Homilía de maitines
22 de febrero
FIESTA DE LA CÁTEDRA DE SAN PEDRO (II
clase)
Forma Extraordinaria del Rito Romano
Homilía de San León, Papa
Sermón 3 en el aniversario de su elevación
El Señor pregunta a sus apóstoles qué es lo
que los hombres opinan de él, y en tanto coinciden sus respuestas en cuanto
reflejan la ambigüedad de la ignorancia humana. Pero, cuando urge qué es lo que
piensan los mismos discípulos, es el primero en confesar al Señor aquel que es
primero en la dignidad apostólica. A las palabras de Pedro: Tú eres el Mesías,
el Hijo de Dios vivo , le responde el Señor: ¡Dichoso tú, Simón, hijo de
Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre
que está en el cielo. Es decir: «Eres verdaderamente dichoso porque es mi Padre
quien te lo ha revelado; la humana opinión no te ha inducido a error, sino que
la revelación del cielo te ha iluminado, y no ha sido nadie de carne y hueso,
sino que te lo ha enseñado aquel de quien soy el Hijo único».
Y añade: Ahora te digo yo, esto es: «Del
mismo modo que mi Padre te ha revelado mi divinidad, igualmente yo ahora te doy
a conocer tu dignidad: Tú eres Pedro, que soy la piedra inviolable, la piedra
angular que ha hecho de los dos pueblos una sola cosa, yo, que soy el
fundamento, fuera del cual nadie puede edificar, te digo a ti, Pedro, que eres
también piedra, porque serás fortalecido por mi poder de tal forma que lo que
me pertenece por propio poder sea común a ambos por tu participación conmigo». Sobre
esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará.
«Sobre esta fortaleza –quiere decir– construiré el templo eterno y la
sublimidad de mi Iglesia, que alcanzará el cielo y se levantará sobre la
firmeza de la fe de Pedro».
El poder del infierno no podrá con esta
profesión de fe ni la encadenarán los lazos de la muerte, pues estas palabras
son palabras de vida. Y del mismo modo que lleva al cielo a los confesores de
la fe, igualmente arroja al infierno a los que la niegan. Por esto dice al
bienaventurado Pedro: Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates
en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará
desatado en el cielo. La prerrogativa de este poder se comunica también a los
otros apóstoles y se transmite a todos los obispos de la Iglesia, pero no en
vano se encomienda a uno lo que se ordena a todos; de una forma especial se
otorga esto a Pedro, porque la figura de Pedro se pone al frente de todos los
pastores de la Iglesia. El privilegio de Pedro subsiste en todo juicio dictado
en virtud de su legítima autoridad y no hay exceso de severidad ni de
indulgencia en no atar o desatar más que lo que el bienaventurado Pedro ha
atado a desatado.