En el encuentro con la Samaritana,
destaca en primer lugar el símbolo del agua, que alude claramente al sacramento
del Bautismo, manantial de vida nueva por la fe en la gracia de Dios. En
efecto, este Evangelio, como recordé en la catequesis del miércoles de Ceniza,
forma parte del antiguo itinerario de preparación de los catecúmenos a la
iniciación cristiana, que tenía lugar en la gran Vigilia de la noche de Pascua.
«El que beba del agua que yo le daré —dice Jesús—, nunca más tendrá sed. El
agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta
hasta la vida eterna» (Jn 4, 14). Esta agua representa al Espíritu Santo, el «don»
por excelencia que Jesús vino a traer de parte de Dios Padre. Quien renace por
el agua y el Espíritu Santo, es decir, en el Bautismo, entra en una relación
real con Dios, una relación filial, y puede adorarlo «en espíritu y en verdad»
(Jn 4, 23.24), como revela también Jesús a la mujer samaritana. Gracias al
encuentro con Jesucristo y al don del Espíritu Santo, la fe del hombre llega a
su cumplimiento, como respuesta a la plenitud de la revelación de Dios.
Cada uno de nosotros puede
identificarse con la mujer samaritana: Jesús nos espera, especialmente en este
tiempo de Cuaresma, para hablar a nuestro corazón, a mi corazón. Detengámonos
un momento en silencio, en nuestra habitación, o en una iglesia, o en otro
lugar retirado. Escuchemos su voz que nos dice: «Si conocieras el don de
Dios...». Que la Virgen María nos ayude a no faltar a esta cita, de la que
depende nuestra verdadera felicidad.