jueves, 24 de junio de 2021

LAS OBRAS EUCARÍSTICAS (15) San Pedro Julián Eymard

 


§ V

DE LAS OBRAS EUCARÍSTICAS

 

CAPÍTULO SEGUNDO

Del servicio y culto eucarísticos

 

Todas las obras eucarísticas merecen la cooperación y el celo de los socios; pero hay entre ellas cuatro a las que deben dar el primer puesto y reservar su predilección. Son éstas las obras concernientes a los ornamentos del culto, a la luminaria, a la primera comunión de los jóvenes adultos y al santo viático.

 

I. Los ornamentos del culto

Nuestro Señor viene del cielo al hombre con sus gracias y su amor; pero quiere que su vivienda, su altar y los ornamentos de su culto sean debidos al hombre.

En otro tiempo los hombres y las mujeres de Israel entregaron gozosos a Moisés lo que tenían de más precioso para la decoración del tabernáculo y la construcción del arca santa.

Siempre se ha hecho en la Iglesia uso de las artes cristianas para elevar a Jesucristo templos magníficos, expresión espléndida de la fe y de la piedad.

Nuestras madres consideraban como una gloria el dar para el altar el lienzo más hermoso y el bordar los ornamentos que aun hoy son admiración del arte.

Es que entonces todo convergía hacia la Eucaristía como hacia un centro divino.

Imitemos estos hermosos ejemplos y sepamos dar a nuestro Señor. ¿Cabe cosa más honrosa que el ver uno convertido en algo sagrado, glorioso para Dios, y como en vestido de Jesucristo, el fruto de sus manos y el don de su piedad?

Pero como hemos dicho, estos dones y objetos del culto tienen que ser conformes a la santa Iglesia romana que determina su materia y su forma. Vale indudablemente más no ofrecer nada que ofrecer un don contrario a las reglas del culto, pues ante todo hay que respetar la ley.

Así, ha decretado la Iglesia que el lienzo que debe cubrir el altar y servir para el sacrificio, las albas y las sobrepellices deben ser de lino o de cáñamo y no de algodón. Aquellas albas que tienen una parte notable de puntillas de algodón no son, por consiguiente, regulares. Las hijuelas y los corporales de la santa misa deben estar bien unidos y sin bordado en relieve. Los ornamentos deben tener un solo color de fondo y ser de seda; señaladamente el velo del cáliz debe ser por entero de seda.

Los vasos sagrados debieran ser lo que hay de más puro y hermoso, y siempre de oro o de plata. ¿Puede haber acaso algo demasiado precioso para nuestro Señor sacramentado?

¡Ah, con harta frecuencia la pobreza de culto es indicio de la debilidad de la fe! Mientras se mira a lo económico cuando se trata de Dios, nada se niega al lujo y a los placeres.

Nuestros padres comenzaban por Dios; y satisfecho de su servicio, Dios les daba el céntuplo.

 

II. El alumbrado

El alumbrado es una de las leyes más importantes del culto eucarístico. La santa Iglesia lo prescribe so pena de privación de la santa misa, y delante del sagrario que encierra la sagrada Eucaristía so pena de pecado.

En el culto de la exposición, de la riqueza de las luces depende la magnificencia de las fiestas y la distinción de su rito y de su dignidad.

En lo cual hay, por otra parte, un simbolismo notable. Dios es amor, y el fuego simboliza el amor. Dios es soberano señor, y el fuego que ante Él arde y se consume es señal de nuestra respetuosa adoración, del homenaje perpetuo de nuestro servicio.

Es, por tanto, para los socios un deber piadoso el honrar al santísimo y augustísimo Sacramento con el don del alumbrado litúrgico del altar[i], con el sostenimiento de la lámpara el santuario, con la ofrenda de las velas de adoración, que serán como la llama de su amor y su perpetua oración al pie del trono de Jesús.

 

III. La primera Comunión de los adultos**

Una de las obras eucarísticas más gratas a Dios y a la santa Iglesia es la que asegura a la sagrada Eucaristía el honor y el respeto que le son debidos por parte de los que comulgan.

Tal es la obra de la primera Comunión de los jóvenes adultos, que tiene por fin instruir y preparar para la recepción del Pan de vida a los jóvenes a quienes la edad demasiado avanzada o el trabajo impide asistir a la catequesis parroquial, viéndose así privados del beneficio de la sagrada Eucaristía. Esta hermosa obra exige a los socios una parte de su celo y abnegación.

Además del estado de gracia necesario para aproximarse a la sagrada mesa y hallar en ella la vida del alma, al comulgante le hace falta también el vestido nupcial del cuerpo, esto es, estar vestido limpia y decentemente, cual corresponde en los días de fiesta.

