viernes, 9 de agosto de 2024

DÍA 10. QUINTA PRERROGATIVA: EL CORAZÓN DE MARÍA ES EL ALTAR SANTO EN EL QUE SE CELEBRA GRANDE Y CONTINUO SACRIFICIO. MES EN HONOR DEL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA

 


DÍA 10.

QUINTA PRERROGATIVA: EL CORAZÓN DE MARÍA ES EL ALTAR SANTO EN EL QUE SE CELEBRA GRANDE Y CONTINUO SACRIFICIO

MES EN HONOR DEL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA

CON SAN JUAN EUDES

 

ORACIÓN PARA COMENZAR

TODOS LOS DÍAS:

 

Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

 

Poniéndonos en la presencia de Dios, adoremos su majestad infinita, y digamos con humildad:

 

Oración inicial inspirada en la de san Juan Eudes

Oh Jesús, Hijo único de Dios, Hijo único de María, quiero conocer y amar más y mejor el Corazón Inmaculado de tu Madre, obra que sobrepasa infinitamente mi capacidad. La he emprendido por tu amor y por el amor de tu dignísima Madre, apoyado en la confianza que tengo en el Hijo y en la caridad de la Madre. Tú sabes, Salvador mío, que solo pretendo agradarte y rendir a ti y a tu divina Madre un pequeño tributo de gratitud por las misericordias que he recibido de tu Corazón paternal, por intermediación de su benignísimo Corazón. Ves igualmente que de mí mismo solo soy un abismo de indignidad, de incapacidad, de tinieblas, de ignorancia y de pecado. Por ello, renuncio de todo corazón a todo lo mío; me doy a tu divino espíritu y a tu santa luz; me entrego al amor inmenso que profesas a tu amadísima Madre; me doy al celo ardentísimo que tienes por su gloria y su honor. Toma posesión de mi entendimiento y anímalo; ilumina mis tinieblas; enciende mi corazón; conduce mis obras; bendice mi trabajo y que te plazca servirte de él para el acrecentamiento de tu gloria y del honor de tu bendita Madre; imprime finalmente en los corazones de los hombres la verdadera devoción al amabilísimo e inmaculado Corazón de María.

 

Se meditan los textos dispuestos para cada día.

DÍA 10.

QUINTA PRERROGATIVA: EL CORAZÓN DE MARÍA ES EL ALTAR SANTO EN EL QUE SE CELEBRA GRANDE Y CONTINUO SACRIFICIO

De libro El Corazón Admirable de la Madre de Dios de san Juan Eudes.

 

La quinta prerrogativa de este divino Corazón consiste en que es el altar santo en el que se celebra grande y continuo sacrificio, muy grato a Dios, de todas las pasiones naturales que anidan en el corazón. Allí reside la parte concupiscible del alma dotada de la fuerza irascible que Dios dio al hombre y a los demás animales para incitarlos y ayudarles a odiar, temer, huir, combatir y destruir todo lo que les es contrario y nocivo; a amar, desear, esperar, apetecer y perseguir lo que les es conveniente y ventajoso. Estas dos partes y estas dos pasiones capitales encierran once que son otros tantos soldados que combaten bajo órdenes de estos dos capitanes, o si prefieres, armas e instrumentos de que se sirven para esos dos fines anotados.

Cinco son de la parte irascible: esperanza, desconfianza, audacia, temor y cólera. Seis del concupiscible: amor, odio, deseo, huida, alegría y tristeza.

A partir del momento en que el hombre se rebeló contra los mandamiento de su Dios, todas sus pasiones se insubordinaron contra él, y cayeron en tal desorden que en lugar de estar del todo sometidas a la voluntad, reina de todas las facultades del alma, la convirtieron a menudo en su esclava; y en lugar de ser guardianas del corazón, en el cual tienen su morada donde deben reposar y encontrar tranquilidad, de ordinario se tornan en verdugos que lo destrozan y lo llenan de confusión y de guerra.

