Homilía de maitines
MIÉRCOLES DE LA II DE CUARESMA
Forma Extraordinaria del Rito Romano
HOMILIA
DE SAN AMBROSIO OBISPO
Libro 5 de la fe a Graciano cap. 2 después del principio
Considerando
lo que la madre de los hijos del Zebedeo viene a pedir con ellos y para ellos.
Es una madre llena de solicitud, y aun de una solicitud inmoderada, para con
sus hijos, pero a la cual debe perdonarse la exageración de sus aspiraciones.
Considerad que era una madre anciana, piadosa, privada de toda consolación, ya
que en aquel mismo momento en que había de ser ayudada y sustentada por sus
hijos, consentía en verse privada de ellos, prefiriendo a su bienestar la
recompensa que alcanzarían siguiendo a Cristo. Leemos, en efecto, en el
Evangelio, que al primer llamamiento de Jesús, dejando las redes y a su padre,
le siguieron.
La
madre dejándose llevar por la solicitud que le era propia, rogaba al Salvador
diciendo: “Haz que mis hijos tengan su asiento, uno a tu diestra y el otro a la
izquierda en tu reino”. Aunque era un error, estaba inspirado por el amor
materno. Un corazón maternal no puede ser paciente; aunque ambiciosa en sus
deseos, con todo, su ambición, que no es de dinero sino de gracia, es
perdonable. No es indecorosa una petición que no mira a su interés, sino al de
sus hijos. Considerad que se trata de una madre; pensad en lo que es una madre.
Consideraba
Cristo la ternura de aquella madre, la cual en la recompensa de sus hijos
cifraba la esperanza de consuelo en su ancianidad y, con todo sintiéndolo
vivamente su corazón maternal, permitía la ausencia de sus muy amados hijos.
Atended también que es una mujer, esto es, de aquel sexo débil al que el Señor aún
no había fortalecido con su pasión. Atended que es heredera de la primera
mujer, Eva, la cual transmitió a toda su sucesión sus inmoderados anhelos. El
Señor aun no la había redimido con su propia sangre, ni había Cristo apagado de
su alma la desordenada ambición de honores. Por lo mismo delinquía arrastrada
por un error hereditario.
Transcripto por gentileza de Dña. Ana María
Galvez