23 de febrero
San Pedro Damián, Obispo, confesor y doctor de la Iglesia
Pedro fue abandonado por su madre cuando le amamantaba, por el disgusto que le causaba el tener tanta prole. Mas una sirvienta le recogió medio muerto, le salvó con sus cuidados, y lo devolvió a su madre exhortándola a profesar sentimientos humanos. Privado de padres, se vio sometido a una dura servidumbre bajo la áspera tutela de un hermano suyo que le trató como esclavo. Dio por entonces un ejemplo de religión para con Dios y piedad, ya que habiendo hallado una moneda, no la empleó para atender su indigencia, sino que la dio a un sacerdote para que celebrase el santo sacrificio en sufragio de su padre. Otro hermano suyo, Damián (del cual se cree que tomó el nombre), lo acogió benévolamente y cuidó de hacerle instruir. Hizo tan rápidos progresos en las letras, que en breve llegó a ser admirado de sus maestros. Impuesto en el saber de las ciencias liberales, las enseñó con aplauso de todos; y a fin de sujetar los sentidos, llevaba un cilicio debajo de sus vestidos, entregándose a los ayunos, vigilias y oraciones. En el ardor juvenil, cuando con ímpetu le acometían los estímulos de la carne, apagaba sus ardores sumergiéndose de noche en las heladas aguas del río. También acostumbraba visitar los santuarios, recitando todo el Salterio; socorría asiduamente a los pobres, y les servía los manjares con sus propias manos.
Para llevar una vida más perfecta, ingresó en el monasterio de Avellana, diócesis de Gubbio, de la Orden de los monjes de santa Cruz de la Fuente Avellana, fundada por el bienaventurado Ludulfo, discípulo de San Romualdo. Al poco le envió su abad al monasterio de Pomposia, y luego al de San Vicente de Piedra Pertusa; edificó a ambos monasterios con sus santas predicaciones, sus notables enseñanzas, y su manera de vivir. Regresó a su monasterio después de la muerte del Abad, y fue elegido para el gobierno de Avellana; y la hizo prosperar tanto mediante las santas instituciones que le dio y sus nuevas fundaciones en diversos lugares, que es considerado como un segundo Padre de su Orden y como su gloria más legítima. Los efectos de la solicitud de Pedro los experimentaron otros monasterios de diversos institutos, los conventos de canónigos y los pueblos. La diócesis de Urbino le debe muchos beneficios. Asesor del obispo Teuzón en un asunto gravísimo, le ayudó con sus consejos y sus trabajos en la recta administración del obispado. Se distinguió por la contemplación de las cosas divinas, sus maceraciones corporales y por otros ejemplos de gran santidad. Esteban IX, movido por tantos méritos, y a pesar de su resistencia, le creó cardenal de la santa Iglesia romana y obispo de Ostia, donde brilló Pedro por sus virtudes y con obras dignas del ministerio episcopal.
En tiempos tan difíciles, prestó grandes servicios a la Iglesia romana y a los papas, con su ciencia, sus legaciones y los trabajos que emprendió. Combatió hasta la muerte contra la herejía de los Nicolaítas y contra la simonía. Tras remediar estos males, reconcilió la Iglesia de Milán con la de Roma. Resistió con valor a los antipapas Benedicto y Cadaloo; disuadió a Enrique IV, emperador de Alemania, de su injusto proyecto de divorcio. Redujo a los de Rávena a la obediencia al romano Pontífice, y les admitió de nuevo a la comunión de la Iglesia; dio reglas a los canónigos de Velletri, que les condujeron a una vida más perfecta. En Urbino apenas hubo ninguna iglesia sin recibir de él algún favor. A la sede de Gubbio, a la que cuidó, la libró de muchos males; se le vio proveer al bien de otras iglesias con tanto celo como si le estuviesen encomendadas. Renunció al cardenalato y episcopado, pero en nada disminuyó su asiduidad en socorrer al prójimo. Propagó el ayuno del viernes en honor de la santa Cruz de Jesucristo, el Oficio Parvo en honor de la Virgen María, y su culto en sábado. Extendió la práctica de disciplinarse en expiación de los propios pecados. Ilustre por su santidad, doctrina, milagros y grandes acciones, en Faenza, volviendo de Rávena, su alma voló hacia Jesucristo el día 22 de febrero. Su cuerpo que se conserva allí, en el monasterio de los Cistercienses, llegó a ser célebre por sus muchos milagros, y es honrado por la veneración constante de los pueblos. Habiendo los Faventinos experimentado más de una vez la protección de San Pedro Damián en circunstancias críticas, le escogieron por Patrono. León XIII por decreto de la Sagrada Congregación de Ritos extendió a toda la Iglesia el Oficio y Misa que en su honor se celebraba ya en algunas diócesis y en la Orden Camaldulense; al título de Confesor Pontífice, añadió el de Doctor.
Oremos.
Te suplicamos, omnipotente Dios, que nos concedas seguir las enseñanzas y los ejemplos del bienaventurado Pedro, tu Confesor y Pontífice, a fin de que por el menosprecio de lo terreno consigamos los goces eternos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos. R. Amén.
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