No pasa así en el Corazón de la Reina de los ángeles. Sus pasiones estaban siempre sumisas a la razón y a la divina Voluntad, la cual reinaba soberanamente en todas las partes de su alma y de su cuerpo.

Así como estas pasiones fueron deificadas en el Corazón divino de Nuestro Señor Jesucristo, fueron también santificadas de manera muy excelente en el santo Corazón de su preciosísima Madre. El fuego sagrado del amor divino que ardía noche y día en la hoguera encendida de este Corazón virginal las purificó, consumió y transformó. Este ardor celestial no tenía objeto distinto de solo Dios hacia el cual se abalanzaba con fuerza e impetuosidad sin igual; esas mismas pasiones estaban siempre dirigidas hacia Dios y solo se empleaban en su servicio, dirigidas únicamente por el movimiento y la guía del amor de Dios, que las poseía, animaba y abrasaba de manera maravillosa, y hacía de ellas continuo y admirable sacrificio a la santísima Trinidad.

Contemplo el purísimo cuerpo de la Madre de Dios como templo sagrado, el más augusto que jamás ha existido en la tierra, después del templo de la humanidad santa de Jesús. Contemplo que su Corazón virginal es el altar santo de este templo. Considero el amor divino como el gran sacerdote que ofrece a Dios sacrificios continuos en este templo y en este altar, sacrificios agradables a su divina Majestad. Contemplo la divina Voluntad que le trae víctimas que sean sacrificadas en ese altar.

Todo amor humano es consumido y transformado allí en amor divino, cuyo único objeto es solo Dios.

Todo odio humano y natural hacia las criaturas es destruido y transformado en odio sobrenatural y divino dirigido exclusivamente al pecado y a todo lo que lleva a él.

Toda aversión a cuanto el amor propio, la sensualidad y el orgullo del hombre rechazan como las mortificaciones, las privaciones de comodidades de la vida presente, los desprecios y humillaciones es aniquilada allí y transformada en santa aversión y en huida cuidadosa de toda ocasión de desagradar a Dios, de honores, alabanzas, satisfacciones sensibles y de cuanto puede contentar la ambición, el amor propio y la voluntad propia.

Toda fementida alegría de lo caduco y perecedero y de éxitos conformes a las inclinaciones humanas encuentra allí muerte y se transforma en santa alegría de todo lo que es grato a Dios.

Toda tristeza proveniente de lo que es contrario a la naturaleza y a los sentidos se ahoga y es cambiada en tristeza saludable, nacida de lo que es ofensa a Dios.

Toda esperanza y pretensión de riquezas, placeres y honores terrenos, toda confianza en sí mismo o en lo creado, allí se apaga y se transforma en la sola esperanza de los bienes eternos y en solo confianza en la divina bondad.

Toda desconfianza del poder de Dios, de su bondad, de la verdad de sus palabras y de la fidelidad a sus promesas es aniquilada allí y se cambia en gran desconfianza de sí mismo y de todo lo que no es Dios, como hizo la Virgen fidelísima que no se apoyó nunca en sí misma ni en nada creado sino en el solo poder y misericordia de Dios.

Toda audacia o coraje para emprender proyectos que conciernen al mundo, incluso en cosas buenas, pero sin vocación de Dios, y sin haberlo consultado y no haberse dejado guiar por su espíritu es, destruido allí y convertido en fuerza divina que le hace combatir generosamente y vencer gloriosamente las dificultades y obstáculos que se oponen al cumplimiento de lo que Dios le pide.

El temor a la pobreza, al dolor, al desprecio, a la muerte y otros males temporales que los hombres de carne y hueso suelen temer; y también todo temor de Dios, servil y mercenario, allí es ahogado y se cambia en temor amoroso y filial de desagradarle, incluso en poco, o en dejar de hacer algo para agradarle más.

La cólera e indignación frente a cualquier criatura y por el motivo que sea allí es apagada y se transforma en justísima y divina cólera contra todo pecado y la dispone a convertirse en polvo y a ser sacrificada mil veces para destruir el menor pecado si así lo quisiera Dios.

