19 de septiembre. San Jenaro, obispo, y compañeros mártires.
Cuando Diocleciano y Maximiano se ensañaban en los cristianos, acusado Jenaro, Obispo de Benevento, de profesar la fe cristiana, fue conducido a Nola, compareciendo ante Timoteo, prefecto de Campania. Allí, fue probada su constancia con diversas pruebas; arrojado a un horno, salió de ileso; ni sus vestidos ni sus cabellos fueron chamuscados. El prefecto, lleno de ira, mandó descoyuntar sus articulaciones de los nervios y de los miembros. Entre tanto su diácono Festo, y el lector Desiderio fueron presos, encadenados y conducidos a Puteolo, y obligados a ir delante de la carroza del prefecto, junto con su Obispo. Echados a una prisión, donde estaban ya Sosio de Mizene, Próculo de Puteolo, Diácono, y Eutiques y Acucio laicos, condenados todos a las fieras.
Al siguiente día los echaron a todos a las fieras en el anfiteatro; mas éstas acudieron a postrarse a los pies de Jenaro. Timoteo atribuyendo este milagro a la magia, dictó contra los mártires sentencia de muerte. Al punto quedó ciego; pero recobró la vista gracias a las oraciones de San Jenaro. A consecuencia de este milagro, cerca de cinco mil hombres creyeron en Jesucristo. Pero el ingrato juez, no se aplacó ante el beneficio; sino que, enfurecido ante la conversión de tantos, fanático de los decretos imperiales, mandó degollar al santo Obispo y a sus compañeros.
Las ciudades vecinas, según su preferencia en la adopción de alguno de aquellos Mártires como patrono ante Dios, sepultaron los cuerpos. Los Napolitanos, por indicación divina, lleváronse el de Jenaro, que fue primero a Benevento, después al monasterio de Monte Vergine, y por último a Nápoles, en donde fue colocado en la iglesia mayor resplandeciendo con numerosos milagros. Es digno de mención el que hizo apagando los globos de fuego del Vesubio, que sembraban el terror y la devastación a la regiones vecinas y remotas. Muy famoso es lo que ocurre con su sangre, la cual, coagulada y conservada en un frasco de cristal, se licua y bulle, como si acabase de derramarse, al ponerla en presencia de la cabeza del Mártir. Este milagro puede presenciarse aún en nuestros días.
Oremos.
¡Oh Dios, que todos los años nos alegras con la fiesta de tus santos mártires Jenaro y sus compañeros!; concédenos que, al celebrar su victoria, seamos también estimulados con su ejemplo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos. R. Amén.