DE LA TRASCENDENCIA DE LA PERSONA HUMANA
REFLEXIÓN DIARIA DEL COMPENDIO DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
(n. 49-51)
La Iglesia a lo largo de la historia es « signo
y salvaguardia del carácter trascendente de la persona humana ». Esta
misión todavía es mucho más necesaria en nuestro tiempo actual debido a la
mentalidad atea, materialista e utilitarista de nuestra sociedad actual. El
drama del hombre de hoy es que ha perdido la conciencia de que ha sido creado a
imagen y semejanza de Dios, con cuerpo y alma, y que está llamado a vivir en religión
– relación con su Creador.
Vivimos obsesionados con nuestro cuerpo,
con las realidades materiales, con el dinero y el disfrute de los presente,
olvidando que hemos sido creados para el cielo. “¿De qué le sirve al hombre
ganar el mundo, si al final pierde su alma?” –pregunta Jesús a sus discípulos y
también al hombre moderno.
La Iglesia como comunidad de los
discípulos de Jesús se convierte así en un faro y signo luminoso de la unión de
Dios con el hombre, señalando al mundo las realidades eternas.
Ella cumple su misión anunciando el
Evangelio y comunicando la salvación de Cristo. Un anuncio del Evangelio que
como el fermento en medio de la masa está llamado a inspirar y promover los
valores evangélicos de los que nuestra sociedad es gran parte deudora. La
Iglesia siempre ha defendido la independencia y autonomía del orden temporal, pero
este no puede ir al margen de la dimensión espiritual del hombre, sino que ha
de preocuparse de promoverla, custodiarla y favorecerla. Cuando algún sistema
social descuida, ataca o elimina esta dimensión espiritual del hombre, la
Iglesia tiene el deber de denunciarlo públicamente y defender al hombre de
aquellos que quieren manipularlo o reducirlo a un objeto de mercado.
La Iglesia y los cristianos estamos
llamados a construir el Reino de Dios y hacer lo presente en nuestra historia,
pero sin perder la dimensión escatológica de este reino que tendrá su realización
con Cristo, Señor y Juez de la historia,
vuelva en gloria y majestad e instaure los cielos nuevos y la tierra
nueva. Por ello, es un error -del que tampoco nosotros nos vemos libres- identificar
un periodo histórico o un régimen político como la realización del Reino de Dios.