El amor divino, como sumo sacerdote, sacrifica a la adorabilísima Trinidad en el altar del Corazón de María, todas la pasiones, inclinaciones y sentimientos de amor, de odio, de deseo, de huida o aversión, de alegría, de tristeza, de esperanza, de desconfianza, de audacia, de temor y de cólera.

Este sacrificio se realiza desde el primer instante en que este Corazón santo empezó a palpitar en su pecho virginal, o sea, desde el primer momento de la vida de esta Virgen inmaculada. Y lo hará siempre hasta su último suspiro, cada vez con más amor y santidad. ¡Oh grande y admirable sacrificio, maravillosamente digno del agrado del Dios de los corazones! ¡Oh bienaventurado Corazón de la Madre de amor que sirvió de altar para este divino sacrificio!

¡Corazón bienhadado, nada tuviste ni deseaste que no fuera el que es único digno de amor y deseo! ¡Dichoso Corazón, pusiste tu íntegro gozo y contento en amar y honrar al que es solo capaz de satisfacer el corazón humano; no experimentaste tristeza que no fuera la causada por las ofensas que se hacen contra su divina Majestad!

¡Bienaventurado Corazón, solo odiaste, huiste, temiste lo que pudiera menoscabar los intereses de tu Bienamado; solo experimentaste cólera ante todo lo que se opone a su gloria!

¡Corazón dichoso, estuviste cerrado a todas las pretensiones terrenas y egoístas que jamás tuvieron cabida en ti; jamás desconfiaste de Dios y más bien desconfiaste de ti mismo; estuviste armado de firme esperanza en la bondad divina y de santa generosidad, y jamás cediste a las dificultades y obstáculos que el infierno y el mundo levantaron para impedirte avanzar en las vías del amor sagrado; siempre los venciste con invencible fuerza e infatigable constancia!

¡Sean dichosos los corazones de los verdaderos hijos de María, que se esfuerzan por conformarse con el santísimo Corazón de su muy buena Madre! ¡Afortunados los corazones que son otros tantos altares en los que el amor divino sacrifica de continuo las pasiones, consumándolas en su fuego y transformándolas en las de Jesús y María; ellos hacen que esos corazones sepan amar y odiar, desear y huir, regocijarse y entristecerse, desconfiar de sí mismos y confiarse, ser audaces y temerosos, tener indignación y cólera no como los hombres mundanos y comunes sino a la manera del Hijo de Dios, de la Madre de Dios y sus auténticos hijos! Concédenos, Jesús, esta gracia; te lo suplico por el amabilísimo Corazón de tu digna Madre y por todas las bondades de tu corazón adorable.

 

Jaculatoria: Oh Inmaculado Corazón de María quiero conformarme en todo a ti.

 

Propósito: Hacer el ofrecimiento de obras en unión a los sentimientos del Inmaculado Corazón de María.

 

 

PARA FINALIZAR

Unidos al Ángel de la Paz, a los santos pastorcitos de Fátima, Francisco y Jacinta, a las almas humildes y reparadoras, digamos:

 

Dios mío, yo creo, adoro, espero y os amo.

Os pido perdón por los que no creen, no adoran,

no esperan y no os aman. (3 veces)

***

Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo,

os adoro profundamente

y os ofrezco

el preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad

de Nuestro Señor Jesucristo,

presente en todos los sagrarios de la tierra,

en reparación de los ultrajes,

sacrilegios e indiferencias

con que El mismo es ofendido.

Y por los méritos infinitos de su Sacratísimo Corazón

y del Corazón Inmaculado de María,

os pido la conversión de los pobres pecadores.

***

Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío.

Inmaculado Corazón de María, sed la salvación mía.

Glorioso Patriarca san José, ruega por nosotros.

Santos Ángeles Custodios, rogad por nosotros.

San Juan Eudes y todos los santos amantes de los Sagrados Corazones, rogad por nosotros.

Todos los santos y santas de Dios, rogad por nosotros.

***

¡Querido hermano, si te ha gustado esta meditación, compártela con tus familiares y amigos!

***

Ave María Purísima, sin pecado concebida.