sábado, 20 de febrero de 2016

AL QUE LO CONFESÓ, LO INVITÓ A PARTICIPAR EN SU PASIÓN. San León, papa

Homilía de maitines

SÁBADO DE LAS TEMPORAS DE CUARESMA
Forma Extraordinaria del Rito Romano

HOMILIA DE SAN LEON, PAPA
Homilía de la Transfiguración del Señor
La lección evangélica que mediante nuestros oídos corporales ha penetrado en lo interior de nuestra alma, nos invita a la inteligencia de un gran misterio, a lo cual, auxiliados por la gracia de Dios, llegaremos con más facilidad si fijamos nuestra consideración a lo que hace poco hemos referido. Jesucristo, estableciendo aquella fe que llama a los impíos a la justicia, y resucita a los muertos a la vida, por medio de obras portentosas confirmaba las enseñanzas dadas con su doctrina a sus discípulos a fin de que le reconocieran por Unigénito de Dios e Hijo del hombre. Ya que creer lo uno sin lo otro no hubiera aprovechado para la salud y era igualmente peligroso creer que nuestro Señor Jesucristo era Dios y no hombre, como pensar que no era Dios sino solo hombre, ya que ambas verdades debían ser confesadas, a saber: que en él la verdadera divinidad estaba unida a la humanidad y la verdadera humanidad a la divinidad.
De  consiguiente, para confirmar el muy saludable conocimiento de esta fe, había preguntado el Señor a sus discípulos, que creían o que sentían de él entre las muchas opiniones existentes. A esto, Pedro Apóstol, elevándose por revelación del Padre celestial sobre lo corpóreo y humano, vio con los ojos del alma al Hijo de Dios vivo y confesó la gloria de la Divinidad, ya que no atendió solamente a la sustancia de la carne y de la sangre. Y agradó tanto al Salvador esta sublime confesión de fe, que por divina benignidad Pedro recibió la sagrada firmeza de la piedra inviolable sobre al cual está edificada la Iglesia. Las puertas del infierno y las leyes de la muerte no pueden prevalecer contra ella; y en la resolución y retención de todas las causas, cuanto Pedro resuelve en la tierra es ratificado en los cielos.
Mas era necesario, amados hermanos, que Pedro, cuyo alto conocimiento acababa de alabar al Hijo de Dios, fuera instruido en el misterio de la sustancia inferior unida al Verbo, no fuera que la fe de los apóstoles, elevada a la gloria de la confesión de su Divinidad, juzgara que las ignominias de la naturaleza humana eran indignas de un Dios impasible, y creyeran que de tal manera la naturaleza humana estaba glorificada en Cristo, que ni podía sufrir ni morir. Por esto, al decir el Señor que tenía que ir a Jerusalén y allí padecer muchas cosas por parte de los ancianos y de los escribas y príncipes de los sacerdotes; que debía morir y resucitar el tercer día; habiendo el bienaventurado Pedro- en quien ardía el fervor de la confesión que la luz de lo alto le había hecho tributar a la divinidad del Hijo de Dios- rechazado, con una libertad y repugnancia que creía religiosa, la idea de que su Maestro pudiera sufrir todos esos ultrajes y el oprobio de una muerte cruel, Jesús le corrigió benignamente, animándole a participar con el de su pasión.
Transcripto por gentileza de Dña. Ana María Galvez


ev del domingo y homilía, Homilía de maitines, santos y beatos,