EL PUDOR Y LA
MODESTIA
VIRTUDES DE NUESTRA
MADRE
Decía San Rafael
de San José Kalinowski, sacerdote de la Orden Carmelita que “Nosotros amamos a la Santísima Virgen de veras sólo cuando
nos esforzamos en imitar sus virtudes, especialmente su humildad y su
recogimiento en la oración... Nuestra mirada debe estar constantemente fija en
ella, y a ella deben orientarse todos nuestros afectos, conservando siempre el
recuerdo de sus beneficios y esforzándonos en serle siempre fieles.”
Con esa intención,
cada sábado, nos dentemos a considerar las virtudes de nuestra Señora, para que al
contemplarlas, se ilumine nuestra inteligencia y se mueva nuestra voluntad a
ponerlas en práctica.
Al contemplar a
la Virgen, contemplamos la belleza y la hermosura de la mujer que no ha sido
manchada por el pecado ni la concupiscencia, que como limpio cristal deja
traslucir todo el esplendor de la santidad divina. Ella es la Inmaculada, la
toda santa. Todo en María es reflejo de Dios: su mirada, su porte, sus gestos,
su forma de hablar y de vestir… Y en
todo ello, no solo en las virtudes espirituales o propiamente religiosas, ella
es modelo al que hemos de imitar.
Nuestro mundo
moderno se caracteriza por la multiculturalidad y el cambio vertiginoso de las
modas que afecta a todas las realidades de nuestra vida desde los hábitos de la
comida, formas de vestir, formas de divertirse… Tristemente, estos cambios y
estas modas –que aparentemente son desarrollo y progreso- no siempre son buenas
para la educación y crecimiento personal, yendo muchas veces en contra nuestra, deshumanizándonos. Recordemos, como en Fátima, en el año
1917, la Virgen anunció a aquellos tres niños que se introducirían ciertas
modas que ofenderán mucho a nuestro Señor.
Ante estas modas y cambios de costumbres, la actitud de
muchos, por ignorancia, por superficialidad, por debilidad, o falsa condescendencia es: “Ahora
es así”, “Todo el mundo lo hace”, “Los
tiempos cambian.” Pero para nosotros cristianos
no es una postura válida. Aquello que el apóstol dice en la carta a los
hebreos, bien lo podemos aplicar a las modas: “No os dejéis seducir por
doctrinas varias y extrañas” (Hb 13, 89). Como cristianos no podemos dejarnos
seducir por modas extrañas, por “afán de novedades.”
Recordemos unas
palabras del Papa Pio XII a las jóvenes de Italia: “Lo que Dios os pide es que recordéis
siempre que la moda no es ni puede ser la regla de vuestra conducta; que sobre
los dictados de la moda y de sus exigencias tenéis otras leyes más altas e
imperiosas, principios superiores o inmutables que en ningún caso pueden
sacrificarse en eras del placer o del capricho…”
¿A quién
debemos de seguir e imitar? Miremos a la Virgen María, ella es la respuesta y
el modelo para vivir agradando a Dios en todos los aspectos de nuestra vida,
también en la forma de comportarnos y de presentarnos a los demás. Ella es
modelo de pudor y de modestia.
El Catecismo de
la Iglesia Católica, al hablarnos acerca del noveno de mandamiento de la Ley de
Dios que prohíbe los pensamientos y deseos impuros y nos exige la pureza de corazón, dedica
varios números a hablar de estas virtudes tan ignoradas y combatidas hoy.
El pudor es la virtud que nace de la pureza de corazón y ayuda a la
vivencia de la castidad que “ordena las
miradas y los gestos en conformidad con la dignidad de las personas y con la
relación que existe entre ellas.”
El pudor preserva
la intimidad de la persona manteniendo velado lo que no debe ser mostrado, pues nuestro cuerpo es sagrado, santificado por la presencia del Espíritu Santo, y,como exhorta san Pablo, no debemos entregar nuestro cuerpo a la impureza.
El pudor es
modestia que inspira la elección de la vestimenta rechazando los
exhibicionismos del cuerpo humano y la provocación. No hay contradicción entre el pudor y la modestia y los criterios de belleza, elegancia y decoro... El pudor y la modestia nos llevan a un cuidado justo del cuerpo, faltando también a esta virtud cuando somos descuidados o sucios...
Algunas claves
prácticas para vivir el pudor y la modestia serían:
1)
Saber distinguir las diferentes circunstancias
(lugares, eventos, personas) en las que desarrollo mi vida y que cada una de
ellas requiere un “protocolo” de educación y saber estar.
2)
No obrar por la
comodidad, por la apetencia o por el criterio de “sentirme bien” en mi forma de
obrar, de moverme, de vestir…
3)
Pensar primero
en los otros, antes que en mí; no siendo ocasión para ellos de pecado ni por
mis palabras, ni por mis gestos, ni por mi forma de vestir. El cristiano vive discretamente, sin querer llamar la atención ni ser el centro de las miradas.
4) Con respeto a la forma de comportarse en el templo se ha de guardar una
compostura propia al sentarse y al estar en pie, como de rodillas, si dejar el
cuerpo caer a su antojo con posturas impropias que no favorezcan la oración. Con
respeto a la ropa en el templo se ha de evitar las ropas ajustadas, siempre los
hombros cubiertos hasta medio brazo, los pantalones y faldas han de ser siempre
por debajo de las rodillas; los hombres en la iglesia han de estar siempre con
la cabeza descubierta, y –por tradición apostólica enseñada por San Pablo- las
mujeres ha de cubrir su cabello con un fino velo. Fijémonos que la Iglesia cubre aquello que considera de valor y sagrado: el sagrario, el cáliz, el copón, el altar… así pide a la mujer que cubra su cabello, para librarlo de miradas indiscretas y "profanaciones" ... aunque sea solo de pensamiento.
Pidamos a la Virgen María que nos enseñe a
amar la pureza, a guardar nuestro cuerpo casto, y nos de un corazón limpio,
para que en todo las aspectos de nuestra vida por nuestra modestia y pudor seamos testimonio y alabanza de
aquella que es la Virgen Inmaculada, la toda Santa, la hermosura de Dios.