lunes, 27 de febrero de 2023

EL JUICIO FINAL. Dom Gueranger

 

EL JUICIO FINAL. 
Dom Geranger
— Hace unos instantes nos invitaba un Profeta del Antiguo Testamento de parte de Dios a responder a la tierna invitación del Pastor de nuestras almas; el Señor agotaba todos los medios de que echaba mano su cariño para despertar en las ovejas descarriadas el deseo de adherirse a él, he aquí que la Iglesia, el mismo día en que nos ofrece a ese dueño soberano con atuendos de pastor en extremo compasivo, nos le muestra a vuelta de hoja como juez inexorable; ¿cómo, pues, el carácter bondadoso de nuestro Salvador y médico abnegado de nuestras almas, se ha tan radicalmente transformado? “¡Retiraos de mí, malditos, al fuego eterno!” Y la Iglesia ha echado mano de este texto en el Evangelio mismo, código de la ley del amor. Con todo, pecador, no te llames a engaño, lee con atención y reconocerás en quien lanza ese anatema al mismo Dios de quien el Profeta nos detalla la misericordia, la paciencia, el celo por el bien de todas sus ovejas. En su tribunal ostenta asimismo los rasgos distintivos del Pastor: Ved, si no, cómo las coloca unas a su diestra y otras a su siniestra; se trata pues de un rebaño. Quiere desempeñar hasta el día postrero el Hijo de Dios el oñcio de pastor. Pero se han trocado las condiciones; ya no hay tiempo porque la eternidad abre sus profundos senos misteriosos; comienza el reinado de la justicia: justicia que otorga a los amigos de Dios la recompensa prometida; justicia que precipita al pecador impenitente en el abismo sin suelo. Sería entonces demasiado tarde pensar en hacer penitencia que no tiene lugar sino en el tiempo, y el tiempo ya no existe. Y ¿cómo el cristiano que sabe que nos hemos de hallar reunidos todos al pie de su tribunal terrible, titubea rendirse a las invitaciones de la Iglesia que le insta eficazmente satisfaga por sus pecados? ¿Cómo regatea a Dios la insignificante expiación con que su misericordia tiene a bien darse hoy por satisfecha? Evidentemente es el hombre, para consigo mismo, el enemigo más despiadado, al escuchar sin inmutarse la palabra de su Salvador ahora y su Juez futuro: “Si no hacéis penitencia, todos pereceréis.