martes, 20 de agosto de 2024

DÍA 21. EL SANTO CORAZÓN DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN ES EL ESPEJO DE LA CARIDAD: CUARTA EXCELENCIA MES EN HONOR DEL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA

 


DÍA 21.

EL SANTO CORAZÓN DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN  ES EL ESPEJO DE LA CARIDAD: CUARTA EXCELENCIA

MES EN HONOR DEL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA

CON SAN JUAN EUDES

 

ORACIÓN PARA COMENZAR

TODOS LOS DÍAS:

 

Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

 

Poniéndonos en la presencia de Dios, adoremos su majestad infinita, y digamos con humildad:

 

Oración inicial inspirada en la de san Juan Eudes

Oh Jesús, Hijo único de Dios, Hijo único de María, quiero conocer y amar más y mejor el Corazón Inmaculado de tu Madre, obra que sobrepasa infinitamente mi capacidad. La he emprendido por tu amor y por el amor de tu dignísima Madre, apoyado en la confianza que tengo en el Hijo y en la caridad de la Madre. Tú sabes, Salvador mío, que solo pretendo agradarte y rendir a ti y a tu divina Madre un pequeño tributo de gratitud por las misericordias que he recibido de tu Corazón paternal, por intermediación de su benignísimo Corazón. Ves igualmente que de mí mismo solo soy un abismo de indignidad, de incapacidad, de tinieblas, de ignorancia y de pecado. Por ello, renuncio de todo corazón a todo lo mío; me doy a tu divino espíritu y a tu santa luz; me entrego al amor inmenso que profesas a tu amadísima Madre; me doy al celo ardentísimo que tienes por su gloria y su honor. Toma posesión de mi entendimiento y anímalo; ilumina mis tinieblas; enciende mi corazón; conduce mis obras; bendice mi trabajo y que te plazca servirte de él para el acrecentamiento de tu gloria y del honor de tu bendita Madre; imprime finalmente en los corazones de los hombres la verdadera devoción al amabilísimo e inmaculado Corazón de María.

 

Se meditan los textos dispuestos para cada día.

DÍA 21.

EL SANTO CORAZÓN DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN  ES EL ESPEJO DE LA CARIDAD: CUARTA EXCELENCIA

De libro El Corazón Admirable de la Madre de Dios de san Juan Eudes.

 

Entre los favores sin cuento que hemos recibido de la mano generosa de nuestro Padre celestial hay tres muy considerables que no han merecido de parte de los hombres la debida reflexión. Son tres gracias particulares con las que su inmensa bondad nos ha honrado cuando nos dio este doble mandamiento: Amarás a Dios con todo tu corazón, etc. Y a tu prójimo como a ti mismo.

El primero de estos favores consiste en que Dios ha querido mandarnos que lo amemos. ¡Qué bondad! ¡Cuánta gracia! Para comprenderlo mejor habría que medir la distancia infinita que hay entre Dios y el hombre, entre el Creador y la criatura, entre el todo y la nada, entre el Santo de los santos y un miserable pecador, entre el que es el soberano bien y la fuente de todo bien y el que es un abismo de males y miserias. En verdad si conociéramos bien lo que Dios es y lo que somos quedaríamos en extremo sorprendidos por el precepto que su divina Majestad nos ha hecho de amarlo. Ya nos haría gran favor si solo nos permitiera pensar en él, y gran honor nos haría si nos diera el permiso de adorarlo como a nuestro Creador y soberano Señor. Pero no siendo suficiente para la divina bondad nos dio el mandato de amarlo como a nuestro Padre.

El segundo favor que nos hizo es que no se contenta de amarnos como a sus hijos sino que proclama un precepto expreso a todos los hombres que hay en la tierra, cualquiera sea su condición, por el que les ordena, so pena de incurrir en su ira e indignación eterna, amarnos como a nosotros mismos. Y les prohíbe, so pena de ser arrojados a los fuegos devoradores del infierno, hacernos mal sea por hechos o palabras, ni de voluntad ni siquiera por pensamiento, con perjuicio de nuestro cuerpo o de nuestra alma, sea en nuestra reputación, sea en cualquier cosa que nos pertenezca. ¡Qué bondad inefable, qué amor admirable!

El tercer favor, mayor que los dos anteriores, es que Dios ordena a todos los hombres no solo amarnos como a sí mismos, sino amarnos con el mismo amor con el que él los ama. San Agustín y santo Tomás y todo los demás teólogos nos enseñan que el amor o la caridad con que debemos amar a Dios y a nuestro prójimo es la tercera virtud teologal. De ahí se concluye que nuestro Salvador nos declara en su santo Evangelio que el segundo mandamiento, que nos obliga a amar a nuestro prójimo, es semejante al primero que nos prescribe amar a Dios. La razón estriba en que para amar a nuestro prójimo como Dios quiere que lo amemos es preciso que lo amemos en Dios y por Dios, o sea, que es preciso amarlo con el amor con que Dios lo ama y amarlo no por nuestro interés y satisfacción sino amarlo por amor de Dios y porque Dios quiere que lo amemos. Amar al prójimo de esta manera es amar a Dios en nuestro prójimo y amar al prójimo con el mismo amor con que se ama a Dios. Por eso el segundo mandamiento es semejante al primero.

