Homilía
de maitines
VIERNES DE LAS TÉMPORAS DE CUARESMA
Forma Extraordinaria del Rito Romano
HOMILIA
DE SAN AGUSTÍN, OBISPO
Tratado 17 sobre San Juan, después del
principio.
Veamos
que quería significar el Señor en aquel paralítico, el único enfermo a quien
entre tantos quiso curar, guardando de esta suerte el misterio de la unidad. En
el mismo número de años desde que aquel hombre enfermo, he encontrado una cifra
que denota enfermedad: “hacia treinta y ocho años que estaba enfermo”. Porque
razón este número pertenece más bien a la enfermedad que a la salud, vamos a
exponerlo detenidamente. Prestadme atención. El Señor me ayudara para que pueda
hablar debidamente, y vosotros podáis comprenderlo suficientemente. El sagrado número
de cuarenta se nos indica como significando alguna perfección. Esto lo supongo
ya conocido por vuestra caridad. Lo atestiguan con mucha frecuencia las divinas
escrituras. Bien sabéis que este número fue consagrado por el ayuno, ya que
Moisés ayunó cuarenta días y Elías otros tantos. Y nuestro mismo Señor y
Salvador Jesucristo, ayunó durante este espacio de tiempo. Por Moisés se
significa la Ley; por Elías son designados los profetas, y por el Señor se
indica el Evangelio. Por esto en aquel monte en que se mostró a sus discípulos
resplandeciendo en su rostro y en sus vestidos, aparecieron los tres.
Jesucristo se mostró en medio de Moisés y de Elías, para significar que el
Evangelio estaba confirmado por la Ley y los Profetas.
De
consiguiente, así en la Ley como en los Profetas, lo mismo que en el Evangelio,
el número cuarenta se indica como consagrado por el ayuno. El gran ayuno el que
obliga a todos, consiste en abstenerse de
toda iniquidad y de los placeres ilícitos del siglo, en lo cual consiste
el perfecto ayuno, según leemos en el Apóstol: “De suerte que renunciando a la
impiedad y a las pasiones mundanas, vivamos sobria, justa y religiosamente en
este siglo”. De consiguiente, en el presente siglo celebramos como una cuaresma
de abstinencia, cuando vivimos bien, cuando nos privamos de los placeres
ilícitos; más porque esta abstinencia no carecerá de recompensa, “aguardamos
aquella bienaventurada esperanza, y la revelación de la gloria del gran Dios y
nuestro Salvador Jesucristo”. Cuando la esperanza se cambiará en realidad,
recibiremos como en recompensa un denario. A la verdad, la misma recompensa se
da a los que trabajan en la viña. Según nos enseña el Evangelio, como creo lo
recordareis, pues no es necesario proponerlo todo como si fuerais rudos e
ignorantes. Se da, pues, como recompensa un denario, y este recibe su nombre
del número diez, el cual, sumado al número cuarenta, forma el numero cincuenta.
Por lo cual, celebremos laboriosamente, antes de la Pascua, el periodo
cuadragesimal, pero después, festejaremos con alegría la santa cincuentena como
si ya hubiésemos recibido la recompensa.
Acordaos
que os he hablado del número treinta y ocho al tratar de aquel enfermo. Ahora
quiero demostraros que el número treinta y ocho es más propio de la enfermedad
que de la salud. Y para eso recordad lo que os decía, a saber: que la caridad es
el cumplimiento de la Ley, y que para la plenitud de la Ley en todas las obras,
está indicado el numero cuarenta. La caridad se contiene en dos preceptos:
“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus
fuerzas; y amarás a tu prójimo como a ti mismo”. En estos dos preceptos esta
contenido todo lo que enseñaron la Ley y los Profetas. Con razón, por lo tanto,
la viuda del Evangelio dio dos monedas como limosna; con razón el posadero
recibió dos monedas para que curara al que hirieron unos ladrones; con razón
Jesús permaneció dos días con los Samaritanos para confirmarlos en la caridad.
Así pues, siempre que alguna buena obra se presenta bajo este número dos, se
nos recomienda el precepto de la caridad. De consiguiente, si el numero
cuarenta tiene la perfección de la ley, y si esta no se cumple sino con la
observancia del doble precepto de la caridad, ¿debe sorprendernos que estuviese
enfermo quien carecía de dos para llegar a cuarenta?
Transcripto por
gentileza de Dña. Ana María Galvez