miércoles, 3 de febrero de 2016

LA IGLESIA, SIGNO Y SALVAGUARDIA DE LA TRASCENDENCIA DE LA PERSONA HUMANA REFLEXIÓN DIARIA DEL COMPENDIO DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA (n. 49-51)


DE LA TRASCENDENCIA DE LA PERSONA HUMANA
REFLEXIÓN DIARIA DEL COMPENDIO DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA (n. 49-51)
La Iglesia a lo largo de la historia  es « signo y salvaguardia del carácter trascendente de la persona humana ». Esta misión todavía es mucho más necesaria en nuestro tiempo actual debido a la mentalidad atea, materialista e utilitarista de nuestra sociedad actual. El drama del hombre de hoy es que ha perdido la conciencia de que ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, con cuerpo y alma, y que está llamado a vivir en religión – relación con su Creador.
Vivimos obsesionados con nuestro cuerpo, con las realidades materiales, con el dinero y el disfrute de los presente, olvidando que hemos sido creados para el cielo. “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo, si al final pierde su alma?” –pregunta Jesús a sus discípulos y también al hombre moderno.
La Iglesia como comunidad de los discípulos de Jesús se convierte así en un faro y signo luminoso de la unión de Dios con el hombre, señalando al mundo las realidades eternas.
Ella cumple su misión anunciando el Evangelio y comunicando la salvación de Cristo. Un anuncio del Evangelio que como el fermento en medio de la masa está llamado a inspirar y promover los valores evangélicos de los que nuestra sociedad es gran parte deudora. La Iglesia siempre ha defendido la independencia y autonomía del orden temporal, pero este no puede ir al margen de la dimensión espiritual del hombre, sino que ha de preocuparse de promoverla, custodiarla y favorecerla. Cuando algún sistema social descuida, ataca o elimina esta dimensión espiritual del hombre, la Iglesia tiene el deber de denunciarlo públicamente y defender al hombre de aquellos que quieren manipularlo o reducirlo a un objeto de mercado.

La Iglesia y los cristianos estamos llamados a construir el Reino de Dios y hacer lo presente en nuestra historia, pero sin perder la dimensión escatológica de este reino que tendrá su realización con Cristo, Señor y Juez de la historia,  vuelva en gloria y majestad e instaure los cielos nuevos y la tierra nueva. Por ello, es un error -del que tampoco nosotros nos vemos libres- identificar un periodo histórico o un régimen político como la realización del Reino de Dios.