De este modo la bienaventurada Virgen nos ama. Nos ama con amor grande y ardiente. Primero, nos ama con el mismo amor con que ama al Hombre-Dios, que es su Hijo Jesús. Ella sabe que es nuestra cabeza y que nosotros somos sus miembros y por consiguiente que somos uno con él como los miembros son uno con su cabeza. Por ende nos mira y nos ama como a su Hijo y como a sus propios hijos que llevan esta gloriosa calidad por dos razones. La primera, porque siendo Madre de la cabeza es Madre por tanto de los miembros. Y la segunda porque nuestro benigno Salvador, estando en la cruz, nos dio a su divina madre en calidad de hijos por favor de su bondad inconcebible. Somos nosotros quienes lo clavamos en la cruz por nuestros pecados, que lo cubrimos de heridas, de sangre y de dolores increíbles. Somos nosotros quienes lo hicimos sufrir una muerte la más atroz e ignominiosa que jamás ha habido. Y en la misma hora en que así lo tratábamos, indigna y cruelmente, nos hizo la gracia muy señalada que puede existir: nos dio a su dignísima Madre y nos la da no solo en calidad de reina y soberana sino en la calidad más honorable y ventajosa que podamos imaginar, es decir en calidad de Madre al decir a cada uno de nosotros lo que dijo al discípulo amado: Esta es tu Madre (Jn 19,26). Y nos entrega a ella no solo en calidad de servidores o esclavos, lo que sería gran honor para nosotros, sino en calidad de hijos: Ahí tienes a tu hijo, le dijo hablando de cada uno de nosotros, en la persona de san Juan. Es como si le dijese: Estos son todos mis miembros. Yo te los doy. Míralos como a mí mismo, ámalos con el mismo amor con que tú me amaste; con el mismo amor con que con que tú me amas. Ves, por los horribles tormentos y por la crucifixión que soporto por ellos, cuánto los amo. Ámalos como yo los amo.

Considera que el amor que hay en el corazón se mide por la gracia santificante que hay en ese corazón. Vimos ya que este Corazón admirable de la Madre del Salvador es un mar casi inmenso de gracias, que comprende todas las gracias del cielo y de la tierra, que las sobrepasa incomparablemente, e incluso es su fuente de la manera como ya se dijo. Podemos afirmar entonces que el amor que inflama el Corazón virginal de la Madre de nuestro redentor a nosotros es inconcebible y comprende y supera todas las caridades y todos los afectos que hay en todos los corazones de los ángeles y de los santos a nosotros, y que incluso es su fuente. Todos esos afectos no son solo briznas del amor infinito que arde por nosotros en el Corazón de nuestro Salvador, y que este mismo Salvador es el fruto del vientre y del Corazón de su divina Madre como se dijo arriba. Así, pues, al Corazón de María, luego del de Jesús, es a quien debemos gratitud por todas las caridades que hay para nosotros en todos los corazones de los ángeles y de los santos.

 

Jaculatoria: Inmaculado Corazón de María, gracias por tu amor a nosotros, pobres pecadores.

 

Propósito: Examinar nuestros amores y enderezarlos en pureza de intención: amar todo en, por  y para Dios. 

 

 

PARA FINALIZAR

Unidos al Ángel de la Paz, a los santos pastorcitos de Fátima, Francisco y Jacinta, a las almas humildes y reparadoras, digamos:

 

Dios mío, yo creo, adoro, espero y os amo.

Os pido perdón por los que no creen, no adoran,

no esperan y no os aman. (3 veces)

***

Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo,

os adoro profundamente

y os ofrezco

el preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad

de Nuestro Señor Jesucristo,

presente en todos los sagrarios de la tierra,

en reparación de los ultrajes,

sacrilegios e indiferencias

con que El mismo es ofendido.

Y por los méritos infinitos de su Sacratísimo Corazón

y del Corazón Inmaculado de María,

os pido la conversión de los pobres pecadores.

***

Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío.

Inmaculado Corazón de María, sed la salvación mía.

Glorioso Patriarca san José, ruega por nosotros.

Santos Ángeles Custodios, rogad por nosotros.

San Juan Eudes y todos los santos amantes de los Sagrados Corazones, rogad por nosotros.

Todos los santos y santas de Dios, rogad por nosotros.

***

¡Querido hermano, si te ha gustado esta meditación, compártela con tus familiares y amigos!

***

Ave María Purísima, sin pecado concebida.