LA ORACIÓN.
Dom Gueranger
Jueves después de ceniza
Las Sagradas Escrituras, los Santos Padres y los teólogos católicos distinguen tres clases de obras penitenciales: oración, limosna y ayuno. En las lecturas que nos proporciona la Iglesia los primeros días de la Cuaresma, pretende adoctrinarnos sobre el modo de cumplir estas tres obras; hoy, nos recomienda la oración. El centurión viene a implorar del Señor la curación del criado. Su oración es humilde: de lo íntimo de su corazón se considera indigno de recibir la visita de Jesús. Aparece henchida de fe; no duda un instante que el Señor podrá seguramente otorgarle lo que pide. ¡Con qué ingenioso ardor exhibe la demanda! La fe de este pagano sobrepasa la de los hijos de Israel y merece la admiración del Hijo de Dios. Así debe ser nuestra oración, cuando imploramos el remedio de nuestras almas. Reconozcamos que somos indignos de hablar a Dios; insistamos, sin embargo, con fe inquebrantable; su poder y su bondad exigen de nosotros la oración para galardonarla con la efusión a manos llenas de sus misericordias. El tiempo en que estamos es tiempo de oración. Reitera la Iglesia sus plegarias apremiantes; las ofrenda por nosotros; no consintamos dejarla rogar sola. Depongamos nuestra tibieza, y acordémonos que si todos los días pecamos, la oración repara nuestras faltas y nos preservará de cometer otras de nuevo.