¡Cuántos jóvenes, cuántos comensales no tienen con qué comprar este traje nupcial y no se atreven a ir a recibir con harapos a su buen Salvador! Cierto que serían igualmente bien recibidos por este corazón de padre; pero su religión se vería harto humillada, lastimado su honor y tal vez demasiado probada su virtud.

¡Qué hermosa obra la de quien vista a este nuevo Jesucristo y adorne este nuevo sagrario! Es la limosna más dulce para el corazón amante y una lección de virtud para quien la recibe. Porque la limpieza y la decencia exterior del comulgante le inspiran sentimientos más elevados y una piedad más noble y fervorosa. En la Comunión vuelve a recobrar su dignidad de hombre y de cristiano y adquiere la honra y la distinción de la virtud.

Deseo de la santa Iglesia es que todos los que comulgan vayan a la sagrada mesa como a un banquete regio, que el cuerpo lo mismo que el alma honre a Dios.

Tomen, pues, a pecho los socios el corresponder a este deseo, dando ellos mismos ejemplo de decencia y de verdadera piedad.

Eviten como un escándalo el ir a la sagrada mesa con compostura desaliñada; que cada cual traiga, al contrario, sus vestidos de honor, según su condición, y que este adorno sea realzado con las preciosas joyas de la santa modestia cristiana.

 

IV. El santo viático

El santo viático es Jesús mismo que va a visitar, consolar y darse en Comunión a los pobres enfermos, llevándoles personalmente sus auxilios. Aunque su presentación en medio de los suyos es menos solemne que en las procesiones públicas, no por eso es menos amable ni menos encantadora. El amor de Jesucristo y la caridad hacia nuestros hermanos deben obligarnos a componer el piadoso cortejo del santo viático, porque donde está el cuerpo allá deben juntarse las águilas, a saber, las almas fervorosas y abnegadas.

El que ama al rey le honra igualmente en todas sus formas, porque ama su persona y no su brillo exterior.

Más lejos debe ir el amor de Dios sacramentado; debe preocuparse sobre si Jesús será recibido cual conviene en la casa del enfermo, y cuando falten discípulos que preparen esta recepción, ofrecerse a este honroso oficio, para que la limpieza y la decencia honren la presencia de nuestro Señor.

Téngase cuidado de preparar de antemano cuanto sea menester para la recepción de los últimos sacramentos, a saber, una mesa cubierta con mantel blanco, un crucifijo, dos candeleros, agua bendita con una ramita de boj, siete bolitas de algodón en una bandeja, un poco de miga de pan, agua y una servilleta. La cama del enfermo debe estar cubierta con un lienzo blanco. Todo este aparato religioso inspira respeto y piedad hacia la santísima Eucaristía.

Pero el deber más importante de la caridad es preparar a los enfermos para los últimos sacramentos, porque los últimos actos de la vida son decisivos. En ellos se dan los combates supremos de la salvación.

El tiempo de acción de gracias después de recibidos los sacramentos es el momento más provechoso para el enfermo.

Téngase cuidado de que se vea rodeado de recogimiento en este instante precioso. Sugiéransele cortas, pero fervorosas, aspiraciones de gratitud, de don de sí mismo, de amor de la adorable voluntad de Dios, de santos deseos de unirse con Él.



[i]* La obra de las Semanas. Eucarísticas, que es una rama de la Agregación, agrupa precisamente a las almas que desean contribuir con sus ofrendas a la ornamentación del trono de la exposición. Hablando de esta obra, Pedro Julián escribía: “Es una bella obra, la que honra tan directamente la persona adorable de nuestro Señor en su divino sacramento, adornando su trono; alumbrando su altar y procurando sea solemnemente expuesto a las adoraciones de todo el pueblo. Es una obra amable la que, mediante el alumbrado, las flores que adornan y perfuman, el altar, y sobre todo por el corazón que se entrega con todas sus dádivas, permite a todos los fieles ofrecer al Rey soberano de cielos y tierra, expuesto sobre su trono de gracias y de misericordia, el homenaje fervoroso de su amor. Es una obra santa la que alegra a la Iglesia con el culto solemne rendido a su divino esposo que inunda de gozo y de consuelo las almas afligidas, con la presencia de su Dios y su Señor, puesto más a su alcance, y que enternece y convierte a los pecadores bajo la suave y saludable influencia de la exposición del santísimo Sacramento. ¡Qué gran honor, cuán piadoso acto de religión y poderosa garantía de gracias es el ofrecer a Jesucristo rey, expuesto sobre el altar, un cirio de adoración!”

**Lo que dice aquí Eymard de la obra de la primera Comunión de adultos que tan a pecho tenía, en realidad no es otra cosa que la aplicación práctica de un principio general, a saber: según las circunstancias de lugar y de personas, los afiliados se esforzarán por preparar a la primera Comunión, ora a los retrasados, ora a los niños desde que comienzan a tener uso de razón.

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