10 de septiembre. San Nicolás de Tolentino, confesor
Nicolás de Tolentino, así llamado a causa de su larga permanencia en la ciudad de este nombre, nació en la aldea del Santo Ángel, en la Marca de Ancona, de padres piadosos; los cuales, habiéndose dirigido a Barí para cumplir un voto que les sugirió su deseo de tener hijos, y asegurándoles San Nicolás que verían realizados sus anhelos, pusieron su nombre al hijo que les nació. Entre las muchas virtudes que de niño mostró, brilló la abstinencia; ya que, a los siete años, empezó, a imitación del citado San Nicolás, a ayunar a pan y agua varios días de la semana, costumbre que continuó observando.
De adulto, inscrito ya en la milicia clerical, y siendo canónigo, habiendo oído un día cierto sermón de un Ermitaño de San Agustín acerca del menosprecio del mundo, enardecido por sus palabras, se hizo Agustino. En esta Orden observó un tenor tan perfecto de vida religiosa, que brilló entre todos por su caridad, humildad, paciencia y demás virtudes. No llevaba más que un áspero vestido; mortificaba su cuerpo con disciplinas y cadenas de hierro, y se abstenía de carnes y de casi todo alimento.
Las asechanzas de Satanás, que no cesaba de atormentarle por distintos medios, hasta llegar a maltratarle a golpes, en nada disminuían su constancia en la oración. Durante los seis meses anteriores a su muerte, oyó todas las noches los conciertos angélicos, pregustando las delicias del Paraíso; penetrado de su dulzura, repetía las palabras del Apóstol: “Deseo morir, para vivir en Jesucristo”. Sus deseos se cumplieron el día cuatro de los idus de septiembre, como predijo a sus hermanos. Brilló con muchos milagros, aun tras su muerte, por los que, una vez comprobados, el Papa Eugenio IV le puso en el número de los Santos.
Oremos.
Atiende, Señor, a las súplicas que te presentamos en la solemnidad del bienaventurado confesor Nicolás, para que los que desconfiamos de nuestra propia justicia, seamos auxiliados por las preces de aquel que consiguió agradarte. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos. R. Amén.