2 de agosto. San Alfonso María de Ligorio, obispo y confesor, doctor de la Iglesia
Alfonso María de Ligorio, nacido en Napóles, de padres nobles, mostró indicios de santidad desde la infancia. Siendo aún niño, sus padres le presentaron a San Francisco de Jerónimo de la Compañía de Jesús, quien, después de orar, predijo que llegaría a los 90 años, y sería elevado a la dignidad episcopal, siendo su apostolado de grandes frutos en la Iglesia. Despreciando los juegos de su edad, se dedicó, desde niño, a formar a los adolescentes en la modestia cristiana con la palabra y el ejemplo, y llegado a la adolescencia se inscribió en algunas piadosas cofradías, complaciéndose en servir a los enfermos en los hospitales, y en consagrar mucho tiempo a la oración en las iglesias, frecuentando la celebración de los divinos misterios. Supo juntar tan bien la piedad y el estudio de las letras, que se graduó de Doctor en ambos derechos en la universidad de Nápoles, a los 16 años. Para complacer a su padre ejerció la abogacía, en la que adquirió reputación, pero la abandonó por los peligros que llevaba consigo. Renunciando a un enlace que su padre le proponía y a sus derechos de primogénito, colgó su espada ante el altar de la Virgen de la Merced para consagrarse al servicio de Dios. Recibida la ordenación sacerdotal, se dedicó a combatir los vicios, y se entregó con ardor al apostolado, acudiendo a todas partes para ejercer sus ministerios, convirtiendo a muchos descarriados. Compadecido de los pobres y los campesinos, fundó la congregación de Presbíteros del Santísimo Redentor, para ejercer su ministerio, a imitación del Redentor, por la campiña y por las aldeas y las villas.
Para que nada pudiera apartarle de su propósito, se obligó con un voto a no perder nunca un momento. Se entregó con gran celo, por la predicación de la divina palabra y de sus escritos repletos de piedad y de erudición sagrada, a ganar almas para Cristo y conducirlas a mayor perfección. Muchas fueron las enemistades que extinguió y las almas descarriadas que restituyó al camino de salvación. Devoto insigne de la Virgen María, escribió un libro cantando sus glorias, que en la predicación exaltaba con mucho fervor, hasta el punto de que algunas veces todo el auditorio pudo verle en éxtasis, con el rostro iluminado por un rayo de luz que partía de una imagen de la Virgen. Fue asiduo contemplador de la pasión del Señor y de la Eucaristía, cuyo culto propagó. Cuando rogaba ante el Sacramento o celebraba la santa Misa, que nunca omitió, la vehemencia de su amor le derretía en ardores seráficos, o le provocaba movimientos insólitos o le abstraía de las cosas externas. La inocencia de su vida, nunca la manchó con pecado grave; castigó duramente su cuerpo con abstinencias, cadenillas de hierro, cilicios y sangrientas disciplinas. El Señor le concedió el don de profecía, el de escrutar los corazones, el de bilocación y el de obrar milagros.
Rehusó las dignidades eclesiásticas que se le ofrecieron, pero obligado por el papa Clemente XIII tuvo que aceptar el gobierno de la Iglesia de Santa Agata de los Godos. Una vez Obispo, cambió de hábito, pero nunca cambió la severa disciplina de su vida. Conservó la misma frugalidad, el mismo celo férvido en reprimir los vicios y en combatir el error, así como se aplicó al cumplimiento de las demás obligaciones pastorales. Generoso con los pobres, les distribuía todas las rentas de la Iglesia y en una gran carestía su caridad le llevó hasta vender el mobiliario doméstico para alimentar a los hambrientos. Haciéndose todo para todos, reformó las comunidades de religiosas, y fundó un convento de monjas redentoristas. Sus graves y continuas enfermedades le obligaron a renunciar al episcopado, volviendo otra vez entre sus discípulos tan pobre como de entre ellos había salido. Por último, aunque agobiado corporalmente por la vejez, por los trabajos, por una antigua artritis y por otras enfermedades graves, nunca perdió su espíritu la vivacidad para disertar y escribir sobre las cosas celestiales, hasta que cumplidos 90 años murió con gran placidez entre la aflicción de sus hijos espirituales en Nocera de los Pacanos, en el año 1787. Ilustre por sus doctrinas y por sus milagros, fue beatificado por el papa Pío VII en el año 1816; pero habiendo brillado con nuevos prodigios, Gregorio XVI inscribió solemnemente su nombre en el catálogo de los santos, en la fiesta de la Santísima Trinidad del año 1839. Por último, el Sumo Pontífice Pío IX, por decreto de la Sagrada Congregación de Ritos, le declaró Doctor de la Iglesia universal.
Oremos.
¡Oh Dios, que hiciste nacer en tu Iglesia una nueva familia religiosa por medio del obispo San Alfonso María, abrasado por el celo de salvar almas!; te pedimos que, instruidos con sus consejos, y fortalecidos con sus ejemplos, podamos llegar felizmente a ti. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos. R. Amén.
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Conmemoración de S. Esteban, Papa y Mártir
Esteban, romano de origen, y Papa durante los emperadores Valeriano y Galieno, decretó que los presbíteros y diáconos no llevaran las vestiduras sagradas fuera de la Iglesia. Prohibió volver a bautizar a los que lo habían sido por los herejes, invocando a San Cipriano: “No hay que innovar nada sino atenerse a la tradición”. Muchos paganos fueron conducidos por él a Jesucristo, como el tribuno Olimpio, su esposa Exuperia y su hijo Teódulo. Al devolver la vísta a Lucila, hija del tribuno Nemesio, obtuvo para él y su familia el don de la fe: todos fueron mártires por causa de Jesucristo. A pesar de las persecuciones promovidas por los emperadores, Esteban convocaba a su clero, exhortaba los fieles al martirio, celebraba los sagrados misterios en las criptas de los mártires y organizaba concilios. Conducido al templo de Marte para que sacrificara a este ídolo, se negó a tributar al demonio el honor debido sólo a Dios. Mientras hablaba, un terremoto derribó la estatua de Marte y conmovió el templo, provocando la huida de los que lo tenían preso. El Pontífice pudo volver a sus ovejas, en el cementerio de Lucina; allí les instruía en los preceptos divinos y les hacía participar en el sacramento del Cuerpo de Cristo. Un día, acabada la santa Misa, presentáronse otra vez los satélites imperiales y hallándole en su trono le cortaron la cabeza. Sus clérigos sepultaron su cuerpo en el cementerio de Calixto el día cuarto de las nonas de agosto, y colocaron junto al Mártir la sede que había regado con su sangre. Ejerció el apostolado por espacio de 3 años, y celebró en el mes de diciembre 2 ordenaciones, en las cuales fueron ordenados 6 presbíteros y 5 diáconos, y consagrados 3 obispos.
Oremos.
Pastor eterno, que cuidas de tu rebaño con amor: guárdalo con tu protección perpetua, por intercesión de San Esteban, mártir tuyo y sumo pontífice, a quien hiciste pastor de toda la Iglesia. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos. R. Amén.