2 de septiembre. San Esteban de Hungría, confesor
Esteban introdujo en Hungría la fe cristiana y la monarquía. Tras haber obtenido del Papa la corona real y de haber sido consagrado por mandato suyo, ofreció el reino a la Sede Apostólica. A impulso de su piedad, fundó varias obras piadosas en Roma, Jerusalén y Constantinopla, el arzobispado de Estrigonia en Hungría, y diez obispados, dotándolos con mucha munificencia. Trataba con tanto amor como largueza a los pobres, viendo en ellos al mismo Jesucristo; a ninguno despidió sin consolarle y socorrerle. No contento con haber destinado a este fin grandes sumas, con frecuencia distribuyó los objetos de su ajuar. Solía lavar con sus manos los pies de los pobres, visitar, muchas veces de noche, sin darse a conocer, los hospitales, servir a los enfermos y cumplir los demás deberes de caridad; como señal de estas virtudes, su diestra permaneció incorrupta después que su cadáver se redujo a polvo.
Su amor a la oración le movía a pasar noches enteras en vela; estando ocupado en la contemplación de las cosas del cielo, fue visto en éxtasis y elevado sobre el suelo. Con el auxilio de la oración, triunfó más de una vez de las conspiraciones de los malvados y de los ataques de poderosos enemigos. De su matrimonio con Gisela, hermana del emperador San Enrique, tuvo un hijo, llamado Emerico, al cual educó con suma vigilancia y en la más sólida piedad, según lo demostró la santidad de este príncipe. Para la dirección de los asuntos de su reino, se rodeó de hombres de acrisolada virtud y prudencia, y nunca tomó resolución alguna sin consultarles. Pedía humildemente a Dios, cubierto de ceniza y cilicio, la gracia de ver, antes de morir, a toda Hungría cristiana. Su gran celo en pro de la propagación de la fe, le valió el título de Apóstol de Hungría, y que el Sumo Pontífice le concediera, a él y a sus sucesores, el privilegio de llevar la cruz delante de sí.
Por una ardiente devoción a la Madre de Dios, edificó un gran templo en su honor, proclamándola patrona de Hungría. Ella, en pago, le introdujo en el cielo el mismo día de su Asunción, llamado por húngaros, según lo quiso este santo rey, el día de la Gran Soberana. Tras su muerte, su cuerpo difundía un suave perfume y un óleo celestial. Dispuso el Papa trasladarlo a un lugar más digno, al que fue llevado honoríficamente. Esta traslación fue acompañada de muchos milagros. El papa Inocencio III señaló como día de su fiesta el día cuarto de las nonas de septiembre, en memoria de la victoria que Leopoldo, emperador electo de los romanos y rey de Hungría, alcanzó en esa fecha contra los turcos, reconquistándoles, con la ayuda de Dios, la ciudad de Budapest.
Oremos.
Te suplicamos, omnipotente Dios, concedas a tu Iglesia que así como tuvo al bienaventurado Esteban, tu confesor, por propagador mientras reinaba en la tierra, así le tenga por glorioso defensor en los cielos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos. R. Amén.